La tercera vida del señor Eligio

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Oscar Vázquez

La taberna favorita del detective novelesco Leo Caldas mantiene la esencia del original tras su reapertura

19 ene 2020 . Actualizado a las 01:14 h.

Hay bares con más vidas que un budista. Y los hay, además, con mucha vida interior. Eso es lo que le pasa al Eligio, cuyo espíritu tabernario ya ha atravesado dos siglos gustando por igual a los paisanos del Vigo de los años 20 del siglo XX y a los de los años 20 del siglo XXI. Es decir: a los de ahora mismo. Y eso, casi sin cambiar un cuadro de sitio ni sustituir el pulpo con cachelos por bocados de salmón marinado con pan bao.

En el Eligio se tapea y se bebe en modo old style, como si no se hubiera inventado aún ni el gin tonic ni otras caralladas combinatorias. Y además se hace con convicción, porque desde que el local comenzó su tercera etapa, en marzo del 2019, su nuevo inquilino, Leopoldo Celard, ya lo retomó con la idea de respetar su pasado. Como él mismo recuerda, si está en sus manos es gracias a su gran amigo, el abogado José Barca, que falleció hace dos años y no llegó a ver cómo Celard hacía realidad su deseo. «Gracias a él, que era íntimo de la familia, ellos pusieron su confianza en mí a la hora de elegir quién reabriría su local, ya que querían que siguiese su línea tradicional, que no se convirtieses en un bar de copas y se respetase el legado del fundador», explica.

Para quien aún no lo sepa (que tiene que ser forzosamente alguien ajeno al planeta Vigo y además no haber abierto nunca un libro de Domingo Villar), el Eligio, más que un bar, es el fotolito de un bar idílico. Lo abrió en 1920 el ourensano Eligio González y a partir de los años 60 se convirtió en un hervidero de palabras, risas, humo e ideas, un espacio para la charla distendida frecuentado por escritores como Cunqueiro, Blanco Amor o Celso Emilio Ferreiro, y por pintores como Laxeiro, Lodeiro o Lugrís, que dejaron recuerdo en las paredes en forma de cuadros, forrando la taberna con mejores fondos que muchos museos.

El inmueble ubicado en un callejón discreto ajeno al bullicio de la calle del Príncipe y la Porta do Sol, sigue siendo propiedad de la familia, la viuda de Eligio, Dolores Soto, y sus tres hijos, que renunciaron a suculentas ofertas. Fallecido el tabernero en 1987, le relevó su yerno, Carlos Rodríguez, que en un giro espectacular, ya que era marino de carrera, llevó a buen puerto la tasca. Se hizo cargo del bar y de las plantaciones de uva que tenía su suegro.

A la muerte de Carlos, en el verano del 2017, se hizo un vacío que no se llenó hasta este tercera vida del señor Eligio, a punto de soplar las velas del primer aniversario en manos de Leopoldo Celard, y José Barca sonriendo satisfecho desde el más allá.

De todo aquello se conserva casi todo, la cocina tradicional que se traduce en comida casera con una carta breve pero que contiene lo esencial de la gastronomía gallega: pulpo, calamares, xoubas rebozadas, empanadas, croques, navajas, croquetas, zamburiñas a la plancha, mejillones, gambas, chocos en su tinta, chinchos en escabeche... cositas ricas de toda la vida. En cuanto a las bebidas, el asunto ha cambiado un poco más. Como recuerda Celard, el vino que en su día despachaba el Eligio procedía de los propios viñedos que el ourensano cultivaba en su pueblo, Leiro. De hecho, el nuevo regente del local, que también lo es del Metropol, en la calle Areal desde 1990, cuenta que allí servían también el ribeiro blanco del ilustre tabernero durante los dos primeros años de funcionamiento. Ahora, aunque para beber solo hay vinos y cervezas, la carta en cuanto a marcas es más amplia. Todo tiene etiqueta y denominación de origen.

Además de hallarse en una zona estratégicamente bien situada de Vigo, el poso cultural sigue atrayendo a cientos de personas que se acercan a descubrir el bar en el que el detective Leo Caldas, el protagonista de las novelas del escritor Domingo Villar, acude a tomarse un respiro de sus pesquisas criminalísticas y quieren saber en qué esquina de la barra se acoda y en qué mesa se alimenta.

Pero no solo anda por allí el espíritu del taciturno personaje, sino el cuerpo serrano del propio autor vigués, que es muy fan del Eligio y no perdona visita cada vez que se escapa de Madrid, donde reside. «Por él nos llega gente de toda España, es nuestro mayor embajador», asegura Leopoldo.

Desde 1920 Dónde está

Travesía Aurora, 8. Es un callejón paralelo a la calle del Príncipe, a unos metros de la Porta do Sol.