La noche inolvidable de Sting en Vigo

VIGO CIUDAD

Un abarrotado parque de Castrelos se entrega al músico británico y sus míticas canciones

09 ago 2022 . Actualizado a las 01:33 h.

Pasaban las diez y media de la noche cuando el Caballero de Vigo, Abel, dio paso al caballero del imperio británico, Sting. En un parque de Castrelos absolutamente abarrotado desde primera hora de la tarde, empezaron a sonar los acordes de Message in a Bottle. Y se hizo el delirio. Un tema inmortal de Police para abrir boca. ¿Se puede pedir más? Miles de gargantas intergeneraciones formaron un coro de náufragos en el mayor escenario del principal puerto pesquero de Europa.

El alcalde ya había calentado el ambiente en gallego, español e inglés. Caballero cifró en más de 80.000 los asistentes y vaticinó que daba comienzo una noche memorable. A fe que lo fue, sin necesidad de grandilocuencias. Al mensaje en la botella le siguieron Englishman in New York y Every Little Thing She Does Is Magic. Estaba claro: por repertorio no iba a ser. «Encantado» de estar en Vigo, preguntó en español: «¿Estáis bien?». La respuesta holgaba. Y se atrevió con el idioma de Cervantes para cantar If It’s love.

Sting y su característico bajo, luciendo moreno y una cazadora amarilla, consiguió con su banda que todo el público se pusiese a dar palmas y saltar. Los ohhh también saltaban a cada inicio de canción. Impresionante. El entusiasmo recorrió la platea y la grada en una noche cálida. Todo lo que tocaba el músico se convirtió en magia. Llevó al auditorio de Vigo a caminar por la luna, a recorrer campos de oro y a atravesar un desierto de rosas. Cuando ya mediaba el concierto, ignoró que estaba ante miles de fans en éxtasis y gritó, como un viejo policía acorralado, So lonely.

Sting encaró el tramo final de su actuación como un rey del dolor, con King of Pain, como un celoso con la inevitable Every Breath You Take, como el cliente de Roxanne aullando a los siete vientos. Y para rematar, Fragile, dedicada a Ucrania y a la maldita guerra. El viejo embajador de Amnistía Internacional no olvida las causas justas.

A sus 70 años, el inglés Gordon Matthew Thomas Sumner, conocido en todo el planeta por el sobrenombre de Aguijón, mantiene una presencia atlética en el escenario. El exprofesor de literatura en un colegio de monjas parece en plena forma y le ofrece al público lo que desea, sus grandes éxitos al frente de la banda Police y algunos de los que ha cosechado en su ya dilatada carrera en solitario. No le cansa la gira e incluso se permite hacer algo de turismo local. Llegó el viernes a Vigo y no dudó en acercarse por la tarde a una sala de los Multicines Norte, próximos al centro comercial Vialia, para ver la última película de su amigo Brad Pitt, Bulett Train.

Eso sí, había comprometido más de dos horas de concierto por un caché de 515.000 euros (abonados íntegramente por el Concello de Vigo) y su actuación, en realidad duraba algo menos. Sting tuvo anoche dos teloneros: el alcalde Abel Caballero, que no perdió la ocasión de salir al escenario y presentar al artista, y su hijo mayor Joe Sumner, líder del grupo Fiction Plane. Si nos atenemos a las últimas entrevistas que ha concedido el cantante, no es de extrañar que le haga sitio a su primogénito. «No quiero dejarles fondos fiduciarios, que son un lastre alrededor de sus cuellos, tienen que trabajar», señaló el rockero, que tiene seis hijos y una fortuna que se estima en más de 300 millones de dólares. Podría estar retirado en alguna preciosa villa de su amada Toscana, pero se ve que no ha perdido la pasión por la música. La actuación de anoche en el auditorio al aire libre de Castrelos fue buena prueba de ello. Fuese el concierto del año o no en Galicia, que eso siempre va en gustos, lo cierto es que los miles de asistentes no olvidarán la velada en la que escucharon clásicos imperecederos, canciones que ya forman parte de nuestras vidas. Algunos pagaron 12 euros (de ahí para arriba en reventa) para escucharlas y ver a Sting de cerca y a la mayoría que abarrotaba las gradas del parque les salió absolutamente gratis. Mereció la pena hasta el monumental atasco para entrar y salir. Quién sabe si habrá otra ocasión.