Chicoteando

Carlota Corredera DIRECTORA DE SÁLVAME DIARIO

YES

07 mar 2015 . Actualizado a las 05:16 h.

Mi padre adoraba Madrid. Antes de casarse con mi madre hizo la mili en Getafe. Le hubiese gustado hacerla en el ejército del Aire, pero al final tuvo que ser en el de Tierra. Pasó dos años lejos de casa y de su novia, a la que le enviaba cartas de amor casi a diario. Durante su instrucción militar y mientras hacía planes de futuro, se enamoró de Madrid y cada vez que venía a repasear sus calles se le iluminaba la cara. Si era agosto, no sentía el calor, y si era invierno, sobrellevaba el frío seco con buen ánimo. Cuando era pequeña y nos contaba historias de la mili y hablaba con tanta pasión de la capital yo siempre le decía que nunca podría vivir en una ciudad sin mar, que no me imaginaba en el mismo centro del mapa de España, en toda la meseta, tan lejos de la Ría. Muy visionaria era ya por entonces.

En los 17 años que llevo en Madrid siempre hay una calle que me recuerda a mi padre aunque nunca haya caminado por ella junto a él. Era su avenida favorita y también la mía. Me gusta tanto que incluso me casé allí, en la azotea del número 2, con los edificios más bonitos de la ciudad por testigos. La Gran Vía es vida. Siempre con gente, siempre animada, siempre alegre. Mi tramo favorito es el que arranca en el edificio Metrópolis, el más cercano a Cibeles y Alcalá, hasta el rascacielos de Telefónica. Si tuviese que salvar de un gran incendio un trocito de la ciudad sería ese sin duda. 

Últimamente frecuento el resucitado Museo Chicote, en el número 12 de la Gran Vía, ese bar histórico que me decepcionó muchísimo la primera vez que entré hace años. Pero ahora corren nuevos tiempos en el mítico bar de don Perico Chicote. Ahora es otra cosa, sobre todo los domingos. Ha resurgido de sus cenizas. Conserva la solera y la magia de su decoración Art Decó pero sin ser rancio. Toda una proeza. Es imposible entrar en Chicote y no quedarte hipnotizado por las fotos en blanco y negro que pueblan todas las paredes del local. Es increíble el listado de intelectuales, artistas, reyes y genios que se han corrido buenas juergas entre sus cuatro paredes. Qué no daría yo por viajar en el tiempo y poder tomarme un copazo con Ava Gardner y con Gregory Peck, quien por cierto se cargó por accidente una noche de farra una de las mejores botellas de Perico, que aseguran que llegó a reunir más de 20.000 ejemplares en una de las más importantes colecciones de bebidas espirituosas del mundo. Dice la leyenda que el armador griego Aristóteles Onassis le llegó a ofrecer treinta millones de pesetas de la época por todos sus licores. Chicote dijo no. Al igual que no cayó rendido ante los ojazos y el escote de la Loren que le reclamaba coqueta, al otro lado de la barra, que le regalase una de sus botellas, entre lingotazo y lingotazo. Puestos a fantasear con los años dorados del Chicote tampoco me habría importado compartir mesa con Grace Kelly y Frank Sinatra, o con Bette Davis y Dalí. Incluso un daiquiri con Orson Welles y Ernest Hemingway. Cómo resistirse. 

Aunque no habría estrella en el firmamento que pudiese eclipsar el mejor cóctel posible, el que me tomaría con mi padre en su amada Gran Vía madrileña. Nada mejor que chicotear un buen rato para ponernos al día de los últimos veinte años. Tengo tanto que contarle. ¡Salud!