Tienes un mes para ver este jardín

MILI MÉNDEZ

YES

Marco Gundín

NO ESTÁ EN JAPÓN, sino en Galicia. Un espectáculo de ciruelos, cerezos y cercis tiñe de rosas, púrpuras, blancos y malvas una finca de Rois. Entramos en este pequeño museo al aire libre para disfrutar del Sakura sin tener que desplazarnos a Asia o al extremeño Valle del Jerte. Todo nació como un tributo a los frutales orientales. Hoy hace las delicias de los afortunados que lo visitan.

18 mar 2017 . Actualizado a las 11:08 h.

Gonzalo calcula que la inclinación familiar por los frutales nipones se extiende a tiempos de su tatarabuelo. «En el siglo XIX los pazos competían por ver quién tenía los jardines más bonitos, los árboles más exóticos. Fue entonces cuando empezaron a llenarse de ejemplares extraños que ahora, de tan comunes, parecen autóctonos», explica el propietario de la Finca do Faramello. Una propiedad que en su día albergó la primera fábrica de papel de Galicia y cuyo romántico origen (un marqués italiano ordenó construirla tras enamorarse de una joven compostelana cuando hacía el Camino), no pasó inadvertido para escritoras como Rosalía de Castro o Emilia Pardo Bazán que le dedicaron palabras como estas: «A súa beleza conxeloume a alma», escribió la de Padrón. Esta época, con permiso del otoño, es la mejor para concederse un paseo dentro de los muros que rodean al inmueble de Rois. Como cada mes de marzo, los ciruelos japoneses anclados a la terraza del pazo son los encargados de anunciar el cambio de estación. Un espectáculo de colores tan embaucador como efímero. «Su floración es la más madrugadora pero apenas dura unos diez o doce días al año», advierte Gonzalo. Su apellido, Rivero de Aguilar, denota los orígenes señoriales de sus raíces. Él es descendiente directo de aquel noble italiano que puso en marcha Faramello. «Tenemos documentación y fotos de la delegación japonesa que vino a visitar al rey Alfonso XIII durante sus vacaciones en el pazo. Como obsequio a su acogida le regalaron unas semillas del primer manzano Fuji que se plantó en el jardín. Posiblemente el primero de Galicia e incluso me atrevería a decir que de los primeros de Europa», apunta. Los ciruelos japoneses de la terraza deslumbran por sus tonos rosas pero también por su forma. «Algunos tienen cerca de cien años, eso son muchos años para un frutal. Pero, además, como tienen poca tierra en el suelo, están sobre una terraza de piedra, los injertamos por arriba. Es la técnica bonsái. Sus ramas se entrelazan en el aire formando un manto envolvente, como una nube», describe admirándolos. Hay otro dato singular. Cuando una plaga casi terminó con ellos en nuestra comunidad, «en Oca o en Santa Cruz se murieron», los de Faramello resistieron y sirvieron para repoblar los jardines de toda la comunidad.

NO TE PIERDAS EL HANAMI

Las flores de los ciruelos cuentan ya sus últimas horas mientras las de los cerezos comienzan a asomarse. Son las siguientes. En Japón tienen nombre propio, Sakura, y su floración es un acontecimiento sobre el que informa el parte meteorológico del país. Nadie, ni autóctonos ni turistas quieren perderse el Hanami, la tradición de observar la belleza de las flores, un símbolo de la cultura de la isla. En Faramello están a punto de florecer también los cercis de su «Xardín do Recordo», dedicado a las víctimas de Angrois, ya lo han hecho los magnolios y las camelias y pronto será el turno de los nísperos, pexegueiros y los arces japoneses. «Estos últimos no florecen, pero sí ves cómo van cambiando de color. Pasan del rojo fuego al rosa chicle, luego al amarillo y al verde», detalla. En Francia, recuerda Gonzalo, le pusieron hasta nombre a esta pasión oriental que invadió su paisajismo. «Lo comprendes al contemplar los rosas, los púrpuras, los blancos con reflejos granates y rosados de las hojas. Es una exhibición que nos regalan». Así que, si pueden perder unos minutos y tienen alguno de estos frutales un poco a mano, solo tienen que hacer una cosa: disfrutarlos.