¿Y si tu síndrome es vacacional?

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Aquí el bajón no es al volver, sino durante ese merecido descanso para el que llevas un año esperando. Los expertos nos dicen cómo sacar el estrés del equipaje para que no aparezca, por lo menos, hasta la vuelta

26 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre ha habido dos clases de personas: las que desconectan desde el minuto uno en que salen por la puerta del trabajo y las que, por más que lo intenten, no consiguen quitarse el estrés de encima. El síndrome vacacional, que no es el posvacacional, también existe. El estrés de dejar de trabajar acecha a muchos que se acercan a su merecido descanso. Un estudio de la empresa de trabajo temporal Randstad pone las cifras: un 34 % de los empleados no están seguros de que el trabajo puede salir adelante sin ellos. Además, más del 30 % de los consultados aseguran recibir correos y llamadas profesionales durante las vacaciones, mientras que un 15 % dicen haberlas empezado agobiados por no prepararlas con tiempo y un 8 % no se cogen nunca más de una semana por el temor a que las cosas se compliquen en su ausencia.

Pero, dejando a un lado el trabajo, hay más causas para que aparezca el estrés. El no saber qué hacer con tanto tiempo libre y o el querer hacer demasiadas cosas son malos compañeros de viaje. El psicólogo Manuel Lage lo aclara: «El que haya una persona que se estresa por tener tiempo libre lo que tiene realmente es una adicción al trabajo. Otra cosa es que alguien quiera hacer tantas cosas que llegue a verse superado por la demanda, lo que sí que le generaría estrés».

PERDIDOS SIN LA RUTINA

Para trabajar es necesario descansar. Así lo avala el coach empresarial Maro López, que achaca el síndrome vacacional a tres factores. Empecemos por el personal, que tiene mucho que ver con lo que mencionábamos respecto a la gestión del tiempo. «Aquí entrarían las personas que no saben qué hacer con tanto tiempo libre porque el trabajo les absorbe, y las hiperactivas que planean demasiado y luego se ven frustradas porque no les da tiempo a hacer todo lo que querían en los plazos que se habían marcado», afirma el experto, que nos da otra segunda causa, la social: «En el día a día de nuestra rutina laboral nuestras relaciones tienen una duración corta, pero en vacaciones los lazos duran más tiempo y eso da lugar a que se generen controversias y conflictos porque unos quieran hacer una cosa y otros otra. Aquí el estrés surgiría como amenaza, y de la irritabilidad del enfado pasaríamos a decir cosas que en realidad no queremos decir», indica López. Pasemos al punto profesional. El coach señala la sobrerresponsabilidad de algunos que se creen imprescindibles, sobre todo autónomos y personal directivo. «Este es un problema cultural. Más que verse imprescindibles temen las amenazas: ‘¿Y si llama no sé quién? ¿Y si pasa esto?’», indica.

López no tarda en señalar uno de los rasgos profesionales del momento: el presencialismo. «También se organiza mal el trabajo, porque si tú coges vacaciones tus tareas tienen que estar ocupadas por otra personas. Las empresas dicen: ‘A ver si no pasa nada’. Y eso es un riesgo brutal, porque sí que pasan cosas», señala el experto. Otro síntoma es el de mirar el correo: «Hay que limitarse y no dedicarle más de diez minutos». Ahora bien, vayamos al polo opuesto. Nos hemos ido de vacaciones, hemos disfrutado y hemos desconectado. Y, de pronto, los últimos días nos entra ese gusanillo de querer volver al trabajo. ¿Es malo? «El trabajo tiene una exigencia, pero también muchas cosas positivas. Nos relacionamos con los compañeros, estamos al tanto de las novedades y está rodeado de un montón de cosas que puedes llegar a echar de menos. Definitivamente, no es malo, más bien al contrario», responde Lage. Todo en su justa medida.

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