«A mis 70 años aún escribo carta de Reyes»

YES

ANGEL MANSO

NO ES ILUSIÓN DE JUGUETE, es magia de verdad. Ellos han dejado atrás la infancia, sin perder las buenas costumbres por Navidad. «Queridos Reyes, yo como soy tan bueno os pido unas rodillas nuevas y una dieta rápida de adelgazar», escribe Julio. Esto es correo urgente, paje real.

31 dic 2017 . Actualizado a las 12:10 h.

ANGEL MANSO

Como buen chico que es, aún no ha dejado de escribir y enviar su carta de deseos a los Magos de Oriente por Navidad. Tiene 70 años, de preferido a Melchor («Me es más agradable», dice) y la ilusión de los 6 años. «Yo me siento como un niño, y como he sido bueno, pido cosas a los Reyes, claro», argumenta Julio Estrada, a punto de echar su misiva real. La tradición es la tradición y tiene maneras propias que son ley en cada hogar. La carta de Reyes de los Estrada ha tenido siempre un perfil familiar. «En mi casa siempre se hizo la carta pidiendo para toda la familia», cuenta. «Cuando éramos niños, en casa de mis padres pedíamos para ellos, para los abuelos y para todos los hermanos. Y ahora yo pido para la yaya, que es mi suegra, para mi mujer, Ana; para mis hijas Ana, Mayte e Isa, y para sus familias. Para mis cuatro nietos, juguetes. Para mis hermanos, salud», empieza Julio a relatar. Veo la ilusión de su puño y letra cursiva en la carta que nos muestra: «Yo como soy tan bueno os pido: unas rodillas nuevas y una dieta rápida de adelgazar. Para la yaya mucha SALUD. Para mi mujer, mucha PACIENCIA...». Y algo más.

Con una ilusión a prueba de fiestas y nietos, Julio aún se acuerda de lo primero que les pidió a los Reyes, hace unos 65 años, cuando les empezó a escribir. «Siempre pedíamos el camión de madera y el fuerte. También indios y vaqueros de plástico», dice. «El fuerte era de madera-madera, con clavitos y todo, jajaja», apuntala un recuerdo juguetón de la infancia quien aún puede ver, y hacernos ver en sus palabras, dónde estaban los pajes reales en A Coruña en otro tiempo. Uno en El Bazar de Pepe, otro en el Bazar Estrada (ambos en la Calle Real), y otro en El Pote de Juan Flórez («donde hoy está el hotel»). «Ahí estaban los pajes reales y los buzones para echar las cartas a los Reyes. Los pajes desaparecieron y ahora hay un camello con un buzón en el Obelisco, que es donde yo echo mi carta», descubre. Le seguimos. Este año, Julio se encomienda a Melchor, Gaspar y Baltasar sabiendo, como siempre, que una corbata y una colonia caerán. «Los últimos años no he pedido muchas cosas materiales... Más bien, pido temas de salud, suerte y trabajo, que sé que es difícil de traer», admite. Pero sus deseos aquí están, firmes sobre el papel, confiando en hacerse realidad.

¿Es de los que se enfadan si los Reyes no cumplen, si no le traen lo que se esfuerza en pedir por escrito? (Yo me quedé con la espina del armario de la Nancy y del Moto Cross, que, por cierto, le trajeron a un vecino, y conozco a más de un adulto que se disgusta si en el zapato no aparece el día 6 el libro pedido). «No, no, yo no me enfado, soy de los que se conforman...», afirma Julio. El carbón le ha caído alguna vez, que con tanta Navidad a la espalda a ver quién resiste un año y otro portándose bien. «De pequeño me traían carbón dulce», confiesa. ¿Solo de niño? «Es que de mayor me hice bueno», asegura.

El MEJOR REGALO, UN 600

Cuando Julio era pequeño, los regalos de Reyes aparecían el día 6 en el sofá del salón. «Teníamos que abrir la puerta de la habitación todos a la vez, no podíamos abrirla hasta que mis padres nos dejaban. Entonces, abríamos la puerta todos juntos y se producía un ‘Oooooooh’», recuerda riendo. Hoy los Reyes dejan en su casa, para alegría de los nietos, un rastro de globos de colores.

El regalo más especial que a Julio le echaron los Magos en 70 años fue un Seat 600. «¡Un 600 de verdad, no de juguete!», aclara. «Debió de ser en el año 72 y no me lo esperaba». Fue una sorpresa ver a pie de árbol las llaves del coche «que esperaba aparcado en la acera de enfrente».

Él se aferra con la fuerza grande de un niño a una Navidad con Reyes y nacimiento. «Yo fui el que compró las últimas figuritas de la tienda La Poesía antes de cerrar», dice. Un verso.

¿Y Julio, les deja algo a los Reyes? «Sí. Les dejo una nota diciendo: ‘Buen viaje de vuelta. Os dejo agua y polvorones, y paja para los camellos». Y los Reyes Magos no dejan de venir.

«Es una alegría muy grande ver tantos paquetes»

Nunca es demasiado tarde, sobre todo cuando uno se mueve en el campo de las emociones. Como defensoras de este principio, las trabajadoras de la residencia San Telmo de Tui acordaron que la edad no debía de ser una barrera. ¿Solo pueden celebrar los Reyes los pequeños de la casa? «Nunca quisimos infantilizar», adelanta a modo aclaratorio Cristina Esmerode, la terapeuta ocupacional. «Aprovechando que, como todos, tienen sus necesidades ?continúa Cristina? elaboramos con ellos una lista de lo que quieren». El inventario lo redactan a modo de cartas individuales. ¿El destinatario? Unas figuras que vienen de Oriente.

La actividad llenó de esperanza los corazones de los que moran en este centro. Todo empezó hace unos 20 años. Ahora se ha convertido en una tradición de sus Navidades. En el fondo, para ellos también es el día más esperado de las fiestas de diciembre. «Fue a través de unas voluntarias ?recuerda Cristina Esmerode?. Decidieron preguntarles a los internos qué cosas precisaban. Ellas les ayudaron a redactar las peticiones. Dos o tres por persona, como mucho». Las misivas se colocaron en la portería y, como no podía ser de otra forma, aquel 5 de enero, en la víspera de Reyes. «Se trata de cosas sencillas, que utilizan en su día a día. Una colonia, un fular... Eso sí, tenemos un artista que pide un instrumento musical diferente cada año», apunta con una sonrisa la terapeuta.

Los voluntarios que se encargan de recoger las cartas, comprar los regalos y colocarlos bajo el árbol son los artífices de un gesto que ha recuperado la sorpresa y la ilusión para unas edades en las que, erróneamente, se suele pensar que todo está vivido. «La labor más importante es la de la gente de fuera ?insiste Esmerode?. Cuando se aproxima la fecha ya nos están llamando para ver si están las cartas escritas».

LOS PRIMEROS REYES

Asunción Trinidad Aloria es una de esas pajes. Hace 17 años que empezó a colaborar. Ahora también recibe. Se ha pasado al otro lado. «Soy residente del centro», informa. «Me acuerdo del primer año que escribimos con ellos las cartas. Estaban esperando en el salón de actos muy emocionados». Al hacer memoria, se acuerda de la alegría con la que vivió el momento uno de los residentes: «Le trajeron una radio pequeña y unas zapatillas. Aquel hombre se volvía loco porque nunca había recibido un regalo de nadie. Aquello para él fue lo más grande».

Beatriz Quirón es otra de las voluntarias. Se vinculó con la propuesta por su suegra, que estaba en la residencia. «Reparto las cartas entre varias amigas. Entre todas nos hacemos cargo de unas diez o quince». El esfuerzo, subraya, merece la pena. «Cuando vienen los Reyes con la rondalla y los llaman por sus nombres están contentos como si fueran niños. Es espectacular». Asunción asiente a su lado: «Es una felicidad que no se paga con dinero».

Fina Robles es una de las afortunadas. «Cada uno disponemos en la carta lo que deseamos», se justifica. Ya ha formulado su deseo para este 2018: «Como soy tan alegre y bailarina, pues les pedí unos discos musicales. ¡De los que tengan buena movida!», exclama con mucho sentido del humor. Es un espíritu joven. Ahora se afana junto a sus compañeras en ultimar el mercadillo de Navidad de San Telmo. «Normalmente pedimos tres cosas. Después nos traen las tres, una o dos, depende del presupuesto», cuenta con picardía Olga María Meimije. Mientras, Fina persevera: «Es una alegría muy grande. Nos traen unos paquetes enormes, llenitos de perfumes, bufanditas, collares... Una vez tuve que pedir ayuda porque no podía con la caja que me enviaron, era enorme». Otra compañera, Victoria Rodríguez, prefiere que los Reyes la sorprendan: «Me acuerdo de un jabón que me trajeron para lavar la cara y el cuerpo. ¿Este año? Pues no sé qué me traerán. Yo no pido nada. Quiero lo que me den».

Melchor, Gaspar y Baltasar ya van conociendo sus gustos. Por ejemplo, son conscientes de que con Olga María aciertan si apuestan por un libro: «Ya saben que me gusta la lectura». Su amiga Fina no puede estar más expectante. «Lo que pido me lo traen», destaca. Los ayudantes reales en Tui se han puesto las pilas. La cabalgata no pasará por alto los deseos que emanan de esta dirección. El amor no tiene edad. Tampoco la ilusión.