Mi hermana es mi madre

PATRICIA GARCÍA, SANDRA FAGINAS

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PACO RODRÍGUEZ

HAY PADRES a los que les da por pensárselo un tiempo, o los niños vienen así, por sorpresa. Y pasan estas cosas, que las princesas o príncipes de la casa pueden casi pasar por madre e hija, o padre e hijo. Estas hermanas tienen mucho qué decir sobre cómo se convive cuando hay muchos años de diferencia.

17 feb 2018 . Actualizado a las 16:18 h.

Cuando ya pensabas que serías hijo único para siempre, que nadie ni nada perturbaría tu reinado, de repente, todo cambia. Esta es una historia de hermanas, pero no de dos hermanas cualquiera. Celsa (casi) podría ser la madre de Carmen. Se llevan 14 años. «Solo pasó una vez, pero sí, me llegaron a preguntar si era mi hija», confiesa la hermana mayor.

La pequeña Carmen llegó cuando nadie se la esperaba. Cuando Celsa se había cansado de responder a la insistente pregunta de «¿no quieres tener un hermanito?». «Ya me había hecho a la idea de que no tendría que compartir en casa», reconoce. Cuando tenía 14 años, sus padres le dieron la noticia (bomba): iba a tener una hermanita. «En un primer momento me llevé un disgusto porque no me lo esperaba. Estaba en plena edad del pavo, cuando no quieres que nada ni nadie te moleste y no entendía nada. Pero esa sensación me duró solo unos segundos. Al rato ya estaba enamorada e ilusionada con la llegada de Carmen», responde Celsa. Fue amor de hermanas a primera vista: «Recuerdo que cuando nació tuvo que estar en la incubadora. Cuando la fui a ver ya me enamoré de ella». A Celsa se le cae la baba hablando de Carmen. Y Carmen, de 8 años, adora a su hermana mayor, de 23. «No sé lo que supone tener un hermano que sea más o menos de tu edad, pero sí lo que es tener una hermana cuando ya eres mayor y consciente de todo. Es algo difícil de explicar, lo vives intensamente porque cuidas de ella en todo momento y vas viendo cómo crece. Es muy bonito», confiesa. Entre su pandilla fue toda una novedad: «Todas mis amigas tenían hermanas o hermanos mayores, pero ninguna tan pequeña. Siempre me comentan ‘cómo creció’ o ‘qué guapa es’ y a mí me encanta».

Para Carmen su hermana mayor es su ídolo, el espejo en el que se mira. «Me intenta copiar en todo. Desde mis gestos, hasta cómo me doblo el bajo del pantalón, a los dos minutos está haciéndolo ella. Siempre me pregunta qué ropa me voy a poner e intenta vestirse igual o me pide que le regale la ropa que yo ya no me pongo», relata Celsa. Las dos se llevan bien, pero tienen las típicas peleas de hermanas. «Aunque haya tanta diferencia de edad a veces también nos peleamos. Yo intento hacerla rabiar y Carmen no se da cuenta de que es una broma y se enfada». La pequeña quiera llevar el ritmo de la mayor, pero no puede.

«Cuando salgo de fiesta, por ejemplo, ella no entiende que solo tiene 8 años y que todavía es muy joven para salir. Se lo explicamos, pero se enfada toda por no poder salir también. Quiere ser una chica», cuenta Celsa. Carmen celebrará este año la Primera Comunión, y Celsa está reviviendo ese momento con ella. «Guardamos mi vestido y a mí me haría mucha ilusión que Carmen llevase el mismo, pero ella dice que quiere estrenar uno».

DIFERENCIA DE CARACTERES

Celsa, la mayor, es abierta y espontánea. Carmen, la pequeña, es tímida y muy dulce. «Además de la edad también nos diferencia nuestra forma de ser». Hace cuatro años Celsa se fue a vivir a Ourense para estudiar Turismo. Y la pequeña Carmen espera a que llegue el fin de semana para compartir confidencias de hermana. «Me gusta que juegue conmigo, aunque no siempre me hace caso», confiesa mientras Celsa la mira con amor de hermana mayor. «Cuando vuelvo a casa el fin de semana siempre me recibe con algún dibujo. Al final, aunque nos llevemos tantos años intentamos pasar mucho tiempo juntas», reconoce Celsa. En el colegio, Carmen solo tiene palabras buenas para su hermana mayor, su heroína. «Siempre se lo dicen los profesores a mi madre cuando tiene una reunión». En casa, todos los fines de semana hay sesión de peluquería: «Siempre quiere peinarme y yo me dejo. Además, ¡con solo 8 años hace unas trenzas de boxeadora perfectas». Son diferentes y tienen una relación especial, pero la edad no cambia el hecho de que sean hermanas. «Y así es como me ve Carmen y me gusta».

MARCOS MÍGUEZ

«As miñas fillas lévanse 17 anos»

La vida te da sorpresas y algunas son definitivas. Como el embarazo de Pili, a los 18 años, la protagonista de este reportaje. Estaba emigrada en Liechtenstein con su hoy marido, Javier, y ante la llegada de su bebé decidió que lo mejor era dar a luz en Galicia. Para aquí se vino entonces esta gallega de Muxía, aunque al mes de tener en sus brazos a Karina, que es como se llama su primera hija, decidió que la única manera de darle una vida mejor era volverse a marchar al extranjero para trabajar allí junto a su pareja.

«Deixei á nena oito meses coa miña nai, pero logo xa se me fixo moi duro e decidín volver para criala eu». «Nese momento, aos 18 anos, sénteste como unha ignorante en todo, tamén no que se refire ao parto, porque pensas que ao mellor non é tan malo; pero eu paseinas duras, duras, non se paría con epidural e foron moitas horas para dar a luz a un bebé de catro quilos. Estiven desde as 11 da noite ata as 3 da tarde do día seguinte para parila», cuenta Pili, que en aquella época sentía que era una mujer «con moita forza», que nunca echó de menos ni salir con sus amigas ni pensó que se había perdido nada por tener un hijo tan joven.

«Eu levaba unha vida de adulta, foi todo transcorrendo ben, non era de saír, se non tivera sufrido moito máis. Iso si, como se adoita dicir, a ignorancia é moi atrevida. Cando pensas todo tes medo de todo, cando non o pensas non tes medo de nada, así que eu non tiña medo».

Pili y Javier vivieron esa etapa con las dificultades de una pareja joven que comienza y le faltan todas las comodidades, un matrimonio que trabaja y que no tiene mucha ayuda para cuidar de su única hija porque tanto los padres de él como los de ella estaban en Muxía, y ellos en Coruña. Lo peor fue compatibilizar los horarios y tener la sensación de que «a filla non se estaba criando coa orde que correspondía». «Eu ?dice Pili? sentía que non chegaba a todo, por aquel tempo traballaba nunha tenda de deportes e moitas veces tiña que ir de tarde, ademais dos sábados, e algún domingo. Como a gardería pechaba ás oito e media da tarde corría para recoller a Karina e tiña que levala comigo ao traballo; e todo hai que dicilo, nunca me puxeron problemas por iso, ao contrario». Con todo, Pili decidió que ese ritmo era difícil para atender a una niña, con lo que cuando ella tenía 7 años, decidió que su cuidado era su prioridad y fue buscando formas de ganarse la vida sin que Karina estuviera tanto tiempo sin su atención. En esa época, aunque la niña le pedía un hermano o una hermana, ni se le pasaba por la cabeza. «Era moi complicado, eu non podía ter máis fillos pola falta de tempo e as formas de traballar que había entón», confiesa esta madre entregada ahora a la crianza de dos.

A POR OTRO BEBÉ

Porque las cosas se pusieron de cara pasados los años. «A vida mellorou, meu home fíxose autónomo, puidemos facernos cun piso propio, e cando cumprín os 35 anos decidimos ir a por outro bebé», relata. «Cando Karina soubo que ía ter unha irmá caíanlle as bágoas da emoción, e iso que se levan 17 anos», dice.

¿Hay mucha diferencia a la hora de criarlas? «Si, eu creo que coa maior tiña máis enerxía, máis paciencia, podía con todo; agora estou máis cansa, pero pola contra disfrutei moito máis coa pequena. De Lara ?a miña segunda filla, que agora ten 5 anos? non me quixen perder nada de nada». Así lo siente Karina, su hermana mayor, que va a la Universidad y ayuda como una segunda madre. Mientras apunta que jamás tuvo celos, no duda en asumir que es ella la que en el cuidado de la pequeña pone más rigor. «Eu son máis estrita que a miña nai, a min faime máis caso, eles mímana máis». Pili lo confirma: «Nós cedemos máis con ela; faime graza porque cando miro para Karina véxome a min cando a tiven a ela, na xuventude es moito máis esixente». Esa es la otra suerte de Pili, que además de una hija mayor, tiene una segunda madre para Lara que, por supuesto, está encantada con toda esa atención.  

«Soy su segunda madre»

«No me lo esperaba, la verdad». Sara recuerda el momento en el que supo que iba a tener una hermana, su primera hermana. Carlota nació en noviembre del 2016. Sara tenía 16 años y acababa de trasladarse a Hawái para pasar un año de intercambio allí. Vivió los primeros pasos de su hermana con mucha emoción a través de FaceTime y con muchas ganas de conocer a la personita que había llegado a su casa. «No sabría explicar lo que se siente. Al principio fue muy raro, además, como estaba en Hawái estudiando no viví sus primeros pasos y cuando volví era extraño tener un bebé en casa, pero cada vez me va gustando más y queriendo más, es un sentimiento muy bonito», confiesa Sara, que en enero cumplió los 18.

La mayor de la casa reconoce que siempre había tenido ganas de tener un hermano, sobre todo cuando era pequeña. «Al hacerme mayor cada vez esa idea de tener una hermana estaba menos presente, hasta el año pasado cuando vino Carlotita». Se le cae la baba mientras habla de la pequeña, a la que mira con ojos tiernos. Carlota le devuelve la mirada. Todavía es muy pequeña, pero entre ellas hay complicidad. A su lado está Paula, la madre de las dos. Las miras y no puede evitar mostrar su felicidad: «¡Soy la persona más feliz, son lo mejor del mundo!». Para Paula contar con la ayuda de Sara como hermana mayor es fundamental: «Me apoyo y le consulto mucho en todo lo que tiene que ver con Carlota. Ella tiene esa sensación de hermana, pero con la perspectiva de los años y es algo muy bonito».

Después de casi 17 años siendo hija única, Sara reconoce que no nota la diferencia ahora que comparte casa y familia con Carlota. Solo por la mañana: «Se madruga más porque se despierta a las seis y media, pero una se va haciendo al horario», bromea. «Creo que la diferencia entre ser hijo único o no dependerá de la madre y de la familia en general que tengas. Mi madre la verdad es que me sigue prestando la misma atención que antes de que naciera Carlota, o incluso más», confiesa la mayor de la casa.

NO TENGO QUE REÑIRLE

Sara ve los casi 17 años que las separan como una oportunidad. «Lo mejor de la diferencia de edad es, sin duda, que voy a ser como su segunda madre, pero puedo consentirle cosas y no tengo que reñirle». La hermana que todo el mundo querría tener: la que te cuida y te protege cuando lo necesitas, la que te regala su ropa chula y la primera que te enseña a disfrutar de la vida. Sara lo tiene claro: «Espero ser esa persona a la que recurra siempre y ser la hermana mayor que siempre va a estar a su lado».

Entre sus amigas, Sara es la sensación:«¡Me dicen que es monísima! Y, de verdad, sí que lo es». En su pandilla Sara no es la única que tiene una hermana a la que le lleva tanta diferencia de edad. «Una de mis mejores amigas también tuvo un hermano el año pasado y estamos pasando por lo mismo. Cuando crezcan un poco las dos podremos hacer cosas juntas con ellos, y eso me hace mucha ilusión». En casa Sara intenta ayudar a su madre. «Quizás a veces debería hacerlo un poco más», reconoce. «Ahora estoy estudiando segundo de Bachillerato y no nos cuadran mucho los horarios, pero cuando acabe y tenga más ratos libres espero poder pasar más tiempo con ella».

Les quedan muchos momentos juntas, pero ya tienen sus propias anécdotas. «A veces nos vestimos iguales con la marca de mi madre, Love it Sara», cuenta la mayor. También se acuerda de la primera caída de Carlota: «Empezaba a dar sus pasos sola y la solté muy pronto. Se cayó al suelo con la boca y tengo la caída grabada. Fue muy graciosa, pero me asusté mucho», cuenta. «Otro día entró en mi habitación y se llevó el papel higiénico. Yo hice como que lloraba y volvió para darme un trozo de papel y que me secase las lágrimas. Me quedé flipada y me empecé a reír y ella conmigo. Ahí me di cuenta de que, aunque sea un bebé, es muy lista». Aquí hay amor de hermanas y del bueno.