Abuela con 46, bisabuela con 64, tatarabuela con 85

YES

MARCOS MÍGUEZ

21 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El día de San Valentín vino al mundo Martina Sánchez López. Una niña que representa la quinta generación de mujeres de la familia. La mayor, Herminia Lamas, tiene 85. La madre de la pequeña se llama Jessica López y decidió esperar a tener descendencia y no seguir la tradición familiar de ser mamás muy jóvenes. «Yo fui la que más tardé en dar a luz. Si llego a haberla tenido antes quién sabe si podríamos llegar a coincidir seis generaciones», comenta esta mujer de 28 años. Su madre, Paula Fernández, es abuela con 46 y la bisabuela, María del Carmen Cotelo, tiene 64. Jessica me cuenta una anécdota preciosa. «Cuando fui a probarme el vestido de novia fuimos las cuatro». No creo que existan muchas personas que hayan tenido la oportunidad de acudir a esa cita tan importante con su madre, su abuela y su bisabuela. La ahora tatarabuela vive sola. Se las apaña bien, pero cada vez le da más pereza bajar a la calle. «No contaba con llegar a ver a una tataranieta», confiesa esta veterana de la vida que rompe a llorar cada vez que ve a la pequeña de la familia. Y como Jessica vive en un cuarto piso sin ascensor de la avenida del Ejército de A Coruña, la tatarabuela se ve obligada a un sobreesfuerzo tremendo cada vez que la visita. Esta Herminia no es la de la ficción de la serie Cuéntame. Es real, y tiene que subir los cuatro pisos. Arriba le espera Martina.

COCINA DE RÍO

¿Cuántos productos de río comemos? Lamprea en esta época, truchas, y algún afortunado, salmón. No muchos más. Invitado por Pablo Pizarro, del restaurante Bocanegra de A Coruña, acudí a una divertida cena preparada a cuatro manos. El argentino-gallego Pizarro contó con la colaboración del denominado Chef del Caviar, Diego Gallegos, brasileño de nacimiento y malagueño de adopción que está el frente del restaurante Sollo de Fuengirola. Mucha fusión en la sangre de los responsables de los fogones esa noche mágica. Lo mejor, el tartar de salchichón de trucha sobre pan de pergamino y huevas en trajinero, un vino oloroso de la zona del cocinero invitado. Y me pareció imponente la lubina con berberechos y limón de Pizarro. «Este plato siempre es una apuesta segura», comenta.

El bollito de vapor de choquitos en su tinta y el calamar japo sobre tomate andino y espuma oriental estaban sabrosos, pero quizás no los deberían haber servido en el mismo menú. No casaban demasiado bien tan seguidos y el calamar me pareció demasiado grande para un menú nocturno largo y estrecho. Pero me lo comí como si no hubiese un mañana. Sorprendente el esturión con setas y trufa, y arriesgada, aunque acertada, la apuesta de Pizarro por acabar con un poco de lamprea «ligerita». Dos postres muy sabrosos y digestivos completaron esta apuesta en el que el río fue protagonista casi al cien por cien. Aunque la idea del cocinero Pablo Pizarro no era elaborar un menú exclusivo de productos fluviales, le gustó mi sugerencia. Estamos en el país de los mil ríos y por qué no elaborar una propuesta enteramente fluvial. Igual algún local ya lo ofrece y lo desconozco. Recuerdo hace cantidad de años cuando se iba a locales de Sigüeiro o Ponte Caldelas a tomar auténticas truchas pescadas en el río, no de piscifactoría. Los tiempos y las legislaciones han cambiado mucho desde entonces. Seguro que Herminia tomó muchas truchas de las de verdad cuando era joven y la tataranieta nunca lo hará, salvo que haya algún pescador amigo de esta familia de cinco generaciones.