Michelle le dio permiso a Obama para ser presidente

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MARCOS BRINDICCI

Ella tuvo la última palabra, eso y mucho más nos desvela la primera dama por excelencia de los Estados Unidos en sus memorias, que nos dibujan a una mujer tenaz que venció sus inseguridades

24 nov 2018 . Actualizado a las 18:52 h.

Michelle fue mucho más que un gran activo durante la campaña electoral y la etapa presidencial de Barack Obama en Estados Unidos. De sus labios salió el permiso que tanto ansiaba su marido para presentarse como candidato a presidente, un sí que puso punto y final al pulso marital que mantuvieron los dos, dado que ella no era para nada partidaria de que él diese el paso. Un sí que, como ella misma reconoce en sus memorias, pronunció convencida de que supondría un batacazo para Barack, enfermizamente optimista. Se equivocó. Como también se equivocó durante los años previos, en los que él luchó empedernidamente por hacerse un hueco en la política mientras ella lo observaba preocupada por su insaciable ambición terminaba en batacazo. Una lucha en la que ella cedió ante las interminables esperas mientras se derretían las velas y se enfriaba la cena.

Jamás creyó Michelle que se sorprendería rebajando sus propias ambiciones, un rasgo que comparte con su esposo, para dejarle prosperar. Claro que él era brillante y tenía una confianza y una seguridad en sí mismo que le impedían cortarle las alas, por mucho que le costase seguirle el vuelo. Pero vaya si se lo siguió. Pieza fundamental en su estrategia política, su arrollador carisma creó a su alrededor una expectación equiparable a la que despertaba el propio presidente, y que hace que muchos se pregunten si se presentará ella como candidata a las próximas elecciones. Una duda que despeja en su libro: «No tengo la menor intención de presentarme a un cargo público, nunca».

NADIE APOSTARÍA POR ELLOS

Quién le iba a decir a esta mujer que el retrato de Barack y el suyo estarían colgados en la National Portrait Gallery de Washington. «Dudo que alguien, al analizar nuestra infancia, nuestras circunstancias, hubiera predicho jamás que acabaríamos en una de aquellas salas», reconoce Michelle, que, sin embargo, siempre tuvo clara su vocación de servicio público, lo que hizo que abandonase la carrera como abogada que tanto esfuerzo le costó asumir a sus padres y que estudió en la Universidad de Priceton, no sin cierto sentimiento de culpa. Fue en esa etapa cuando conoció a Barack, un prometedor estudiante de Derecho que iba a hacer las prácticas de verano en su bufete. A ella la designaron su mentora, así que se dispuso a esperarle. Llegó tarde, algo que saca de quicio a Michelle. Aunque le pareció atractivo y sabía del revuelo que ya había causado en la oficina, no le gustó en un primer momento. Tras su primera comida juntos, presenció con horror cómo él se encendía un cigarrillo. Pero eso no impidió que con el paso de los meses se enamorasen. «Creo que deberíamos salir», le espetó Barack. «¿Cómo?, ¿tú y yo? Ya te he dicho que no quiero salir con nadie. Y además soy tu orientadora», respondió ella. Él, como siempre, sonrió: «Como si eso contara. No eres mi jefa. Y eres bastante mona». Así empezó una relación que sellaron con una boda para la que ella tuvo que convencerle, ya que él no tenía ninguna prisa. «Bueno, espero que con esto te calles», le dijo socarrón después de sorprenderla con el anillo de compromiso tras discutir con ella en el restaurante haciéndole creer que, definitivamente, no habría boda.

Después llegaron Malia y Sasha con sendos tratamientos de fertilidad y, más tarde, un inciso en el que acudieron a terapia de pareja para unirse todavía más ante la candidatura de Barack, su victoria y su entrada en la Casa Blanca, «lo más parecido a un hotel de lujo, pero en el que los únicos huéspedes sois tú y tu familia», matiza. Y aquí entra su madre, Marian, el pilar fundamental ante sus ausencias y viajes oficiales. Pero en las páginas de Mi historia se perfila todavía más: «He sido estudiante negra de clase trabajadora en una elegante universidad cuyo alumnado es mayoritariamente blanco. He sido la única mujer, la única afroamericana, en lugares de todo tipo. He sido novia, madre primeriza estresada e hija desgarrada por la tristeza [su padre murió por una esclerosis múltiple que le fue degenerando a lo largo de los años]. Y hasta hace poco fui la primera dama de Estados Unidos».

Michelle pasó casi toda su infancia oyendo el sonido del esfuerzo. Y no le quedó más remedio que entender que el color de su piel le hacía vulnerable, como el día que una prima lejana le preguntó por qué hablaba como una niña blanca, o cuando a su hermano Craig lo detuvo la policía tras estrenar su bicicleta nueva, porque era impensable que un negro se la hubiese comprado de forma honrada sin robarla. También cuando la orientadora universitaria le dijo que dudaba de si daría la talla para Princeton. Y de su respuesta mental, nació su lema: «Te vas a enterar». Y nos enteramos todos.

«Cuando todo termina, cuando sales por última vez de la dirección más famosa del mundo, en muchos sentidos tienes que encontrarte otra vez a ti mismo». Y en eso está, disfrutando de poder abrir de nuevo las ventanas y de salir descalza al césped de su porche sin causar revuelo. Michelle sigue siendo la de siempre.