Nosotros lo hacemos todo juntos y revueltos

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ANGEL MANSO

ESTA FAMILIA ES UN EQUIPO Dos hermanos que trabajan codo con codo, un matrimonio de socios, una piña de 42 primos-amigos. En casa se juega mejor el partido

09 dic 2018 . Actualizado a las 20:11 h.

Se llevan solo 15 meses y llevan toda la vida juntos. No se recuerdan el uno sin el otro, admiten los hermanos Chao Fernández, perfectos complementarios que invirtieron el orden de sus apellidos en el 2003 (antes eran Fernández Chao) para que no perder la singularidad de la madre. «Yo quería hacerlo antes, pero mi hermano se opuso...», dice la mayor, Rocío. «No lo recuerdo...» , bromea el pequeño, Aurelio. Y eso que ella se ve más Fernández por carácter, y a él más Chao, pero la música la llevan los dos en los genes y allá donde van. Su empeño, que el solfeo no sea feo, sino emocionante, divertido, vital. Nacieron con ello. «Nuestro tío Pepe [Xosé Chao Rego] tenía un piano que había comprado mi abuelo para nuestro tío Ramón. Aquel piano estaba lleno de polvo en una esquina de la casa parroquial de Santa Mariña, en Ferrol, y un día llegó a nuestra casa», recuerda el benjamín de este tándem que recuerda que de niños Rocío le robaba las chocolatinas... «Papá y mamá le decían: ¡Espera que crezca!». Crecieron juntos, en la vida y en la música, y aún recuerdan aquel primer viejo piano que llegó a casa «¡con un ratón dentro!». Un ratón de verdad, entonces (eran los 70) nada era tecno. «Yo debía de tener 5 años -dice Aurelio-. Fue cuando empezamos a tocar». De pequeños se chinchaban como hermanos, pero no se declaraban la guerra para tocar las teclas. «Más bien la que peleaba era nuestra madre», matiza Aurelio sobre la mujer («poco convencional, avanzada para su época, era más de cocinar papá...», cuentan) que les dio la vida y la pasión que convirtieron en oficio. Los dos hermanos se formaron en piano y obtuvieron el título superior de solfeo. Y los dos dan clase en la Facultad de Educación de A Coruña. «Y donde yo no llego, siempre está él», valora ella, que advierte que la música es el mejor gym para el cerebro.

LA QUE MANDA EN CASA

«Peleas grandes no tuvimos», asegura Aurelio. «Somos diferentes, antitéticos, quizá por eso nos llevamos tan bien», suma Roció. Toda pasión tiene su historia. «Nuestro abuelo fue emigrante en Cuba, en La Habana. Volvió con menos dinero del que se fue, se lo gastaba todo en ópera. Es una forma de hablar..., porque juntó el capital suficiente para, al volver, montar el Hotel Chao», relata Aurelio. «La obsesión de mi abuelo fue que todos sus hijos supiesen tocar un instrumento. Era otra época para las mujeres, así que a sus hijas no las obligó a tocar, pero les permitió hacerlo. Todas las hijas de mi abuelo tenían formación musical [tuvo tres hijas y tres hijos] y nuestra madre fue la que más se empeñó de las chicas en que sus hijos tuviesen también esa formación», dice Rocío. «Desde pequeños, nos daba clase en casa. Luego empezó a llevarnos al conservatorio en taxi, de Vilalba a Lugo, tres veces a la semana. Se sacrificó», explica. «Era duro... Yo me quedaba dormido en el coche», dice Aurelio, que con 14 años pillaba un bus a las 7.00 los sábados para ir a clase todo el día a Santiago. La música era la que mandaba en casa.

La adolescencia no desafinó su relación, pero fue «más centrada» la de Rocío, dice ella mirando a Aurelio con aplomo de hermana mayor. «Siempre fui un poco la madre de mi hermano -sostiene-. Yo era la responsable, la que decía: ‘Hay que estudiar. Hay que hacer esto...’. Es el recuerdo que tengo». «Pues yo no lo tengo, ja, ja, ja», opone él guiñando un ojo. «Mi hermano es el padrino de mi hija mayor, pero todos, mis tres hijos, le llaman padrino», me cuenta Rocío cuando se va Aurelio con la música a su clase. Dos hermanos, un equipo. Y una big band de alumnos volcados, con los que sienten que siempre juegan en casa.

 

XOAN CARLOS GIL

«Somos más de 40 primos-amigos»

Quien tiene un primo tiene un tesoro, quien tiene cuarenta, multiplica riqueza. Aunque los Cominges de Vigo no se ponen de acuerdo para determinar cuántos son. Según Roque, portavoz natural de esta piña que nació y creció unida, son 42, pero si preguntas a Samuel, primo de Roque y padrino de una de sus hijas, la cosa cambia. Pero no es problema. «Nuestras madres y padres son 12. Es una familia de muchas hermanas que han cuidado el vínculo. Muchos de sus hijos vivimos en Vigo, la mayoría, y nos juntamos todos los veranos en Canido. Mi abuela materna murió hace años, pero su casa, la casa de Canido, se ha mantenido como propiedad familiar y es el centro neurálgico de nuestras reuniones», relata Roque, que explica que, cuando empieza la temporada cálida, comienzan a florecer, poco a poco, primos y sobrinos por el jardín de la casa familiar de Canido.

HIJOS DE BUENAS TÍAS

La Nochebuena es otro pilar de las primadas. Este equipo familiar comprende varias generaciones, una amplia franja de edades que va de la pequeña, Feli (32 años), al primo mayor, que estará en torno a los 65. «Yo diría que el mayor es Agustín... pero no estoy seguro, jajaja», admite Roque. «Ha habido Nochebuenas que nos juntamos 70 y otras que no llegábamos a 25, hay que repartirse con las familias políticas... Creo que este año seremos 20 más que el año pasado, en torno a 40», estima en un cálculo rápido.

El cumpleaños de Victoria, la tía mayor, que este año cumplió 90, marca la gran xuntanza de agosto de una piña sana y longeva. Esta es otra de las reuniones felizmente instituidas por los primo-amigos. «Nuestras pandillas, más que de amigos, son de primos. Yo siempre digo: ‘Tengo un primo que...’, y me preguntan: ‘¡Pero a ver... cuántos primos tienes?’». En Vigo hay un inmueble al que llaman edificio Cominges, prosigue Roque. «Ahí viven todas mis tías, y de vez en cuando vamos apareciendo primos. Es un centro de reuniones importante», detalla.

Los cimientos de esta unión son sólidos. «Mi familia nos ha educado con un principio imposible de romper: nada importa más que el lazo que nos une. Y esto quiere decir que ningún tema feo de dinero o conflicto puede desunirnos. No hay rencillas que no podamos superar los primos, que juntos nos apuntamos a todo. Y siempre que nos vemos nos alegramos tanto de encontrarnos que después nos vamos de copas y nos dan las dos o las tres de la mañana». Nunca es tarde si la noche es buena...

«Yo soy la reina Pecas, y él, el rey en la sombra»

Estefi Martínez construye día a día mano a mano con su chico, Javier, y mucha ayuda de sus padres a Pedrita Parker. Esta heroína con gafotas firma productos con lemas como: «Cuantas más piedras encuentre en mi camino, más grande construiré mi castillo». ¡Ea! Esta pareja de socios vive un momento especial; hace 18 meses que nació Eneko, su pequeño, que da aún más vida a esta piña malagueña con raíces gallegas, en Coristanco. «Al niño le he puesto un nombre vasco», se ríe Estefi, que aprecia las mejores patatas del mundo entero, y a la que su padre, haciendo honor á terriña, propuso Antón. «A lo mejor p’al siguiente niño, si me animo», desliza ella para contentar al abuelo. Ellos lo hacen todo juntos y revueltos desde que Estefi puso la semilla de Pedrita, esa marca de «diseños con mucho amor y poca vergüenza» que parió en el 2013. «Toqué fondo. Volvía de estudiar en Estados Unidos, con un máster, y un doctorado, pero no encontraba un trabajo acorde», cuenta quien hizo de su hobby, dibujar, un trampolín para el éxito a través de las redes. Al principio se lo montó sola, pero su empresa empezó a crecer e írsele de las manos, y llegaron otras manos para hacer equipo, las de Javier. «Yo soy la reina Pecas, y él, el rey Pelón, que está en la sombra», dice Estefi con humor, sin olvidar que su chico «dejó un buen puesto de trabajo en una tienda online grande de Málaga para apostar por la Parker». «Esto de tener todos los huevos en la misma cesta da miedo», dice ella. Pero el riesgo tiene su premio, aunque empezasen acabando el mes en números rojos. Los padres de Estefi han sido ejemplo para la Pecas. También ellos son un tándem dentro y fuera de casa. «Montaron un restaurante de carne a la brasa ¡que era el rey del pescaíto frito!», ríe Estefi. «Yo nunca me planteé que iba a trabajar con mi pareja, pero la vida te lleva... Cuando creamos la S.L. nos hicimos socios. Hoy Pedrita somos seis personas, y nos vamos de vacaciones juntos», cuenta la jefa. ¿Pero Javier y tú separáis lo personal de lo profesional? «Fue complicado. Empezamos a trabajar en nuestra casa de 52 metros cuadrados. Hasta que, almacenando productos, nos quedamos sin salón ni dormitorio ni nada. Un día nos miramos y dijimos: ‘Tenemos que separar el espacio personal del profesional’». Y se buscaron un estudio, «que en realidad ¡es una casa! Mi despacho está en el dormitorio». Empresa... dulce hogar, a veces.

Pareja desde hace nueve años y socios desde hace tres, Estefi y Javier son, dicen, el equipo perfecto. «Yo soy la cabeza loca, siempre en las nubes, y él, los pies en el suelo». Y los padres de ella, los dedicados abuelos de Pedrita Parker y el pequeño Eneko, que ya da sus primeros pasos...