El reto de los diez años

Fernada Tabarés

YES

Internet

24 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El cataclismo de la crisis del 2008 sirvió entre otras cosas para constatar que a los economistas se les dan mejor las autopsias que los pronósticos. Pocos adivinaron el sombrío futuro que deparaba la globalización y la desregulación económica y durante unos cuantos años anduvieron como zombis contando cadáveres. Esta incapacidad para anticipar ciclos económicos de forma fiable confirma, en realidad, que detrás de cada adivino hay un estafador y que el devenir de los acontecimientos siempre está sujeto a lo imprevisto.

Hay un ejercicio muy entretenido que pasa por diseccionar las predicciones y compararlas con lo que después sucedió. En el año 1977 el fundador de DEC Ken Olsen sentenció que «no hay ninguna razón por la que alguien quiera tener un ordenador en casa», un pronóstico que enseguida demostró que el ingeniero estadounidense disfrutaba de unas formidables dotes adivinatorias. Y en 1995, Robert Metcalfe, inventor de Ethernet predijo que un año después Internet se convertiría «en una espectacular supernova que colapsará catastróficamente». Son solo dos ejemplos de las dificultades que entraña predecir un futuro sujeto siempre a los giros más imprevistos.

ENTREGA DE DATOS

Puede que lo más interesante de la expansión a veces bulímica de la tecnología sea esencialmente psicológica. Gigantes como Facebook se han rebelado como grandes conocedores de la debilidad humana porque con una gestión muy inteligente de los egos y las vanidades están consiguiendo que de manera voluntaria les entreguemos cada día información y detalles de nuestra intimidad y nuestros bienes que enseguida convierten en dinero e influencia. Un volcado constante de datos que bien interpretados explican que personajes como Donald Trump se haya convertido en presidente de Estados Unidos lo que demuestra que es la tecnología la que marca ya las reglas de la democracia y de nuestra forma de relacionarnos en el planeta Tierra. Palabras mayores.

El último ejemplo de vanidad colectiva la vivimos estos días con el reto de los diez años lanzado al éter por Facebook. Millones de personas han compartido imágenes de su presente y su pasado reciente para forzar un piropo sobre la capacidad que cada uno tiene de envejecer como dios manda. Hay algo enigmático en esa convicción que tanta gente comparte sobre el interés que sus vidas despiertan en los demás, en unos demás que además son perfectos desconocidos convertidos en amigos por los listillos de Facebook.

La cuestión es que un juego aparentemente inofensivo podría no serlo tanto. Como a estas alturas ya todos dudamos de las verdaderas intenciones de los gurús tecnológicos, hay muchos que a estas horas especulan sobre qué hay detrás del 10yearschallenge que tanto nos ocupa estos días. Una de las teorías más secundadas advierte sobre el desarrollo de programas de reconocimiento facial, el próximo escalón de la explosión digital, y la generosidad con la que todos estamos facilitando información valiosísima para desarrollar los correspondientes algoritmos. Pero todo sea por salir mono en la foto y recibir muchos me gusta.