Así sé que mientes

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CUANDO ES MÁS FÁCIL COGER A UN COJO Las mentiras dejan huella, pero hay que estar muy atento para poder detectarlas. En la expresión de su cara, en sus manos y su discurso está la clave

24 mar 2019 . Actualizado a las 15:01 h.

Reconócelo. Tú también mientes y si dices que no, no estás siendo sincero. Partiendo de esa base, de que la mentira forma parte de la naturaleza humana, no decir la verdad supone un esfuerzo cerebral que hace que caigamos en contradicciones en nuestro discurso y en gestos que nos delaten. Existen profesionales capaces de analizar si una persona miente. José Luis Martín Ovejero es uno de ellos. Este experto en comunicación no verbal analiza en su web martinovejero.com hasta ocho indicadores de engaño: «Lo primero que hay que decir es que hay que conocer muy bien a la persona para saber si miente o no, porque puede ser que sea una persona nerviosa y se toque el cuello o el cabello de manera reiterada o que gesticule habitualmente. También hay que saber que el estudio de esta materia requiere de mucho entrenamiento para detectar el engaño. Y que aunque veamos dos o tres señales, no significa que esté mintiendo esa persona. Se necesitan más indicadores. Y por último, que nunca existe un 100 % de seguridad sobre si alguien está mintiendo», explica Ovejero. Con estas premisas, analizamos las principales pistas en las que se fijan los expertos para saber si alguien no dice la verdad o, al menos, si no está seguro de lo que está diciendo.

EL ROSTRO NOS DELATA

Es uno de los principales indicadores de engaño porque el gesto en la cara aparece de forma casi inmediata y aunque la parte más racional del cerebro trate de corregirlo, siempre llega tarde. Pero debes estar muy atento porque este primer gesto solo durará un cuarto de segundo: «Es el lado límbico el que actúa, mucho más primitivo. El estímulo se lanza inmediatamente, sin que seamos conscientes. Requiere de mucha experiencia para detectarlo», dice este experto. Si este gesto en el rostro casi innato no se corresponde con las palabras, con el discurso de la persona, se convierte en un indicador de engaño. «Si alguien dice que se le ha perdido un perro, debe mostrar en su gesto tristeza o si dice que ha visto a un fantasma, de miedo. El mentiroso nos va a contar una historia por la que está triste o enfadado, pero en su rostro no vamos a ver esa tristeza o ese enfado», asegura Ovejero, que incluso confiesa que se dan casos en los que se ofrecen mensajes contradictorios: «Hace bastantes años salió una mujer en los medios de comunicación pidiendo ayuda porque sus hijos habían desaparecido. ¿Qué deberíamos ver? Tristeza. Sin embargo, si analizábamos ese vídeo no solo no veíamos tristeza, sino que veíamos fugaces sonrisas. Hoy está en prisión por el asesinato de sus dos hijos», explica.

LAS MANOS

Cuando estamos convencidos de algo utilizamos gestos ilustradores a través de las manos. Se convierten en el acompañamiento de nuestras palabras y nos sirven para enfatizar lo que decimos, también comunican. «¿Qué le ocurre al mentiroso? Que las manos desaparecen. Se congelan. Se da el efecto estatua. El cerebro está trabajando a dos mil revoluciones y lo primero que abandona es la gestualidad en las manos».

GESTOS MANIPULADORES

La persona que miente pasa de los gestos ilustradores a los manipuladores: «Sabe que miente y su cerebro está inquieto, nervioso, no está a gusto. Necesita descargar esa tensión nerviosa. Lo hará a través del contacto físico. Por eso deja de ilustrar con sus manos y empieza a manipular objetos como alguna joya, el reloj, la ropa, un bolígrafo... o también su propio cuerpo: la frente, el cabello... puede echar mano de diferentes partes de su cuerpo... Estos gestos manipuladores reflejan que la persona está particularmente nerviosa», aclara.

EFECTO FUGA

Otro de los errores que comete la persona que miente es el efecto fuga. El cuerpo se coloca en posición de salir corriendo: «Cuando alguien miente, tiene dos emociones que se incrementan: la culpa y el miedo. Y esto hace que el cerebro piense que quiere salir corriendo, y aunque mentalmente se pueda controlar, su cuerpo da muestra de ello. Por ejemplo, moverse en el asiento hasta el punto de que parezca que no puede parar. También si está sentado y se agarra a los brazos de la silla y hace ademán de levantarse. Y si está levantado, sus pies se colocan en posición de fuga. El cuerpo no se dirige hacia el interlocutor al que habla, sino hacia fuera y como haya una puerta, los pies se dirigen hacia la puerta porque quiere salir corriendo».

NO DESCRIBE EMOCIONES

En cuanto al discurso, el que miente también comete errores: «Se centra en la historia principal y es muy raro que describa emociones y pensamientos. Por ejemplo, si dice que se le ha estropeado el coche, es muy raro que diga que pensó en coger un taxi y que ya volvería a buscar el coche o que sintió miedo porque se le estropeó en un descampado. Cuando mentimos el cerebro se tiene que multiplicar porque existen dos historias. Hay que coger la historia verdadera y arrinconarla en la última esquina de nuestra mente y, a la vez, hay que ir construyendo ese castillo de naipes que es la mentira», dice Martín Ovejero, que también explica que la verdad no es necesario memorizarla, en cambio la mentira sí: «Además, el mentiroso observa a la víctima del engaño. Tiene que darse cuenta de si el interlocutor lo está creyendo o muestra signos de duda o de incredulidad por si tiene que ajustar el discurso. Se multiplica la labor del cerebro y lo tiene que hacer todo a la vez, al mismo tiempo. Por eso comete errores», confiesa.

LA TERCERA PERSONA

Como se ha inventado la historia, el cerebro lo delata. Y por eso no cuenta la historia habitualmente en primera persona. Suele utilizar la tercera persona para expresarse, también se sirve de los plurales o de los tiempos pasivos en un claro lenguaje de distanciamiento.

PERFECTA CRONOLOGÍA

El discurso de una mentira es cronológicamente perfecto: «No tiene lapsus. Parece que está relatando una novela. Es una ficción que se ha inventado. Se puede descubrir si miente pidiéndole que cuente la historia al revés. Desde el final al principio o desde un punto determinado al principio. No puede porque se lo ha inventado en orden. En cambio, la persona que dice la verdad, sí. Al mentiroso le va a costar un grandísimo esfuerzo, hasta el punto de que se le va a notar que miente», asegura. También se le puede hacer otra prueba: «Preguntarle la historia pasada unos días o unas semanas más tarde. Lo va a contar exactamente en el mismo orden y con las mismas palabras. Y es que está memorizada. El recuerdo no puede hacer esto, pero la memoria sí», indica.

TIEMPO PARA PENSAR

Cuando se le saca de su zona de confort, necesita tiempo para preparar las respuesta. Para ganar ese tiempo, el que miente nos pide que repitamos las preguntas, nos responde con otras preguntas o utiliza silencios llamativos. También si mezcla los tiempos verbales del pasado con el presente, ¡cuidado! Recuerda que la mejor manera de coger a un mentiroso es preguntando. La verdad no teme a los interrogatorios.