Quiero un amigo en Galicia

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MARTINA MISER

06 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La ola de calor ha sido una inyección de identidad para los gallegos. Porque como registró García Márquez, la meteorología solía ser para nosotros un motivo de vergüenza, como si cada uno tuviésemos una responsabilidad intransferible en aquellos veranos en los que no salía el sol. El 11 de mayo de 1983, el escritor contó para El País su viaje a Compostela. Y escribió: «Llovió durante tres días, pero no de un modo inclemente, sino con intempestivos espacios de un sol radiante. Sin embargo, los amigos gallegos no parecían ver esas pausas doradas, sino que a cada instante nos daban excusas por la lluvia. Tal vez ni siquiera ellos eran conscientes de que Galicia sin lluvia hubiera sido una desilusión, porque el suyo es un país mítico -mucho más de lo que los propios gallegos se lo imaginan-, y en los países míticos nunca sale el sol». «Si hubieran venido la semana pasada, habrían encontrado un tiempo estupendo», nos decían, avergonzados. «Este tiempo no corresponde a la estación, insistían, sin acordarse de Valle-Inclán, de Rosalía de Castro, de los poetas gallegos de siempre, en cuyos libros llueve desde el principio de la creación y sopla un viento interminable, que es tal vez el que siembra ese germen lunático que hace distintos y amorosos a tantos gallegos».

Microclimas en cada leira

Puede que solo espíritus complejos como el de Márquez fuesen capaces de detectar que en nuestro minifundio climático y en esa prodigiosa capacidad de detectar microclimas por leiras residía la esencia de la diversidad. Para casi todos los demás, Galicia solía ser un territorio sombrío oculto por las tinieblas de un aguacero inclemente. Los hosteleros llegaron a hacer vudú con los hombres del tiempo, a quienes hacían responsables del desinterés de los turistas por una tierra que, por lo demás, estaba plagadita de prodigios. En uno de estos rifirrafes con las fuentes oficiales de información meteorológica, una asociación luguesa proclamó: «Estamos hartos; parece que el buen tiempo está solo en el sur. En Ribadeo también tenemos sol». Esa aclaración copernicana era necesaria. Por entonces, solo Pemán era capaz de interpretar la colosal partitura climática de este lugar del mundo en el que hasta los eslóganes electorales luchaban contra la lluvia, «vai votar aínda que chova» (y su resignada y ácrata adaptación, «aínda que votes non vai deixar de chover»).

Pero el cambio climático lo ha cambiado todo. Donde antes había vergüenza, ahora brilla el orgullo; donde antes sonaban las disculpas, ahora lo hacen las presunciones. Esta semana, toda Europa sucumbió al calor, que fue en realidad el calor del apocalipsis, porque eso es lo que destilan estos subidones febriles que padece la Tierra y que han venido para quedarse y para acabar con el mundo conocido. Toda Europa menos este territorio que vivió al margen del cataclismo climático. Los que antes esquivaban la lluvia gallega y sus setenta palabras para describirla, ahora buscan un amigo en Ribadeo.