Estúpidos

YES

ANA GARCIA

20 jul 2019 . Actualizado a las 15:24 h.

La foto de ese hombre zambulléndose en el lago de agua mineral del monte Neme para contradecir el bulo de cuatro gallegos raritos es el último ejemplo de estupidez humana. Nos detenemos mucho ahora en las memeces de los humanos, más que nada porque hay constancia gráfica de las mismas, un registro eterno de las sandeces que llevamos registradas en los genes y a las que las personas llevan sucumbiendo desde que somos bipedestres. La estupidez nos hace tan humanos como la inteligencia, pero tener constancia permanente de nuestra idiocia es demasiado insoportable. Así que es fácil apelar al apocalipsis social para considerar que vamos a la destrucción y que un síntoma evidente de la debacle es un sarampión epidémico de cretinismo colectivo cuando en realidad todo esto lleva pasando desde que somos. La diferencia es esa cámara de fotos que confirma que somos una especie con predisposición a la estulticia, una característica solo humana contra la que nos rebelamos como si cada uno de nosotros no fuésemos en ocasiones igual de estúpidos que todos los demás.

En el año 1985, cuando se intuía el universo colectivo que se nos avecinaba, un grupo de pioneros de Internet crearon los premios Darwin. Desde entonces distinguen a personas que han muerto haciendo el imbécil y un favor a la humanidad, al desaparecer del acervo genético su predisposición degenerada a ser unos mamarrachos. Se supone que sin esos individuos, la estirpe de los razonables tendrá muchas menos taras.

En estos años, han merecido un Darwin personas que hicieron malabares con granadas de mano; que dejaron cigarrillos encendidos en un almacén lleno de explosivos; que saltaron de un avión para grabar a paracaidistas sin ponerse el paracaídas; que iluminaron un depósito de combustible usando un mechero, aunque quizás el galardonado más popular sea Larry Walters, un californiano que ató cuarenta y cinco globos inflados con helio a una silla de jardín y estuvo volando sobre Long Beach durante cuarenta y cinco minutos y a una altura de 5.000 metros. Walters no murió, pero el jurado de los premios Darwin le concedió una mención honorífica al considerar que su peripecia merecía ser conocida por la humanidad. Influyó la multa que se le impuso por invadir el espacio aéreo americano sin autorización.

En realidad, Larry Walters y el nadador del monte Neme cumplen una única función: abrir una vía de escape a nuestra propia estupidez y darnos argumentos para compartir con los demás que nosotros nunca, jamás de los jamases, en nuestra perfección inconmensurable, como seres cabales y razonables que somos, hacemos el memo a diario.