Penurias de un futbolista

YES

WASHINGTON ALVES

10 ago 2019 . Actualizado a las 17:31 h.

El futbolista argentino Di María acaba de volcar en su cuenta de Instagram un relato completo de sus frustraciones como deportista de élite. Habla el hombre de la dureza de su vida, de los entrenamientos diarios, de los partidos el fin de semana, de las piedras en las zapatillas que le incomodan al correr, de los mohínes de su novia por estar tan ocupado, de las disuasiones de su familia para que mejore su endeble patrimonio académico y, en fin, de su exigente rutina tan parecida, al parecer, a una vida perra.

La charleta digital de Di María ha indignado al medio universo que conoce bien la excepcional vida de los futbolistas de élite y sus privilegios, el principal de los cuales es el dinero que Di María cobra por cada una de las patadas que le pega al balón en el transcurso de su desgraciada e incomprendida vida. Si se observan con una distancia cosmética las cosas del fútbol y sus criaturas es fácil detectar distorsiones que la miopía del argentino no hace más que confirmar. Están, ya sabemos, los inexplicables privilegios económicos de los clubes, con Hacienda mirando hacia otro lado en demasiadas ocasiones. Y está, por encima de todo, ese nosequé perturbador que tantas veces convierte un campo de fútbol infantil y modesto en una cosa violenta y desquiciada con los padres comportándose como energúmenos y azuzando a sus pequeños Messis con las supuestas fortunas que ellos, los encantadores progenitores, les adivinan en cada chute.

Todo forma parte, en realidad, de una convicción compartida por los que se sienten ungidos por el diosito fútbol, a estas alturas una cosa muy distinta a un deporte con sus valores clásicos puestos a disposición de la mejora del ser humano. Es un cosmos de privilegiados con reglas propias y una incapacidad manifiesta para palpar las hechuras reales de la vida. Un juego de poder y ambición en el que Di María entona un quejío insultante para los millones de personas que sí tienen una vida perra y que, con su afición por el fútbol, probablemente sean la callada explicación de la fortuna que él cobra por chutar en uno de esos domingos trágicos en los que sufre y sufre por no poder llevar una vida normal mientras las piedritas de la bota le incomodan el caminar.