Chanquete se muere el domingo

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07 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La culebrilla del verano ha sido la inesperada audiencia de una serie de televisión cuyo final hemos visto doce veces y la reinterpretación ofendidita de la historia con la que Antonio Mercero subyugó por primera vez a los telespectadores en 1982. El 28 de agosto pasado, Chanquete volvía a morir en las pantallas, aunque esta vez el óbito se amplificó en redes sociales, que por algo estamos en el siglo XXI. La reprogramación de Verano azul y el interés que sigue suscitando han sido una sorpresa para la 2 de TVE en una época de oferta infinita en la que decidir qué ver desde el sillón consume más tiempo que el visionado preciso de la historia. La gran serie de nuestros días, cuando en los próximos meses todas las plataformas que todavía están por venir se paseen ante nuestros ojos, será la de una atribulada mujer que navega entre mandos y recomendaciones y que, agotada al fin de tanto estímulo, apaga la tele y se lanza a las calles. Puede que nos aguarde un repunte de las tertulias en los bares, una salida masiva a los paseos, una aglomeración en las viejas salas de cine de espectadores atosigados por tanta mejor serie, gran documental, true crime y mockumentary. Ahí está el caso Verano azul para matizar el abandono pronosticado del consumo tradicional de televisión y para aceptar que hay cosas que no cambian tan rápido. Una serie emitida en los ochenta, de argumento conocido y resolución fijada en piedra en la memoria colectiva, se convierte en una de las cuestiones del verano por encima del último estreno o de historias contemporáneas filmadas con todos los medios del mundo. Entre los méritos de Verano azul está el haber sido una serie pre spoilers, un concepto ignoto en el 82 cuando días antes de la muerte de Chanquete se anunció que palmaba. Visto desde los ojos de hoy la maniobra nos resulta alucinante, aunque en aquel titular que todos recordamos, «Chanquete se muere el domingo», residía también la osadía de quien se atreve a poner fecha y hora al acto menos programable del mundo: el momento preciso de la muerte. La del mariñeiro de Nerja estaba en escaleta y esa certeza marcó a una generación. María Garralón, Julia en la ficción rodada en Nerja, explicó hace unos días que la decisión de desvelar uno de los giros de guion más dramáticos que se han vivido en la historia de la televisión, tuvo un sustento psicológico. Había que preparar a los niños que cada semana seguían la historia para un disgustazo así, esquivar una depresión colectiva, un shock generacional, lo que denota el umbral de inocencia en el que entonces vivíamos todos. En la época de Euphoria, con su descarnado y preocupante retrato generacional, las tribulaciones del Piraña resuenan hasta luminosas.