Flechazo a primera vista. Es lo que José Antonio sintió al tener a su nieto Iago en brazos. Un amor incondicional que también es correspondido por el pequeño que está encantado con su abueliño

SUSANA ACOSTA

Que nos perdonen los abuelos de otras zonas, pero los gallegos, nuestros abueliños, tienen algo especial. Son los más simpáticos, los más cariñosos, los más generosos y los más retranqueiros. Una combinación que nos lleva a decir alto y claro que son los mejores abuelos del mundo. Y no lo decimos solo desde aquí, también lo gritan sus nietos, con una caricia, una mirada o un simple beso. Pequeños gestos cotidianos que dicen mucho a nuestros velliños. Porque son muchos los nietos que están locos por ellos, por los abuelos con mayúsculas.

La pasión es mutua entre José Antonio García y su nieto Iago. 74 años los separan, pero eso no impide que estén así de unidos como en la foto. No es de extrañar que el flechazo por parte del abuelo haya sido instantáneo. Nada más verlo. Pero también Iago le corresponde con una ternura con la que es difícil no emocionarse. Desde el primer momento en el que José Antonio tuvo en brazos a su primer y único nieto supo que su amor por él sería enorme: «Cuando vi a la madre y al niño, me quedé sin respiración. Y pensé: ‘Pero, Dios mío, qué grande eres’. Y cuando mi hija me dijo que le diera el biberón casi me pongo a llorar de la emoción, por lo grande que es el nacimiento de un ser humano. Es lo más grande que hay», dice mientras todavía le tiembla la voz al hablar así de la llegada de Iago.

ANA GARCIA

Después vinieron los primeros meses de vida. Y José Antonio reconoce que durante un tiempo estaba muy preocupado por si le pasaba algo al que entonces era un bebé: «Ni un solo día que estuvo en nuestra casa lloró. Este niño no sabe llorar, es buenísimo. Yo me levantaba veinte veces e iba a verlo a la cuna a ver si respiraba. Tenía esa obsesión», reconoce. Y un vínculo que se forja desde el berce es muy difícil ya de romper: «Es muy grande pensar que un ser tan pequeñito cambia toda una vida... Es una emoción muy grande». Porque desde que llegó Iago, las cosas han cambiado en casa de José Antonio y de su mujer. Y todo gira ya en torno a él.

El pequeño también tiene ojillos para su abuelo y le reprocha las ausencias: «Acabamos de estar unos días fuera y cada vez que vengo noto una diferencia en él. Me dice: ‘Abuelo, ¿dónde estuviste?, ¿adónde fuiste? Y cuando le respondo que estuve de vacaciones, él me dice: ‘Tú me quieres, ¿no?’». Y se imaginarán lo que se le remueve por dentro a este santiagués cada vez que su nieto pronuncia esas palabras. Pero José Antonio siempre le responde lo mismo: «Sí, yo te quiero muchísimo. Lo más que se pueda». Una escena tan enternecedora que resulta imposible no estar presente y derretirse al instante.

LAS CHARLAS

Si hay algo que valoran abuelo y nieto por encima de todo son las charlas y los paseos que dan juntos. Porque como afirma José Antonio, Iago le abre todo un mundo desconocido: «Me enseña mucho más a mí que yo a él. Aprendo a ver las cosas de una manera distinta que antes no reparaba en ellas y a pensar», pero también a valorar el tiempo que están juntos: «El nacimiento de mi nieto me trajo dos cosas, una capacidad mayor de amar y, al mismo tiempo, me hizo pensar en que el tiempo tiene un límite. Antes no lo medía, ahora sí. Una hora que pasamos juntos es una hora de felicidad», asegura este orgulloso abuelo que reconoce que cada vez que el pequeño le dice eso de «abuelo te quiero mucho», él se derrite por dentro, aunque trate de disimular. «Siempre le respondo que me tiene que querer mucho, pero más a papá y a mamá. La verdad es que es muy cariñoso. Con toda la familia, con mi mujer, con sus tías que lo adoran. Con todos», asegura este abuelo de vocación que solo tiene palabras de agradecimiento para su hija y su yerno. «La vida a mí me ha cambiado mucho y para bien. Le doy gracias a los padres de Iago por dejarme estar con él, por darnos tanto», confiesa.

La presencia de Iago en casa de José Antonio y de su mujer es siempre motivo de fiesta, pero aun así el abuelo también ha aprendido a decirle que no a su nieto. Todavía recuerda la primera vez que lo vio llorar porque no le dejó ir suelto de la mano por la calle: «Le cayeron dos lagrimones. Y me dijo: ‘Abuelo, ya no te quiero’, y yo le contesté: ‘Pues yo te quiero más aún’. Estuvo jugando en el parque y al poco rato vino así, como avergonzado y me dijo: ‘Abuelo, sí que te quiero’, y me dio un abrazo. Estas cosas son las que valen mucho», concluye emocionado este superabuelo.