Lo que está ardiendo

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28 mar 2020 . Actualizado a las 10:10 h.

De todas las referencias cinematográficas de estos días la que mejor encaja con los tiempos es La invasión de los ladrones de cuerpos, aquella genialidad que rodó en 1956 Don Siegel y que fue sometida a revisiones constantes sin que ninguna consiguiese reproducir el espanto inquietante de aquella primera versión en glorioso blanco y negro. Recordarán que un contagio masivo a través de unas vainas extraterrestres creaba réplicas de los humanos con el mismo aspecto pero sin el alma de los originales. Los niños eran los primeros en percatarse de que algo había desaparecido de la esencia de sus madres y que aquella señora con su mismo aspecto era en realidad una desconocida a la que había que temer.

Imposible no pensar en esta película estos días. Personas que quebrantan por minutos su confinamiento para caminar de una en una en silencio, con el rictus oculto bajo una mascarilla, con el ceño fruncido por la preocupación o el miedo o con la mirada censuradora de quien ha convertido a cada uno de los demás en un enemigo susceptible. Y este es el riesgo adicional del virus, una amenaza que puede pringarlo todo como el aceite, cuando todos nos convirtamos en policías de los otros y se haya disuelto lo que nos hacía personas.

El encierro no hace más que sublimar lo que cada uno somos pero corremos el riesgo de encomendar el liderazgo moral a los peores de nosotros. Ese vecino que ya se dedicaba a fisgar y a juzgar y que ahora escruta desde la ventana a la espera de encontrar, por puro disparar, insubordinados por la acera. Ese otro que increpa a gritos desde la ventana a un grupo de personas a las que por la noche aplaudirá porque son médicos de un hospital. Ese que cuenta los paseos del perro, que golpea con la escoba el ruido de los niños enclaustrados, que cree que preguntar es un acto de indisciplina intolerable en estos tiempos. Reconozcamos, por favor, que el compromiso general está siendo con la responsabilidad; que la gente está en sus casas y que las multas son una anécdota porque ni siquiera el Covid va a disolver a los imbéciles.

MARÍA MARTINÓN Y JUAN LUIS ARSUAGA

María Martinón y Juan Luis Arsuaga han propuesto una metáfora alternativa a la peligrosa de la guerra, porque toda guerra implica soldados y obediencia ciega. La directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución humana, gallega de Ourense, y el paleoantropólogo de Atapuerca formulan la metáfora de los incendios, en una propuesta que rima con la dulce y poderosa sorpresa del éxito de Oliver Laxe, porque su O que arde para aquel país en retirada que era Galicia hace quince días puede referirse ahora a un mundo en retirada tras la hostia descomunal del Covid. «La enfermedad se propaga como el fuego», atinan Martinón y Arsuaga, en una sugerencia que nos libra de las tentaciones irreparables de lo bélico.

No sabemos todo lo que se llevará por delante esta peste, con las vidas en la vanguardia y el dolor empapándolo todo, pero debemos preservar la libertad y la alegría. Para que cuando el virus pase lo mejor de lo que somos permanezca.