Alberto Soler: «Nos ha marcado la psicología pop de programas como 'Hermano mayor' o 'Supernanny'»

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El psicólogo Alberto Soler, autor de la guía educativa «Niños sin etiquetas»
El psicólogo Alberto Soler, autor de la guía educativa «Niños sin etiquetas» cedida

«Queremos que los niños se comporten como adultos, y no lo son», subraya el psicólogo, autor de «Niños sin etiquetas», que invita a revisar conceptos como el de los «niños tiranos» y a poner, de una vez, «la infancia en el centro»

02 jul 2020 . Actualizado a las 11:55 h.

«Cuanto menos niños, más buenos», dispara el psicólogo y máster en Psicológica Clínica Alberto Soler descubriendo lo que hay tras una visión común, acorde con un modelo social en el que «organizar el horario familiar parece una partida de Tetris».

«Hemos llegado a una situación en la que los niños que se comportan como niños reciben la etiqueta de 'malos'», reflexiona Soler en Niños sin etiquetas, una guía de crianza para rehuir la trampa de las calificaciones a la ligera. Cara visible del videoblog Píldoras de Psicología, Soler invita a revisar las necesidades y los derechos de la infancia en este libro coescrito por la doctora en Psicología Concepción Roger, con prólogo de Álvaro Bilbao. Los mitos en torno al niño, la procedencia y el sentido de sus miedos, su capacidad de mentir y su relación con el sueño y la comida son algunos de los asuntos que aborda esta guía, que distingue entre necesidades y caprichos, documentada con experimentos como el de Asch, sobre la presión social en la conducta de una persona, o el de Milgram, sobre la fuerza de la obediencia a la autoridad, que nos demuestra capaces de dañar a otros al margen de nuestros pensamientos, solo por obedecer.

-Vivimos entre viejos estereotipos y clichés de nuevo cuño: «malos comedores», «niños emperadores», «madres tigre», «padres intensivos»... ¿Somos propensos por naturaleza a etiquetar?

-Etiquetamos mucho, a los niños, a las familias, las situaciones, porque no podemos evitarlo. Forma parte de la manera en la que funciona el cerebro para tratar la realidad que nos rodea. Pero en ese proceso de simplificación, en el que las etiquetas son una estrategia, se cometen errores y esos errores tienen consecuencias.

-Las etiquetas que nos ponen pueden condicionar la conducta, y nuestros pensamientos y emociones, señalas. ¿Hay niños buenos y niños malos?

-No, no hay niños buenos y niños malos, porque los niños son el resultado de las expectativas que tenemos acerca de ellos. Cuando hablamos de bondad o de maldad estamos hablando de atributos morales, y es complicado ponérselos a la infancia. Hay criaturas que encajan más o menos en las expectativas que sus familias, que el entorno, tienen de ellos. Puede haber niños más fáciles o más difíciles... 

-¿De qué depende que un niño sea «difícil», de que sea más o menos fácil de manejar por un adulto?

-Sí. Eres fácil o difícil en relación con algo. La mayor parte de los niños, si podemos atender a las necesidades que tienen, serán más fáciles de llevar, de gestionar. Pero, en el contexto de la sociedad que tenemos, hay niños que se adaptan mejor y niños a los que les cuesta un poco más. Pero es que es muy difícil con la manera en la que vivimos. Más que hablar de conciliación, deberíamos hablar de yincana. Hoy, las familias no pueden ser autosuficientes a la hora de gestionar su día a día. Así que, en un contexto en el que, para llegar a la línea de meta que es la noche, necesitamos recurrir a horas extras en las guarderías, madrugadores, extraescolares, cuidadores, abuelos, pedir favores, y la niña o el niño que a todo dice que sí se convierte en el ‘niño bueno', en el ‘fácil', y el que cuestiona y protesta un poco más es el ‘incómodo', el ‘malo'.

-¿Queremos niños cómodos, niños poco niños, pequeños que se adapten al ritmo adulto de nuestras necesidades y agendas laborales y sociales? ¿Es una necesidad social?

-Sí, yo suelo decir que parece que el niño bueno es un adulto en miniatura, ese que tiene unos atributos poco esperables de un niño. Y el niño que se comporta como un niño es ‘el niño malo'. Y no es justo. No es justo que se le ponga esta etiqueta a niños que, realmente, se comportan solo como niños que son.

-¿Es normal que al niño le parezca siempre todo bien, que nunca manifieste oposición o rechazo?

-No. Es preocupante que a un niño le parezca todo bien siempre, porque probablemente detrás de eso se esconde un miedo al rechazo, al abandono, al castigo. Los padres somos un poco contradictorios: queremos que los niños sean personas hechas y derechas, críticos, independientes, autónomos, seguros, pero a la vez queremos que agachen la cabeza. Y no puede ser. Si no les rompemos su impulso natural, los niños preguntan, cuestionan, analizan. ¡Y tienen que hacerlo! El problema es que los adultos no siempre tenemos los recursos y la capacidad de responder a eso.

-«Con más comprensión hacia nuestros hijos y alumnos, habría menos niños 'gruñones, desobedientes, celosos, mal comedores o tiranos', escribe el neuropsicólogo Álvaro Bilbao en el prólogo de Niños sin etiquetas, que ilustra el 'iceberg del maltrato'. ¿Están normalizadas la amenaza, la humillación, la violencia verbal en el trato cotidiano a los niños?

-Sí, completamente. Y casi todos tenemos esos impulsos, pero hay que pararse y reflexionar. El problema es que socialmente blanqueamos la violencia hacia la infancia. Estamos hoy, en el 2020, en relación con el trato a los niños en el mismo punto que estábamos en los 80 en relación con la violencia hacia la mujer. En los 80, si oías una discusión violenta de pareja en casa, si tenías la tentación de decir algo, te podía el ‘No te metas, son asuntos de marido y mujer'. Hoy, ante un trato violento, humillante, hacia un niño, te dirán: ‘No te metas en la forma de educar de cada familia, cada familia sabrá cómo hacer'.

-Pero hay modelos que han marcado y marcan mucho. Y la mano dura sigue siendo una receta educativa...

-Lo que nos ha influido el modelo Hermano mayor, Supernanny, todos estos programas de psicología pop, de modificación de conducta popular. Marcan. Parece que la educación se resuelve con una serie de recetas, con castigos, premios, refuerzos... Y educar es mucho más complejo.

-¿Entonces, esas recetas populares, al final, no funcionan? 

-Funcionan sí, pero que algo funcione no quiere decir que sea bueno. Yo a padres que me preguntan: ‘¿Y si funciona, por qué no hacerlo?', les digo: ‘A ver: ¿tu hijo cómo duerme?'. ‘Le cuesta'. ‘Bueno, pues antes de dormir dale un vasito de ginebra. Funciona...'.

-¿Nos hemos vuelto niñofóbicos?

-Nuestra sociedad castiga la infancia. Tenemos muchos tics que penalizan a las familias y a las criaturas. Porque no nos gusta cómo son los niños, que se muevan tanto, que se ensucien... Esperamos que los niños sean adultos y no lo son. Y esperando de ellos que sean lo que no son les estamos privando de espacios adecuados, de horarios razonables y de derechos básicos, como el derecho al juego, el derecho a participar en la sociedad o la necesidad que tienen de pertenencia, de sentir que forman parte de algo. Hay una tendencia contraria a atender sus necesidades: hoteles y restaurantes solo para adultos, configuraciones horarias incompatibles con la infancia... Y esto acaba dando una imagen de cómo es un niño que es irreal. Las expectativas del adulto configuran toda la realidad. El problema no es tu hijo, que tu hijo no encaje; es la sociedad, son ciudades de espaldas al niño y al anciano, solo pensadas para adultos sanos, jóvenes y productivos.

-¿Qué son los «niños tiranos», qué realidad hay tras esta etiqueta que se puso de moda hace unos años?

-Nos referimos a niños tiranos como lo que no son. Los niños tiranos son niños con problemas graves que pueden desembocar en lo que entendemos como psicopatía. Son niños que roban, que maltratan, que se escapan de casa, que violan... Y esto no encaja con lo que coloquialmente llamamos niños tiranos. El niño tirano no es un niño consentido ni caprichoso. En el niño tirano, aparte de una carga biológica, suele haber unas necesidades básicas no atendidas, un entorno hostil, con un modelo negligente o agresivo. Que un niño sea caprichoso o consentido no esconde ninguna patología.

-«No hay nada más despreciable que el respeto basado en el miedo», dice Camus en una de las citas del libro. Pero los padres debemos saber poner límites, decir no, nos cuesta...

-Por supuesto, los padres debemos poner límites y saber decir que no, pero sin dejar de entender que a veces lo que más necesita un niño de nosotros no lo puede tener: tiempo, atención exclusiva. La sociedad está configurada de tal manera que no se lo permite. ¿Por qué acaban siendo los niños materialistas? Porque es su entorno el que les da cosas, ¿y por qué se les dan cosas? Porque no se les pueden dar otras, como el tiempo y la atención. Entonces es un «Venga, te regalo esto, te doy esto para que te entretengas».

-¿Lamentamos lo mismo que provocamos?

-Sí, es así. Al final lo que hacemos es que les estamos criticado el haberse adaptado a la sociedad que nosotros, los adultos, hemos construido. 

-No hay niños glotones ni niños malos comedores, otro mito que desmonta «Niños sin etiquetas». ¿Por qué no deberíamos forzar a un niño a comer o a ponerse la chaqueta?

-Para empezar, porque son personas con derechos, y forzar a alguien a hacer algo en contra de su voluntad, salvo si le va la vida en ello, no es adecuado. Con el tema de la comida es básico. Ellos saben mejor que nadie la necesidad de alimentación que tienen, interferir en ese proceso puede acabar derivando en problemas de conducta alimentario, sobrepeso o diabetes. Rompemos ese feedback interno y acaban fijándose en claves externas para seguir comiendo. Y solo deben comer lo que necesitan. En cuanto a darles nosotros de comer, hacer las cosas por ellos implica que no aprendan. Dejarles no significa desatenderles, no ayudarlos si nos piden. Pero si no lo piden, si ellos quieren hacer las cosas por su cuenta, debemos dejarles aunque nos carguen, quiero decir... aunque nos hagan perder el tiempo. Lo que pasa es que queremos una cosa y la contraria, queremos que los niños sean autónomos pero no queremos invertir el tiempo necesario para que lo sean. Cualquier persona necesita un proceso de aprendizaje.

-No creer a un niño que dice la verdad, señalas, puede provocar un daño grande. ¿Por qué?

-La confianza es una parte esencial de la relación con los hijos. La mentira va a formar parte de su desarrollo, porque va de la mano de la manera en que su cerebro va evolucionando poco a poco. Los niños mienten cuando son capaces de mentir. Que un niño no mienta es más indicativo de patología que otro asunto. El hecho de dar por sentado que un niño miente de manera sistemática va a mermar la confianza, va a hacer que no nos consideren un recurso de ayuda en situaciones en las cuales lo pueden necesitar. Cuando les ocurra algo malo, no confiarán en nosotros, porque pensarán: «Van a creer que estoy mintiendo». Si en el colegio le tratan mal o si alguien abusa, ¿a quién van a recurrir, a esas personas que cada vez que les dicen algo los acusan de estar mintiendo? Por eso, si tenemos que elegir como padres entre creernos algo que es falso o no aceptar algo que en realidad es cierto es mejor creernos algo aunque sea falso. Después ya actuaremos. Pero la sensación de indefensión que le crea a un niño el que no le creamos cuando dice la verdad es tremenda. Tenemos que darles ese voto de confianza, y crear el contexto para que confíen en nosotros y no tengan miedo a las consecuencias de decir la verdad. Tenemos que poner a los niños en el centro, pensar bien de ellos, tratarles bien. Ese es el mensaje central: dar un buen trato a la infancia, el mismo que nos gustaría recibir de las personas importantes para nosotros. No basta solo con que la vida gire alrededor de nuestros hijos. Cualquier persona que los tenga, trabaja para poder alimentarlos, darles seguridad, estructura su jornada para que el niño pueda hacer sus actividades... Hacemos mucho por ellos, pero a veces nos falta ese pequeño gesto de que ellos se den cuenta de que eso es así. Ellos tienen que sentirse importantes para ti.