Desayuna un piercing con diamantes... y sin dolor

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MARCOS MÍGUEZ

Aristocrazy da el paso y hace que salgas de allí con un piercing de alta joyería. Sin perforación ni pistola, sino con una aguja de poco más de un milímetro, su anillador consigue una experiencia segura. Y, aunque te cueste creerlo, también indolora. Cuidado, esto genera adicción

26 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«Te va a doler menos que depilarte las cejas con pinzas». Esta fue la promesa que me lanzó uno de los anilladores de Aristocrazy, Eric Jacinto, horas antes de ponerme en sus manos. Debo confesar que no le creí, pero el reportaje estaba en marcha y ya no había vuelta atrás. Con paso más o menos firme me dirigí una mañana al stand de Aristocrazy del Corte Inglés de Ramón y Cajal, en A Coruña, para probar su nuevo servicio. La Piercing Week llevó a Eric desde el estudio madrileño de Gran Vía a cinco ciudades españolas para ofrecer un día repleto de piercings con cita previa. La experiencia prometía hacértelo con todas las garantías sanitarias y salir de allí con uno de los pendientes de primera puesta de la firma. Aquí no tienen cabida las tradicionales bolitas plateadas de acero quirúrgico. Toda la línea es de oro de 18 kilates -el mejor material a efectos de curación- y parte de las piezas llevan diamantes. Un lujo teniendo en cuenta que el modelo elegido nos acompañará unos meses. El cliente compra el pendiente y sale de allí con él colocado previo asesoramiento del anillador. Lo que no incluía es salir de la cabina con ganas de repetir.

Eric no solo tranquiliza explicando el paso a paso y los cuidados tras el piercing -«siempre digo que no le eches lo que no aplicarías a un ojo. Ni jabones ni cremas cicatrizantes, solo suero fisiológico con gasa»-, sino que además se pone a tu total disposición en caso de duda o inflamación a través de su Instagram (@eric.rti). Su delicadeza es máxima. Para poner a prueba su pericia y mi umbral del dolor, elijo el cartílago. Y, sorprendentemente, lo que me esperaba doloroso y agresivo no resultó más molesto que un análisis de sangre. Mascarilla -ya la usaban antes del covid- unas gafas de seguridad y hasta cinco pares de guantes empleó en el proceso: uno para sacar el instrumental, otro para tocar el interior de los sobres, otro para limpiar y marcar la incisión, otro para recoger y los estériles para hacerlo con una aguja de 1,2 milímetros que introduce con total suavidad.

«En una farmacia con pistola, que es mucho más agresiva y menos estéril, esto te lleva tres minutos. En Aristocrazy, son 20 minutos mínimo», avanzaba el anillador de nuevo sin equivocarse. Unos 25 minutos después salí de su cabina, con una lengua de oro y diamantes en el cartílago y la firme promesa de repetir. A día de hoy, me veo obligada a confesarle a Eric que volví a dudar de su palabra cuando me comentó que de cada 200 piercings, puede ver tan solo un principio de infección. Una semana después de aquel indoloro desayuno con diamantes, no hay rastro de inflamación. «¿Ahora entiendes por qué nosotros vamos así?», me pregunta en la camilla. Habrá que estar atentos para pedir cita si repiten en Galicia.