Carmen, gallega que estaba en Nueva York el 11S: «El avión que chocó contra las Torres Gemelas me pasó por encima»

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Esta coruñesa estaba a escasos kilómetros de la zona cero cuando se produjo el mayor atentado sufrido en suelo estadounidense. Con 27 años y junto a un grupo de becarios, caminó durante 14 horas con el miedo en el cuerpo en medio del caos

11 sep 2021 . Actualizado a las 15:13 h.

Hoy el relato de Carmen de lo sucedido aquel día no se asemeja ni de lejos al de hace 20 años. La distancia y el paso del tiempo han hecho que ahora pueda revivir los hechos de una forma más tranquila y pausada, aunque no puede evitar que se le pongan los pelos de punta. «Ya estoy más que acostumbrada porque han pasado muchos años, pero cada vez que lo revives es como si estuviese pasando. Es una historia que te marca de por vida, pero obviamente no es lo mismo los primeros años que estás más compungida», explica. 

Septiembre del 2001. Hacía dos meses que esta coruñesa de 27 años por aquel entonces se había instalado en Nueva York gracias a una beca para trabajar en la Cámara de Comercio de A Coruña como promotora de empresas gallegas que querían empezar a exportar a Estados Unidos. Vivía en la calle 13 con la Sexta Avenida y trabajaba en el edificio Chrysler, el de King Kong. Había salido de casa como cualquier otro día cuando algo en el cielo le llamó especialmente la atención. «Yo vi el avión que chocó. A mí me pasó por encima cuando iba para trabajar. Salía de mi casa, de la residencia donde vivía, con una amiga que era suiza, e íbamos como todas las mañanas a coger el metro. Cuando estábamos por el camino escuchamos un avión que volaba muy bajo. Miramos para arriba y dijimos: ‘¡Qué bajo vuela!', pero sin más, no le dimos importancia», relata Carmen sobre cómo comenzó aquella fatídica jornada.

Siguieron caminando hasta la siguiente manzana, que era donde estaba el metro, en Union Square, a un kilómetro en línea recta con las Torres Gemelas. Cuando llegaron a la Quinta Avenida, se dieron cuenta de que había mucha gente mirando hacia el sur. No sacaban la vista de un mismo punto: las Torres Gemelas, y fue entonces cuando se preguntaron qué había pasado. «Recién llegada a Nueva York, y sabiendo cómo es esta ciudad en todo, y con la gente diciendo en cualquier esquina: ‘Están rodando una película', vimos en una de las Torres el agujero del avión, pero en ningún momento se nos ocurrió pensar que el avión que acabábamos de ver era el que había chocado. En la calle decían: ‘Es una avioneta que ha chocado', y otros: ‘No, no, es una película‘».

Lo de que era de película no era por decir. Carmen y su amiga así se lo creyeron, tanto que subieron a casa a por la cámara de fotos para inmortalizar el rodaje más «fantástico» de su vida. En esos primeros momentos, nada hacia presagiar que las cosas no eran ni de lejos como las estaban viviendo. Así que lo importante era hacerse con la cámara para poder captar aquellas escenas que posteriormente sería históricas por otras razones. Eran las 8.46 horas de la mañana, y Carmen estaba a una parada de metro del trabajo, así que tenía tiempo de sobra. De hecho, sacaron varias fotos desde abajo a la primera torre con el agujero que había provocado el avión al estrellarse contra ella. En cuanto tuvieron unas cuantas, fueron de vuelta al subterráneo para incorporarse con normalidad al trabajo. «Mientras iba en el metro, chocó el segundo avión. Yo llegué pensando que tenía fotos del rodaje de una película, cuando me cuentan lo del segundo. ‘Pero, ¿de qué me estás hablando?‘, dije yo. ‘No, no, no es ninguna película', me contestaron», cuenta Carmen que durante esos primeros instantes siempre pensó que lo que estaba viviendo no era real. Sin embargo, una vez más la realidad superó la ficción, y a partir de ahí, el guion de la película ya fue otro. Enseguida se sembró el caos y el miedo se apoderó tanto de ella como de sus compañeros. «Estaba totalmente perdida, preguntándome si nos iba a pasar algo, nos decían que el que tuviera miedo que se fuera, quien no, que se quedara, algunas personas se empezaron a ir de la oficina... -relata-. Nosotros como éramos becarios nos quedamos todos hasta que realmente se cayó la primera torre, y ya nos dijeron que había que desalojar».

cedida Carmen Payá

Momentos después, ya en la calle, se toparon con la cruda realidad. Esas escenas que todos vimos por televisión de gente corriendo de un lado para otro, sangrando, gritando... Carmen las vivió en primera persona. «Llegué a pasar mucho, mucho miedo. Ahora te lo cuento así, pero veías cazas por encima de los edificios que no sabías si eran amigos o enemigos. Cada vez que pasaba uno por encima de Manhattan todo el mundo se ponía a gritar. Fue una locura, una sensación de ‘es el fin del mundo'. Estábamos allí en medio de la calle, un grupo de becarios, recién llegados a Nueva York, perdidos, gente gritando, sirenas...», relata.

 ESCAPAR HACIA EL NORTE

Lo primero que hicieron, «como novatos» dice, fue intentar coger el metro y alejarse, pero cuando llegaron, vieron que lo estaban desalojando. La indicación era clara: ‘Salid de aquí‘. ‘Hay una anécdota que siempre cuento -continúa Carmen- y es que cuando veo que todo el mundo se pone a correr de un lado para otro, les digo a mis amigos: ‘¿Y nosotros para dónde corremos?'. Entonces le preguntó a uno del equipo de los U.S Marshall (el cuerpo de alguaciles de los Estados Unidos) que estaba desalojando y nos dice: ‘Fuera de la isla, esto es el fin'. Y de repente piensas: ‘Si esto me lo está diciendo un policía, es que tiene que ser grave‘». La primera reacción que tuvieron fue ir a la oficina de policía de Times Square para ver si allí les podían dar una información certera sobre lo que estaba pasando. Les recomendaron dirigirse al norte, alejándose de los edificios emblemáticos. En ese momento no sabían por qué, pero acataron, aunque más tarde descubrirían que estaba habiendo atentados en otras parte de Estados Unidos. «Es que allí nadie ni en las noticias hablaba de terrorismo, quizás conscientemente para que no cundiera el pánico, pero cuando mi familia se puso en contacto conmigo ya me dijo que en España se hablaba de atentado, mientras que nosotros allí no lo teníamos claro». Caminando, caminando, llegaron hasta el Bronx. Eso sí, parando en cada hospital que veían ofreciéndose a donar sangre, «aunque no había que donar, porque había pocos heridos y muchos muertos».

ACOGER A GENTE SIN CASA

No fue hasta las once de la noche cuando Carmen pudo y quiso regresar a su casa, y eso porque llevaba consigo el recibo de haber pagado el teléfono que la acreditaba como residente en la calle 13, ya que de la 14 para abajo estaba prohibido el paso a personas que no vivieran en ellas o no fueran personal de seguridad o sanitario. «Me encontré tanques de los marines cortando toda la calle, todo lleno de polvo y de humareda», señala al mismo tiempo que recuerda que en cuanto llegó a la residencia, les pidieron si podían acoger a gente que se había quedado sin casa. Ella lo hizo. Desde ese día, Carmen empezó a compartir habitación con una joven china que había llegado el día anterior de Hong Kong para pasar un año sabático y cuya casa se había quedado atrapada en la zona cero del 11S. «Se le cayó el edificio encima, pero a ella la salvaron, y se vino a vivir conmigo durante 15 días. Lo pasó realmente mal. La chica se despertaba chillando por la noche pensando que se le venía la casa encima. Un día, cuando se lo permitieron, me pidió que la acompañase a recoger sus cosas y fui hasta la zona cero con ella. Fue tremendo, tres meses después, la ceniza todavía cubría por la rodilla», dice.

Lo vivido ese día del 2001 fue la experiencia más traumática que Carmen ha sufrido nunca. Nunca pensó en regresar a casa, a pesar de que le insistieron en el trabajo, «eres joven, -señala- quizás un poco inconsciente, pero principalmente porque los primeros diez días no se podía volar». Y es que la situación tardó tiempo en normalizarse. Explica que durante los tres meses siguientes las torres estuvieron humeando, y en noviembre todavía había una neblina procedente de los restos. Eso por no hablar que vivieron un mes con avisos de bomba constantes y con el tema del ántrax. «Nos quedamos todos, ninguno de los que estaba conmigo regresó, al final yo estaba trabajando, tenía una beca hasta diciembre y aproveché», señala esta coruñesa que por trabajo ha regresado varias veces a la ciudad de los rascacielos.