«El año pasado éramos dos y este somos cinco: la vida nos ha regalado tres bebés»

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ANGEL MANSO

Elísabet y David pasarán una Navidad muy diferente a otras: en el hospital Materno de A Coruña, donde están ingresados desde el 5 de octubre que nacieron sus trillizos: Daniela, Mateo y Luca. «Muchas familias están sufriendo igual que nosotros», dicen

24 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando David y Elísabet empiezan a relatar lo que han vivido en los últimos meses se miran uno al otro con admiración, con la certeza de que si han llegado hasta este momento sin derrumbarse es por la fortaleza que los ha mantenido juntos. «No somos especiales», repiten una y otra vez, pero su historia es un cuento de Navidad que se merece un final feliz con el tintineo de las campanitas y el muérdago encima. La música la ponen ellos, porque David toca el piano y Elísabet el violín, además de cantar como los ángeles.

Empezaron a salir hace 12 años, él es de Lugo y ella de Pontevedra, se casaron en el 2018 y como tantas parejas jóvenes —tienen 35 y 34, respectivamente—, buscaron enseguida un embarazo, pero el suyo guardaba una gran sorpresa. Le pusieron empeño y llegó. «Ingresé en el hospital de Lugo porque tuve un problemita, me encontraba mal, y allí me hicieron unos análisis; entonces supe que estaba esperando un bebé». En ese momento era uno. ¡Una alegría! Pero al día siguiente les dijeron que eran dos. ¡Dos alegrías! Y unos días después supieron que lo que esperaban eran tres. ¡Bingo! Nadie se imaginaba esa noticia, que recibieron en abril, ni tampoco lo que se les venía encima porque lo que arrancó con una emoción y un subidón enormes pronto se convirtió en un bucle de incertidumbre y miedo. Sobre todo miedo. «Mis amigos —cuenta David— me decían que me había tocado la lotería, pero nosotros supimos enseguida que lo que teníamos sobre nuestros hombros era un problemón». «Los médicos nos empezaron a explicar lo que podía pasar y ya empezamos a oír cosas que no nos gustaron nada», confiesa Elísabet.

Después de un primer mes «horrible», el embarazo de sus trillizos se fue estabilizando y llegaron a un verano tranquilo en el que Elísabet pudo hacer una vida normal, con las precauciones propias de su estado. Iban pasando las semanas y eso sumaba para ellos confianza, aunque sus preocupaciones se multiplicaban. «Tuvimos suerte —dice David— porque nos acabábamos de cambiar a un piso un poco más grande, pero empiezas a pensar en el coche, en lo que te puede hacer falta, lo que necesitarás con tres hijos...». «Yo siempre había querido tener mellizos —indica ella—, cuando veía un carrito con dos bebés me paraba a verlos, y David siempre dijo que le gustaría tener tres hijos, ¡así que se juntaron los deseos de uno y del otro! Hay que tener cuidado con lo que se sueña...».

En esas estaban, más o menos tranquilos, cuando a finales de agosto todo se precipitó. En una revisión, una doctora le dijo a Elísabet que el cuello del útero se estaba acortando y que había riesgo de parto. Entonces todas las señales de su destino les marcaron el camino del Chuac, en A Coruña, porque se aventuraban días muy difíciles. Ingresaron el 16 de septiembre por indicación de la ginecóloga, y los médicos se pusieron a trabajar a contrarreloj para evitar que los niños nacieran en ese momento porque no saldrían adelante. A Elísabet le pusieron medicación para que aguantase lo posible y a los bebés la correspondiente para acelerar su maduración pulmonar por si de pronto llegaban al mundo.

«UNA MONTAÑA RUSA»

«Entras en una montaña rusa y a partir de ese momento inicias un viaje que todavía no hemos acabado», indica David. «Íbamos tachando los días que pasaban porque uno más de gestación significaba más vida, más posibilidades de que nacieran bien; yo estaba confiada en que aguantaría hasta la semana 30», apunta Elísabet: «Pero de golpe sufrimos un shock». El día llegó.

Tres semanas después de su ingreso, el 5 de octubre, estos vecinos de Lugo no se imaginaron que vivirían así el san Froilán. «La ginecóloga me avisó de que la cosa no iba bien y me explicó que el parto sería inminente, me habían avisado de que iba a ser complicado y estaba mentalizada, pero nunca estás preparada para lo que sucede en realidad. Me dijeron, eso sí, que no me asustase al ver la cantidad de personas que estarían en el parto. ¡Había más de 15! Se necesitan tres neonatólogos, tres matronas, tres enfermeras, auxiliares, anestesistas... ¡Yo no sé cómo les podré agradecer todo lo que hicieron!», se emociona Elísabet, que entró a las 18.00 en el quirófano (fue, por supuesto, cesárea) y a las 19.35 nació Daniela, su primera hija, con 690 gramos de peso; luego Mateo, con 1.111 gramos, y por último, Luca, con 1.080. Vinieron al mundo en la semana 27 más 6 días.

«No pude verlos —recuerda Elísabet—, pero me consolé escuchando sus llantos. Pensé: ‘Llegaron vivos’. Y se los llevaron».

«Esas horas de espera fueron las peores de mi vida —dice David—, fue mucha angustia, y para siempre se me quedarán grabadas las palabras del doctor que nos atendió en neonatología: ‘Los bebés están aceptables’». «Cuando nacieron los niños no sentimos la alegría que te imaginas, no es como tú crees, se nos hizo un vacío enorme porque todo es angustia: si vivirán, si tendrán secuelas graves... Qué pasará... Lloramos mucho, mucho, y entonces entras en una realidad de la que ya no puedes escapar, estás a merced de lo que venga, es todo un descontrol, tus planes se vienen abajo y es una especie de película de terror», confiesa David.

«Yo los primeros días estuve en shock —reconoce Elísabet—, me costaba verlos, pero el tiempo te da perspectiva y este proceso largo nos ha enseñado a disfrutar de los pequeños momentos. Aprendes a no estar eufórico y a no venirte abajo, pero no porque seamos valientes, sino porque no te queda otra que luchar con tus hijos. Yo antes era una miedica y ahora veo que los pinchan y hasta les cojo yo la manita».

Hubo días durísimos, algunos en los que ese finísimo hilo de vida casi se corta, hubo dolor, pasaron por distintas operaciones, pero tanto Elísabet como David confiaron. «Durante el embarazo, en la naturaleza, y después, en los médicos. No tenemos más que palabras de admiración, respeto y cariño a todo el personal que nos ha tratado en el Materno, en ginecología y neonatos, a todos, y es una maravilla la sanidad pública que tenemos», se reconfortan.

Si algo les ha ayudado a ellos también son las otras familias. Los padres y madres que, como Elísabet y David, están pasando por lo mismo, que ven cómo sus pequeños héroes luchan con todas sus fuerzas por agarrarse a la vida.

«Tenemos ya nuestro momento de madres cuando nos ponemos a dar el pecho y allí nos desahogamos unas con las otras», revela Elísabet, que no ha salido de A Coruña desde el 16 de septiembre. Ella y David viven cerca del hospital, han alquilado un apartamento pequeño y a diario van y vienen a ver a sus hijos. «Llegamos sobre las 9 de la mañana y nos vamos a las 10.30 de la noche del hospital, porque son tres, y hay que darles bien todas las tomas, hacer el método canguro y transmitirles todo nuestro amor y toda nuestra fuerza», dice Elísabet. Ella tiene leche suficiente para amamantar a los bebés, y mientras Mateo y Luca ya succionan con ganas, a Daniela su papá le hace el método dedo-jeringa, le sostiene la boquita y mientras le introduce la leche materna.

«La primera vez que me los pusieron a los dos juntos en el pecho fue un subidón», se emociona Elísabet, que dice que el crecimiento de un gran prematuro no es en ascenso, sino en forma de sierra: «Dos pasitos para arriba, uno para atrás». Su lema ahora es no planear las cosas y quiere centrarse en disfrutar lo bueno de ver a sus bebés, aunque sea en el hospital. «Cómo se quieren, cómo duermen juntos, cómo se buscan... Estos meses no van a volver», sonríe.

Tanto ella como David son prudentes, saben lo mal que lo han pasado, pero también que su lucha ha sido compartida. Este año, como otras muchas familias, pasarán la Navidad en el hospital. Su deseo para Nochebuena es que por fin los tres bebés puedan estar juntos, porque Daniela aún pasa tiempo en la incubadora; pero si todo va como se espera, Papá Noel hoy les cumplirá su deseo y la familia podrá compartir un espacio común en las habitaciones que hay instaladas en la unidad de neonatos. «Yo todavía no le he dado un beso —confiesa David—. Es todo tan delicado y con el covid estamos conteniéndonos al máximo». Ese sería un grandísimo regalo. Un beso casi tres meses después de nacer.

«El año pasado éramos dos y este somos cinco...», suspira Elísabet, haciendo balance de una vida que se les ha abierto de golpe. «En Nochebuena estaremos con otros padres como nosotros, y con los médicos y enfermeras de neonatos, que han sido nuestra otra familia este tiempo», apunta. Tanto ella como su marido le piden a los Reyes que esa noche, la del 5 de enero, la puedan por fin pasar todos juntos en su casa cuando se cumplen justo tres meses desde que nacieron los bebés. Daniela ahora pesa dos kilos, y sus hermanos, Mateo y Luca, dos kilos y medio.

La carta ya está echada en el buzón y este cuento de Navidad tan real no puede más que escribirse con un final feliz. Solo queda esperar a que se haga la magia y que por fin suene en casa de Elísabet y David la música del piano y el violín.

¡Feliz Nochebuena a todos!