Begoña, 45 años: «Yo no quería parir por parir, tener un hijo para morirme al día siguiente»

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XOAN A. SOLER

Después de diagnosticarle un cáncer y cerrar la puerta a la adopción, recurrieron a la gestación subrogada para poder cumplir su deseo de convertirse en padres

22 ene 2022 . Actualizado a las 20:17 h.

La historia de Begoña y Pablo es la de un matrimonio que luchó lo que no está escrito por convertirse en padres. Cada puerta que se cerraba avivaba más sus ganas por tener descendencia, aunque si hay algo que siempre estuvo muy presente fue el deseo de Begoña: no iba a ser madre a cualquier precio. Y con esa máxima presente, emprendieron la aventura.

 A Begoña el cáncer no la pilló por sorpresa. Su madre lo tuvo, dos tías suyas murieron como consecuencia de esta enfermedad, un primo también está operado... Así que con ese historial familiar tenía claro que necesitaba un DGP (un diagnóstico genético preimplantacional), que permitiese seleccionar los embriones «limpios». «A mí con 30 años ya me dijeron que tenía un 80 % de posibilidades de tener cáncer porque tenía el gen. A raíz de eso, dije: ‘Si quiero ser madre, voy a intentar quitarme el gen, posibilidades hay, pero son menos‘», explica Begoña. Estaban en pleno proceso de fecundación, a dos días de que le extrajeran los óvulos, cuando el cáncer se presentó en primera persona. Fue durante una mamografía de control antes de iniciar el tratamiento. «Me empecé a pinchar un lunes, me la hicieron el martes, y a los cinco días me llamaron y me dijeron que tenía un carcinoma», apunta. Siguió adelante con el proceso de extracción, y obtuvo cuatro embriones. Al no ser una cifra muy alta, le ofrecieron repetirla. Se negó. «No lo veía, lo que quería era curarme y ser madre, no quería parir unos hijos y tener que morirme, y no sabía qué consecuencias podía tener meterle más hormonas al cuerpo. No quería quedarme embarazada, que me volviera a venir el cáncer... Que me puede venir igual, pero lo estás provocando. Lo que quiero es tener un hijo y poder disfrutarlo, no quiero parir por parir», señala Begoña. 

LA OPCIÓN DE ADOPTAR

Después de someterse a la cirugía, donde por expreso deseo de ella le quitaron las dos mamas, comenzó el tratamiento. Un tratamiento que, no solo incluía quimioterapia y radioterapia, sino también unas pastillas, en principio, los siguientes cinco años. Han pasado nueve, y todavía continúa tomándolas. «Me quedan todavía dos años, y tengo 45», reflexiona Begoña.

Estos plazos tiraban por la borda el sueño de quedarse embarazada, ya que para cuando terminara el tratamiento, tendría otra edad. Por ello, decidieron abrir otras vías, y se desplazaron hasta A Coruña para valorar la adopción. «El panorama fue desolador. Nos dijeron que no podíamos iniciar el proceso de adopción hasta que yo no acabara el tratamiento, y pasaran otros cinco años», explica. La posibilidad de adoptar se complicaba, y se llegaron a plantear separarse para que Pablo pudiera hacerlo en solitario. Finalmente desistieron. «Para mí, la adopción fue el palo más duro, porque yo quería ser madre, me daba igual si eran míos o no, y creía que mientras duraba el tratamiento, nos daba tiempo a salir de todo para iniciar el proceso. Yo tenía clarísimo que no me iba a morir, igual era muy optimista, pero como había visto el cáncer de cerca, además, me habían operado, no tenía metástasis, estaba muy cogido a tiempo... pero esas personas que no me conocen no tienen que saber que yo tuviera clarísimo que fuera a salir adelante. Dirán: ‘Porque tienes que ser optimista, pero hay gente que se muere‘. Entiendo que tienen que poner unas condiciones, son niños que vienen de situaciones muy duras, y que no los puedes meter en otra complicada, pero yo salí de allí destrozada», explica.

En esos momentos, su cabeza era un auténtico polvorín y las circunstancias hicieron que se preguntara muchas cosas, entre ellas, si seguir junto a su pareja. «Le planteo: conmigo no vas a poder tener hijos, no vamos a poder adoptar, así que tú decides si quieres seguir conmigo. Yo sé que quieres ser padre, entiendo que quieras hacer tu vida, y yo quiero que la gente a la que quiero sea feliz», le dijo. Con el corazón en un puño, le abrió la puerta a tomar caminos separados. «Es que yo no le voy a poder dar algo muy importante —continúa—. No se trata de una casa o de un coche, si los quieres tener es muy importante». Pablo se tomó su tiempo para pensárselo, y le dijo: «Vamos a por todas, si no podemos tener hijos, viajamos».

Un día en una comida con unas amigas, una le comentó: «Tú recupérate bien del cáncer, y luego haz una gestación subrogada, pero primero recupérate». La expresión maternidad subrogada le sonó a chino. Dedicó muchas horas a investigar, a documentarse. Entonces, no había la información que hay ahora. Pasó un tiempo valorando países, clínicas y recursos sanitarios, hasta que en octubre del 2013 decidieron iniciar los trámites en Kiev. La madre gestante, Sveta, se quedó embarazada en mayo del año siguiente. Todo iba a un ritmo relativamente rápido. Recurrieron a los cuatro embriones que habían congelado previamente, y después de analizarlos, solo dos estaban libres del gen. «Podían salir adelante dos, uno o ninguno. Finalmente, salieron los dos. Tuvimos mucha suerte», cuenta Begoña.

Antía y Xoel nacieron en enero del 2015, el sábado pasado cumplieron 7 añitos. Ahora, echando la vista atrás, confiesa que había esperanza en la deriva, pero no le resta dureza al proceso. «Es muy difícil, muy complicado a nivel emocional y burocrático tener un embarazo a miles de kilómetros de distancia. Todos los lunes, Sveta me mandaba un diario de cómo se sentía, pero cuando eran las revisiones me desesperaba porque igual la cita era a las 11 de la mañana, y a las tres de la tarde todavía no tenía noticias. Es angustioso estar esperando a que te digan que todo va bien...». Coge aire y continúa. «Todas las preocupaciones que puedes tener ya teniendo el embarazo contigo, y todo más o menos controlado, pues imagínate. Nosotros lo hicimos con Ana Miramontes, una abogada experta en adopción internacional y gestación subrogada, y al principio ya nos dijo que si lo íbamos a hacer, teníamos que pensar que era duro. Yo le dije: ‘Acabo de pasar un cáncer, estoy preparada‘. No sabía lo duro que era». «También es duro por la comprensión de la gente —añade—. Yo, obviamente, contaba con el apoyo de mi familia, pero a veces es complicado explicarle a la gente lo que estás haciendo y que con quien lo estás haciendo lo hace de forma consciente y tiene unos motivos». Asegura que «las cosas se pueden hacer bien o mal, independientemente de que estés de acuerdo o no». Ellos lo hicieron lo mejor que creyeron, y a día de hoy, siguen teniendo relación con Sveta. De hecho, los niños tienen una foto de ella en la habitación y son conscientes de que han estado en su barriga antes de venir al mundo. 

UN SUEÑO CUMPLIDO

Con ellos ya en brazos, las preocupaciones eran las de dos padres primerizos, pero en un país donde se habla muy poco inglés. Afortunadamente, señala que el tiempo que tuvieron que permanecer en Ucrania por trámites legales y burocráticos fue relativamente corto respecto a otras familias, y cinco semanas después regresaron a Galicia. Entre su enfermedad y el proceso para formar una familia, Begoña no se permitió a sí misma derrumbarse. El ánimo se mantuvo siempre alto, «incluso durante la quimioterapia y radioterapia, porque ya lo había vivido antes en mi familia, y sabía lo que iba a ser». Se matriculó en Educación Infantil para tener la mente ocupada, y después vinieron las operaciones de reconstrucción que también la mantuvieron «entretenida». Ella se veía tan bien que incluso le reclamaba a la oncóloga la operación para quitarse los ovarios, trompas y el útero por prevención. Sin embargo, su doctora la retrasaba, algo que ella no acababa de comprender. «Tuve revisión en noviembre del 2014, los niños nacieron en enero del 2015, la siguiente cita en junio, y cuando fui me preguntó qué tal todo. ‘Muy bien —le dije— ya tengo a los niños. ‘Pues ahora nos podemos operar‘, me contestó. Sin decírmelo, estaba esperando a que culminara ese proceso, porque mentalmente lo creía necesario para afrontar esta operación».

Tal y como los médicos pronosticaban, el bajón llegó. Fue dos años después, cuando todo parecía encajar y fluir a la perfección. Ya había terminado con todas las cirugías y habían finalizado con el papeleo para reconocer a los niños como hijos de ella (de él fueron desde el primer momento). «Cuando ya no tenía nada a la vista ni pendiente, me entró un choque de realidad. Igual no lo viví en el momento adecuado, tendría que haberlo vivido al principio, pero fue breve. Tenía a los niños, objetivos, una ilusión... y me sentía pletórica por haber pasado el cáncer de la mejor manera posible y haber formado una familia», comenta. Y así continúa a día de hoy, aunque si tiene bajones, recurre a Marcos, el coordinador y psicólogo de la Asociación Española Contra el Cáncer en Santiago, que siempre le deja su mano tendida. Es más, desde la entidad recuerdan que tienen un teléfono 24 horas (900.100.036) a disposición de los enfermos para ayudarles en los momentos difíciles.