Ousman Umar, el niño que llegó en patera y hoy da conferencias: «El que conseguía mear para beber su orina era el más afortunado»

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MARCOS MÍGUEZ

Salió de Ghana a los 9 años, atravesó el Sáhara a pie engañado por la mafia y llegó a los 16 a Fuerteventura. En Barcelona encontró una familia y hoy tiene dos carreras

02 mar 2023 . Actualizado a las 18:58 h.

Hay historias que te remueven, otras que te arañan, que te abren los ojos y otras que sencillamente te cambian la vida. La de Ousman Umar (Fiaso, Ghana, 1988) es de estas últimas, porque la vida no es la misma (o no debería serlo) una vez que se conoce lo que él y personas como él sufren para llegar a Europa, la tierra prometida que para los migrantes es un sueño que se hace mil pedazos cuando ponen un pie en nuestro territorio. Por eso es imprescindible, como me cuenta Ousman, entender qué les pasa a «todos esos negritos» cuando llegan aquí. Él acaba de escribir Desde el país de los blancos, su segundo libro después de Viaje al país de los blancos, porque quiere resaltar precisamente ese problema. «Nosotros quedamos reducidos a titulares que dicen: ‘Ha llegado una patera', ‘Se han ahogado tantas personas', ‘Se han encontrado x cadáveres', pero nada más. Y yo lo que quiero es explicar que el mar es solo la punta del iceberg, porque la verdadera tragedia está debajo, en tierra. Por eso relato en el libro qué les sucede, una vez que pisan el país de los blancos, a todas esas personas: ¿dónde están?».

Ousman puede contarlo ahora, porque lo que él padeció es toda una epopeya, que resulta difícil resumir en una conversación. Pero él la inicia, con una sonrisa de oreja a oreja, vestido impecablemente con un traje azul marino y unas zapatillas de colores, justo antes de dar en la sede de Netex, en A Coruña, una charla sobre motivación.

«Ni en el desierto del Sáhara me sentí tan solo como en las calles de Barcelona»

Él, mejor que nadie, la ejemplifica: salió a los 9 años de su aldea, Fiaso, en Ghana, y llegó a Fuerteventura con 16 en una patera. Pero no fue hasta mucho después, en Barcelona, donde encontró su destino: una familia y la posibilidad de realizar sus estudios. «En seis años pasé de ser analfabeto a tener dos carreras», apunta, para expresar que hasta ese momento todo lo que vivió fue un infierno. «Ni en el desierto del Sáhara me sentí tan solo como los primeros meses en las calles de Barcelona, sobrevivir en la selva de cemento es más difícil que en la selva tropical. En el Sáhara al menos tenía cinco compañeros, en Barcelona hablaba con la gente y nadie me miraba, nadie me respondía a mis saludos, la gente se asustaba». «Y yo decía: ‘¿Por qué se asustan si no llevo armas?'. Por eso no hablo de racismo, no me gusta, es solo miedo a lo desconocido, miedo al pobre y, sobre todo, una profunda ignorancia».

Cuando estaba en su aldea de Ghana, Ousman imaginaba al hombre blanco como una especie de dios que era capaz de hacer que los aviones volasen. «Jamás en mi aldea había visto a un hombre blanco, pero lo idolatrábamos hasta el punto de que mis amigos y yo corríamos para ver pasar en camioneta al ingeniero que construía una carretera cerca de mi pueblo. Solo verlo cruzar en su furgoneta, con los vidrios tintados, ya era un éxito», dice.

SOLDADOR A LOS 9 AÑOS

Por curiosidad y por acercarse al hombre blanco, Ousman se fue de Fiaso a los 9 años, aunque él nunca supo en qué fecha había nacido, porque en su aldea lo importante era el día de la semana, que en su caso era un martes. Así que con esa documentación, «un martes», se fue a buscar la vida. Llegó a Techiman, la ciudad más cercana, y allí aprendió chapistería y a soldar. «¿Ves mis manos?», me enseña, «¿notas la diferencia de color?». Le respondo que sí, que una está muchísimo más oscura, y él me lo explica: «Es de soldar». En Techiman vivió en el taller donde trabajaba a cambio de un plato de arroz y pasado un tiempo se escapó a la capital, Accra, donde veía cómo llegaban los barcos con material de segunda mano. Asentado en el puerto, Ousman siguió soldando, hasta que entabló relación con un conductor de camión y decidió cruzar ilegalmente la frontera entre sacos de sal para llegar a Níger: «Ahí tengo unos 12 años».

Después de múltiples peripecias y de esquivar la muerte varias veces, Ousman lleva consigo algo de dinero que ha ahorrado con su trabajo. Convencido de que solo le queda un camino, cruzar el Sáhara, se deja engañar por unos hombres que le prometen que pueden atravesar el desierto en coche en solo tres días. «Hollywood ha hecho mucho daño, porque te imaginas a los mafiosos con un rifle en la mano, pero los traficantes de migrantes son personas normales, que aspiran a quitarte los cuatro duros que te quedan. Cuatro duros por 150 personas es un dinero». «En esa travesía del desierto, la literal, —continúa— íbamos 46 personas en tres coches, ¡imagínate cómo! Pero a las 4 horas de viaje nos dijeron que nos bajásemos del coche a buscar agua y allí nos abandonaron». Ousman tenía unos 13 años y era el más pequeño del grupo, así que en ese desconcierto, uno de sus compañeros les aseguró que conocía el camino hacia Libia. «Decidimos seguirlo, poco a poco la gente se iba muriendo, veías cómo se desplomaban a tu lado, uno tras otro, hasta que nos dimos cuenta de que también este hombre nos estaba engañando. Nos dividimos, hubo un motín, él acabó muerto, y al final nos quedamos solo 6 en ese camino».

«De los 46 que salimos para atravesar el Sáhara solo sobrevivimos seis»

¿Cómo se sobrevive en esas circunstancias? «Al principio teníamos agua, pero luego ya no, el que conseguía mear para beber su propia orina era el más afortunado. Pero incluso en esas circunstancias hice un amigo, Muusa, que tenía unos tres o cuatro años más que yo. Él compartió su orina conmigo, y al menos pudimos mojarnos los labios, nos hicimos inseparables...». Desfallecido, sin agua y sin comida, con los labios agrietados y sangrando, Ousman vio a lo lejos unos postes de electricidad y todos se encaminaron hacia ese lugar. Pero él ya no recuerda nada más. «Me desperté debajo de una fuente, mis compañeros habían conseguido alcanzar ese pueblo y vinieron a rescatarme. Habíamos llegado a Libia. De los 46 que salimos, solo 6 sobrevivimos», relata.

«Gadafi gobernaba entonces el país, y los negros éramos apestados, no te puedo contar las veces que he estado en la cárcel, los derechos humanos allí no existen. Y sí, inevitablemente caímos de nuevo en manos de los traficantes», avanza Ousman, que no puede dejar de emocionarse. Se hace el silencio y busca en su ordenador un mapa de África. «Mira dónde está Ghana, ¿ves Níger, Chad, el Sáhara, Libia, todo lo que atravesé hacia el norte?, pues después crucé a Túnez y a Argelia, donde otra vez nos arrestó la policía. Que es la otra mafia, porque los mismos que te encarcelan por la mañana te liberan por la noche a cambio de dinero». «Me sacaban de prisión en coche y me llevaban muchos kilómetros cada vez más abajo. Y así estuve de cárcel en cárcel, atravesando África. Me cambiaban el nombre, entraba como Ousman y salía como Mohamed, luego era Ibrahim... ¿Por qué? Porque por cada migrante interceptado cobran de la Unión Europea. Nos mantienen circulando porque somos moneda de cambio».

«Nada más salir de la costa de Mauritania, la otra patera se hundió: murieron todos, mi amigo Muusa también»

A pesar de todo este terror, Ousman consiguió sobrevivir y un buen día terminó abandonado en tierra de nadie entre Argelia y Marruecos. «En el año 2018 —me explica— España destinó a Marruecos 32,8 millones para controlar su costa con el fin de que los migrantes no salgan de allí en patera. Solo España le da ese dinero, piensa en lo que le da Alemania, Francia... Por este motivo tuve que irme a Mauritania, muchísimo más abajo, para salir al mar. Nos embarcamos en dos pateras 180 personas, pero a pocos kilómetros de la costa, la otra se hundió. Murieron todos, veíamos los cadáveres flotando, fue un horror. Allí se quedó Muusa, mi amigo del alma, en el medio del océano», se emociona. De vuelta a tierra, Ousman tardó dos años en poder volver a salir: «Nosotros no les llamamos pateras, sino ataúdes, porque sabes que es un viaje unidireccional, llegas vivo o muerto, no hay camino de vuelta». Pero asombrosamente, con el viento a favor después de quedarse sin gasolina, la patera de Ousman llegó a Fuerteventura. «Besé la tierra, lloré, grité. Llevábamos dos días sin comer y beber, aunque nada me hacía presagiar lo que me esperaba: de nuevo la cárcel. Después de un tiempo allí, me hicieron la prueba de la muñeca y me enteré de que era menor [tenía 16 años], por lo que me indicaron que podía buscar otro destino. Me preguntaron adónde quería ir y yo, que solo conocía una palabra en español, respondí: ‘Barça'. Así llegué a Barcelona».

En esa selva de cemento, como él dice, Ousman vivió lo peor: el desprecio, la soledad y la invisibilidad. Pero un buen día, vio a una señora y sintió que si se acercaba, ella la escucharía. No se equivocó. Montserrat, la que hoy es su madre, se ofreció a ayudarlo, y Ousman encontró por fin su destino y el hogar que le faltaba. Montserrat y su marido, Armando, ya jubilados, se convirtieron en sus tutores legales, y hoy son su familia. «No puedo llamarlos de otro modo, son mis padres y mis hermanos», me dice mientras me enseña la foto de todos juntos en Navidad.

Ousman, en solo seis años, pasó de ser analfabeto a aprender catalán y español y a tener dos carreras. Hoy da conferencias sobre motivación, es premio Princesa de Girona, y el fundador de la ONG Nasco Feeding Minds, que ha creado 43 escuelas en Ghana, donde han estudiado informática más de 20.000 personas. «Lo mejor es que ya hay gente programando. Están trabajando desde África para empresas de España sin necesidad de subirse a una patera. En mi aldea no hay agua corriente, pero sí tienen internet, allí tienen datos. A mí no me interesa cambiar el mundo, pero sí el pedacito que me toca», concluye Ousman, que me despide con un abrazo y con una enorme sonrisa. Hay historias que te cambian la vida.