Francesc Orella, «Merlí»: «Soy bastante peripatético»

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Francesc Orella, protagonista de «Merlí» y «Días mejores», actualmente en cines con «Toscana»
Francesc Orella, protagonista de «Merlí» y «Días mejores», actualmente en cines con «Toscana»

«La Filosofía tiene una tensión erótica no resuelta con el poder», decía Merlí. «Los que mandan quieren que pensemos poco», asegura Francesc. No olvidamos su filosofía, su grandeza campechana y sus «merlinadas». Ahora, el actor nos cabrea y conmueve en «Días mejores» y estrena en cines «Toscana». Le ponemos un examen a nuestro profe favorito

25 jun 2022 . Actualizado a las 18:02 h.

Hizo grandes amigos, y algunos alumnos, a este lado de la pantalla. Tras el éxito de la serie en la que enseña Filosofía a un curso de adolescentes con humor, salami, música de Vilvaldi y mucha salida gamberra, nos reconforta verle vivo en Días mejores, luz sobre el duelo, una forma de terapia. En Días mejores (Amazon Prime), Francesc Orella (Barcelona, 11 de junio de 1957) no es Merlí, es Luis Fábregas, un yupi viudo padre de tres hijas que tiene tanta pasta y tanta jeta como ese toque (o torrente) de humanidad que caracteriza al profesor que nos enseña quiénes vienen siendo los peripatéticos. A Francesc le gustan las «paseadas» por el bosque, confiesa que es más rebelde y disfrutón que estoico, le van los números impares, sobre todo el 3 («es mi número del destino, y soy el tercero de tres hermanos y el tercer signo del Zodíaco», revela), y los colores ocres y tierra. «Esos colores cálidos...», revela este seguidor del Barça que piensa poco en la jubilación. «Aunque a veces quiero parar», admite.

—«Días mejores» es dura, pero nos hace sentirnos mejor. Es una alegría verte en la piel de un personaje de carne y hueso. ¿Cómo haces para que Luis parezca tan de verdad?

—Esto no se puede contestar. Cada actor y cada actriz tiene su manera de trabajar, de ver la interpretación y de asumir el personaje. ¿Cómo se hace? No te lo podría contar. Cada actor tiene su cocina privada. Cada maestrillo, su librillo. Creo que la clave está en no enamorarse del personaje y en no juzgarlo.

—¿No enamorarse?

—No. Bruno Ganz interpretó a Hitler. No tiene que enamorarse de Hitler, pero sí tiene que entenderlo. Hay que meterse en la cabeza, entender por qué el personaje es como es y actúa como actúa. No hay que enamorarse, pero vas a tener que defenderlo. Vas a tener que meterte en sus zapatos.

—¿Cómo te metiste en los zapatos de Luis, ese padre viudo, con tres hijas, que dice «todo va bien» cuando, en realidad, todo es de desastre?

—No hay una fórmula, yo no lo puedo explicar. Trabajo con la intuición, con la observación de la gente que conozco. Como el personaje de Luis Fábregas hay un montón de hombres, ¿o no? Gente que no empatiza con sus hijos, gente que tiene un concepto de la felicidad estrecho y cuadriculado, gente que niega sus problemas, sus debilidades, tíos que van de estupendos por la vida, y que escarbas un poco y son de barro. Para Luis, eso de mostrar sus sentimientos en una terapia de grupo, con una psicóloga, ¡mujer además!, eso... vamos. El personaje iba a la terapia obligado, lo bonito es que empieza a la contra y la terapia le va a ir cambiando.

—Luis es un personaje difícil, pero a la vez, en el fondo, un gran padre, ¿no?

—No. A mí no me lo parece. Ni ha sido un gran esposo, ¡si tiene una amante, coño! Tenía una relación compleja con  su mujer y como padre era un auténtico desastre. No tenía ni idea de lo que les pasaba a sus hijas... Es después, en la terapia, con los demás, que empieza a darse cuenta de lo que ha hecho, de sus ausencias, y a sentirse culpable como marido y como padre. Lo intenta arreglar, pero es patoso. Porque todo lo arregla con lo económico, con regalitos, con cosas. Es patético. Es esa clase de hombre que solo ha vivido para ganar dinero. Para gente como Luis, es un motivo de orgullo ostentar lo que tienen. Viven de las apariencias. Y es mentira todo: es un yupi que va de que tiene una vida de 10, de que todo va bien, y nada va bien en realidad.

—No deja de ser un modelo de familia «normal»...

—¿Normal, qué es lo normal? Digamos que puede ser un modelo de familia burguesa que aparenta ser normal. Puede ser habitual, ¡pero no lo veo normal!

—Con «Merlí» nos espabilaste, nos hiciste peripatéticos, metiste en nuestra cabeza a Platón, Aristóteles, Foucault. ¿Piensas, como Merlí, que el objetivo de la vida es tratar de ser feliz?

—Yo no soy filósofo, no sé cómo hay que vivir, pero sí, supongo que la tendencia en la vida debe ser buscar la felicidad. Lo que pasa es que el concepto de felicidad es subjetivo. Para una persona, la felicidad puede ser lo más sencillo, cotidiano, disfrutar del momento, de tu pareja, de tu familia, de las pequeñas cosas... Hay gente que es feliz incluso en la enfermedad. Para unos la felicidad está en las pequeñas cosas, y para otros en tener más cosas.

—¿En qué grupo de felices estás tú?

—No en el de tener cosas, ni en la ambición material. Tengo mucha suerte de vivir donde vivo, de tener la familia y las personas que tengo al lado. Esto me hace feliz, y soy feliz también porque me dedico a una profesión que me ha gustado desde pequeño, que me apasiona.

—Carlos Cuevas (Pol Rubio, el alumno favorito de Merlí) nos reveló que de pequeño quería ser futbolista. ¿Tú tuviste claro lo de la interpretación?

—Sí. Punto. Totalmente. Cuando era niño, ¡me salía la vocación por las orejas! De niño explicaba chistes en público, imitaba a los profesores, hacía voces, me disfrazaba y aprendí a mentir... Mentir sin hacer daño, eh. Mentir en el sentido de fingir que eres alguien que no eres, hacerte pasar por otro era un juego muy divertido que además se me daba bien. Me fascinó esa posibilidad de poder trasladar a través del escenario o la pantalla emociones al espectador. Sentir que a él le ocurren cosas viendo una obra, la esencia de lo que es ser intérprete, corporeizar toda una serie de sensaciones, emociones, pensamientos y trasladarlo a los espectadores me pareció algo muy poderoso.

—Es curioso como contando mentiras podéis hacernos sentir verdad...

—Bueno, jajaja, es mentira lo que es, pero el público ya compra esa mentira. Pero lo que siente el espectador es de verdad, correcto. Eso es lo fascinante, lo que me decidió a dedicarme a esto, a probarlo cuando era... joven, muy joven.

—¿Eres del 11 de mayo o del 11 de junio? Internet confunde, y el horóscopo tiene su importancia.

—Del 11 de junio. Soy Géminis.

—¿Entonces, siendo Merlí en la ficción, en realidad no te va la Filosofía?

—No, no, ¡me gusta un huevo! Y me gustaba ya antes de hacer Merlí. Era una asignatura que me apasionaba. La primera vez que tuve la asignatura de Filosofía me sentí más adulto, me sentí importante. Era una asignatura que servía para reflexionar, para observar el mundo a tu alrededor, para plantearte las grandes preguntas. A mí esas grandes preguntas ya me atraían a los 15 años, pensaba: «¡Hostia, este año haré Filosofía! Soy adulto». Lo que no soy es filósofo, soy solo un actor, nada más. Pero me metí en la piel de Merlí, ¡y fue un reciclaje muy potente!

—¿Tuviste tú un Merlí en la vida?

—No un profesor tan radical, tan extremo, pero sí algún profesor que me hizo descubrir la historia moderna y contemporánea de nuestro país, un profesor de Lengua Española que era un gran cinéfilo que me hizo descubrir nuevas narrativas, nuevos lenguajes cinematográficos.

—Esa tensión sexual no resuelta entre el poder y la filosofía, de la que habla Merlí, va a peor con las nuevas leyes educativas, ¿o no?

—El sistema educativo nunca ha estado interesado en las asignaturas humanísticas y de letras. A la Filosofía la intentan apartar porque es incómoda. Lo que quieren los que nos mandan es que pensemos poco. Quieren que obedezcamos. ¡Esa tensión erótica no resuelta hace trabajar el cerebrito!, la Filosofía te convierte en sujeto activo. Y de eso se trata, de que no seamos meros consumidores que nos tragamos todo lo que nos venden.

—¿Eres de Platón o de Aristóteles?

—Soy más de Aristóteles, pero se saca provecho de todo. Yo soy bastante nietzscheano. De los contemporáneos, me interesa Bauman. Me cuesta quedarme con uno solo, me pasa como con los directores de cine. El primero para mí es Kubrick, un genio.

—Otra frase de Merlí: «¿Por qué hay cada vez más enfermedades del alma?». ¿Qué nos pasa?

—Sí, son momentos de enfermedades del alma. El siglo XXI ha empezado de pena. Hay que tener razones para el optimismo, pero lo ponen difícil. Si me pongo a hablar de este país, tenemos entrevista para otro día. Este país me pone de mala leche: políticos, jueces, empresarios y banqueros... Vaya fauna.

—¿Qué filosofía le ponemos a esto?

—Los estoicos. Hay que ser estoicos. ¡No, no, no! Rectifico. Táchalo, hay que ser rebelde, Camus: la rebelión empezando por uno mismo. Cuestiona primero lo tuyo, pero sé rebelde ante los diferentes abusos de poder.

—Mi hija de 12 años quiere ver «Merlí». ¿La dejo? Me parece potente para su edad.

—No lo sé. Tú eres su madre y tú sabrás qué quieres que vea o no. Sé que la han visto chavales de esa edad, pero yo no tengo hijos y no sé qué haría... Igual sí que lo disfruta mucho. Prúebalo si quieres, ella decidirá si le gusta o no. Seguro que van a salir preguntas...

—¿Futbolero?

—Sí, pero no soy un futbolero practicante. Sigo cómo va el Barça, que es mi equipo, poco más.

—¿Dónde está tu paraíso?

—Hay muchos paraísos. El Pallars es uno, el lugar donde nació mi padre, tengo sangre de allí, en la Suiza catalana... Pero haría una larga lista de paraísos del mundo.

—Estás en cines con «Toscana». ¿Pasaremos un buen rato?

—En algunos momentos del rodaje se escapaba la risa... La gente se lo va a pasar bien. Toscana te da un buen momento y te hace olvidarte un rato de esa realidad de la que te hablaba. Y empatizar con unos personajes muy tiernos.

—¿Qué te gusta más hacer?

—Leer, pasear, ir al cine, oír música, estar con amigos... y la comida. Esas cosas. Cocino lo que puedo y me gusta comer bien. Nada del otro mundo. Me gusta caminar por la montaña. Tengo la suerte de vivir en un sitio donde puedo hacer esas paseadas por el bosque.

—¿Entonces, eres peripatético, de esos que piensan mientras caminan?

—Soy bastante peripatético, de los que reflexionan mientras caminan. En mis paseos por el bosque le doy mucho al coco. Me gusta pensar, y pensar en voz alta.