¿Por qué el domingo estamos más tristes?

P.Avendaño

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Apatía y sensación de vacío son algunos de los signos que forman parte del síndrome del domingo, y que se producen porque nuestro cerebro se anticipa a lo que todavía no nos ha sucedido

13 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Si se teclea en Google «el día más triste de la semana», el buscador arrojará unos 74 millones de resultados. El blue monday, el tercer lunes del año, ocupará la mayoría de titulares, pero la realidad es que al respecto de cuáles son las peores 24 horas no hay mucha evidencia. Algunos hablarán del martes y otros harán mención al miércoles por estar en medio y medio. Pero sin embargo, hay otro fenómeno que empieza mucho antes de que suene el despertador al comienzo de la semana. Se trata de la llamada tristeza del domingo por la tarde. Allí donde el fin de semana se despide y donde sentimos acercarse al lunes y con él, la vuelta a la vorágine del trabajo y a la rutina.

El término no es nuevo. La primera vez que se le puso nombre fue en el 2006, cuando Larina Kase, una psicóloga norteamericana comenzó a investigar esta tristeza en el Centro de Estudio y Tratamiento de la Ansiedad de la Universidad de Pensilvania. Lo que se ha denominado ya como «tristeza dominical» en estudios posteriores, es en realidad un conjunto de síntomas: angustia, ansiedad, inestabilidad emocional, melancolía, tristeza, sensación de vacío y una tendencia a centrarse en lo negativo. Tanto, que en ocasiones el organismo somatiza y lo acompaña de signos físicos. Algunos pueden manifestar, incluso, peores digestiones, dolor de cabeza o problemas para pegar ojo.

No tiene mayor gravedad y se olvida con la primera alarma de la semana. Pero si se suma domingo a domingo puede arruinar más de un plan. Para entenderlo, puede decirse que la tristeza de los domingos es una versión más ligera del síndrome posvacacional. Un fenómeno documentado que consiste en padecer un cuadro de malestar generalizado causado por la vuelta al trabajo tras un período de descanso.

No es sorpresa para nadie que pasar de hacer lo que nos gusta a hacer lo que nos disgusta es cuanto menos desagradable. En una encuesta realizada hace un par de años en Estados Unidos, el 88% de los participantes aseguraban tener un sentimiento de ansiedad los domingos al pensar en lo que les depararía el día siguiente. Al ser preguntados por cuándo exactamente empezaba esa sensación, la mayoría respondió lo mismo: cerca de las cuatro de la tarde.

Las causas

¿Por qué sucede? «Nuestro cerebro está adelantándose constantemente en negativo. En algunas personas más que en otras», explica el psicólogo Jaime Burque. «He visto en consulta a gente en niveles extremos, a los que el trabajo les consume muchísimo, el sábado lo pasan agobiados y llega el domingo y están en un sinvivir», asegura. En un nivel medio también hay muchas personas que simplemente la sensación de que llegue el lunes «les produce miedo». «El domingo por la tarde marca una transición, un cambio, un espacio de tiempo entre la semana que finaliza y la que se inicia», analiza Ana Hervada, psicóloga sanitaria y laboral, que añade: «durante ese día hay más tiempo para pensar y analizar lo que nos queda por hacer».

La raíz del problema es en la mayoría la misma: el trabajo. Sin embargo, es un problema con dos caras. Entran en juego el estrés y la insatisfacción. La mayoría de los que experimentan la llamada tristeza del domingo tienen algo sin resolver en el ámbito laboral. «En estos casos hay que ir al fondo del problema e intentar poner remedio a que haya una parcela de nuestra vida que nos esté haciendo sufrir», explica de nuevo Burque. Esta ansiedad puede darse incluso en personas desempleadas: «En estos casos, el fin del tiempo de descanso, les recuerda  la incertidumbre en la que pueden encontrarse», precisa Hervada.

Ojo, la intensidad no será la misma en todas las personas. Dependerá de muchos factores, entre ellos, del amor que cada uno le profese al trabajo. Se presupone que si se odia, las posibilidades de que los síntomas sean mucho peores son mayores. Sin embargo, no tiene por qué ser una relación causa-efecto. Es decir, puede aparecer en aquellos que sí disfruten de sus quehaceres, pero tiendan a ponerse en el lado malo de la película. La naturaleza humana tiende a caer en la negatividad. La preocupación, dice de nuevo Burque «suele resumirse en psicología como una emoción inútil porque no nos sirve para nada». Los llamados «¿Y si…?» nos pasan factura: «¿Y si me va mal?, ¿y si no lo consigo?».

La cultura del trabajo

Normalmente estamos acostumbrados a que los lunes sean días duros, con una cultura muy enfocada al trabajo. ¿Pero han sido así siempre los domingos? No exactamente. Un estudio elaborado por la Universidad de Waterloo (Canadá) y publicado en la revista Time & Society, que analizaba los datos sobre el uso del tiempo entre 1981 y el 2005, ya descubrió por aquel entonces que los domingos eran cada vez más parecidos a un día de semana. Justo lo contrario que sucedía a principios de la década de los ochenta. Es decir, hace ahora cuarenta años. «Este cambio probablemente sería aún más obvio», especuló el autor del estudio, «si uno volviera a los conjuntos de datos más antiguos, como los de 1968, donde las comidas dominicales en casa ocupaban más de 90 minutos y las compras solo 8 minutos».

La apertura de tiendas también durante el fin de semana, como sucede en muchas grandes ciudades, ha dado la vuelta al sentido que siempre han tenido los domingos, que tradicionalmente han sido un día para descansar y reunirse con la familia. El mismo estudio concluye que, en general, y a pesar de ello, alguna gente tiende simplemente a disfrutar de las cosas. «Aprovechar al máximo la vida es algo natural. En cierto modo, esto sirve como mecanismo de autodefensa. La vida se vuelve miserable cuando nos disgusta continuamente lo que hacemos», asegura Jiri Zuzanek, el sociólogo (que no psicólogo) a cargo de aquella investigación.

Soluciones

Por suerte, la tristeza del domingo tiene solución. El cerebro puede trabajarse y entrenarse. Vivir el presente, por muy idílico que suene, puede ser parte de la respuesta. Aquí la clave es no anticiparse a lo que pueda pasar. Llenar los domingos de actividades puede ser un buen remedio. «Hay gente que ese día no tiene nada que hacer y se levanta y piensa: ¿ahora qué hago con mi vida?», explica Burque. También sucede justo lo contrario: «Otros se agobian aún mas pensando en que tienen dos días que están perdiendo». En estos casos conviene decantarse por hacer actividades que nos enriquezcan. Algunos ejemplos: hacer deporte o simplemente tener vida social. Otra clave es la planificación: «Hay que prevenir y planificar, es mucho mas eficaz para que el cerebro se relaje a partir de ahí».

«Es también muy importante aprender a conectar con el aquí y ahora, para esto técnicas como el Mindfulness pueden ayudarnos», explica Ana Hervada. La meditación es un recurso que permite reducir la incidencia de pensamientos negativos en nuestro cerebro. En contra de lo que muchos puedan pensar, sus efectos tienen numerosa evidencia científica. Investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de California en San Diego (Estados Unidos) descubrieron que practicar técnicas de meditación interrumpía la comunicación entre las áreas cerebrales implicadas en la sensación de dolor y las que producen el sentido del yo.