Así cría una familia bilingüe: «Mis suegros no querían que le hablara a las niñas en español»

ALEJANDRA C. L. / S. F.

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Sara vive en Italia y se dedicó a la crianza de sus hijas para que fueran bilingües. Todos los veranos vienen a Ourense y la mayor no se lía pasando de un idioma a otro.

23 nov 2022 . Actualizado a las 15:35 h.

Desde que Sara Blanco (Ourense, 1992) se quedó embarazada en Italia, supo que se dedicaría a su hija Irene. Estudió un grado superior de Educación Infantil en España y aprovechó esos conocimientos para sentar las bases del castellano en la primera infancia de Irene.

Sara llegó a Parma en el 2014 con un programa de au pair, pensaba quedarse solo un año, pero dos y medio más tarde seguía allí. Cuando las niñas de la familia con la que trabajaba crecieron, se mudó a un piso con amigos y siguió trabajando como niñera, y en el 2018, sin esperarlo, conoció a su actual esposo en una piscina de un pueblo cercano.

«Allí hace mucho calor, más que en Ourense, y con una amiga decidimos ir a una piscina diferente, a la que no fuera todo el mundo. Allí había dos chicos conversando, empezaron a hablar con nosotras y mantuve contacto con uno de ellos. Cuando lo conocí dije: ‘Es esa persona, es el hombre que mejor me ha tratado’», recuerda ella.

Igual que el amor, su primera hija llegó sin esperarla. «Al principio me daba miedo quedarme embarazada, es terrorífico y doloroso, por mucho que te digan que no. Lo que sí supe de inmediato era que me dedicaría a ella por completo. Los primeros años son un período muy importante y no quería perdérmelo, o estar con ellas solo un par de horas por la tarde, especialmente si quería sentar las bases del español. Si no estoy para que hablen conmigo, no van a usar el idioma, y no se les va a quedar», explica Sara.

Ella y su marido lo tuvieron claro. «Lo del idioma no lo pensamos. Simplemente yo soy española y ya está. A él le gustaba un poco el toque exótico de que yo sea extranjera», continúa con gracia.

Así que al nacer Irene, Sara puso en práctica sus conocimientos profesionales y logró que las primeras palabras de su hija fueran en español. Decía mamá, no mamma y agua, no aqua, pero Sara tenía claro que la pequeña hablaría ambas lenguas de manera fluida. «Por supuesto que al principio mezclaba muchísimo, pero nunca tuve miedo de que no hablara bien, sabía que el cerebro tendría que madurar, y ahora hace el cambio entre ambas lenguas sin problema», asegura.

 Intereses familiares

A pesar de la determinación de Sara, no todos estaban tan convencidos de su idea. «Mis suegros me decían: ‘Es que ella habla y no la entendemos’. Yo les explicaba que lo que tenían que hacer era repetirle la palabra dos o tres veces en italiano y así ella iría aprendiendo, pero los nonnos insistían: ‘No la vamos a entender’. Y yo en plan: ‘Aprended español vosotros también’. Mi madre, por ejemplo, nunca me dijo nada, si la niña decía algo en italiano, ya buscaban como entenderse, son lenguas muy parecidas», dice.

Sara tenía razón, Irene nunca tuvo problema y cuando escogía alguna palabra en español que sus maestras no entendían, simplemente le preguntaban y ella se expresaba de otra forma hasta conseguir entenderse, aunque es inevitable que otros compañeros de clase lleguen a casa con términos en español que Sara tiene que explicar en el chat de mamás de la escuela.

Irene ha interiorizado tanto ambas lenguas, que incluso le resulta extraño que su madre no hable español «Cuando le estoy leyendo un cuento en italiano me reclama: ‘Pero qué dices’. Así que me toca traducirle, sabe que conmigo habla en español. Y cuando le digo en castellano que llame a su padre, ella hace el cambio automáticamente y a él le habla en italiano», explica.

Ahora Sara se dedica a Victoria, la menor, que también hablará ambos idiomas. En cuanto a su marido, a fuerza del vocabulario de las niñas, algo se le va quedando del español también.