Tras pasar pequeñas temporadas en el extranjero, esta madrileña de raíces gallegas se planteó la posibilidad de estudiar en Estados Unidos y lo consiguió. «Nunca pensé que lo difícil sería escoger la universidad», confiesa
04 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Paula Leyes (Madrid, 2001) aún se emociona cuando recuerda el día en el que fue aceptada para estudiar en la Universidad de Harvard. El reloj estaba a punto de marcar la medianoche y los nervios estaban a flor de piel en su familia, de raíces gallegas. «Yo estaba en mi habitación, mi madre se había tomado una pastilla para calmar el estrés y se había dormido en el sofá, y mi padre había salido a dar vueltas por la calle», rememora. Cuando dieron las doce, abrió la aplicación que había utilizado para cubrir su solicitud y descubrió que había sido aceptada por varias de las mejores universidades de la élite estadounidense. Su padre empezó a saltar en medio de la calle y su madre estalló de emoción. Paula se quedó sin palabras.
«Nunca había pensado que lo difícil iba a ser elegir», explica. Tras recibir la noticia, viajó a Estados Unidos para visitar los campus de Harvard, Princeton y Stanford, y, tras varios días valorando qué hacer, tomó la decisión: «Descarté Princeton y entre las otras dos, cualquier decisión hubiese sido buena, pero tenía 17 años entonces y nunca había vivido períodos largos fuera de casa. Stanford quedaba muy lejos físicamente en cuanto a las horas de avión y la diferencia horaria era mayor, así que me decanté por Harvard», sentencia.
El huso horario no fue lo único que la convenció. Durante su primer contacto en Massachusetts con la mejor universidad del mundo, según el prestigioso ránking de Shanghái, el presidente de la institución aseguró que allí «el cielo es el límite». Y Paula adquirió el lema como propio, enarbolándolo durante los cuatro años que duró la carrera. «Tardé bastante en aceptarlo como realidad. Incluso al final, cuando estaba caminando por el campus principal, me paraba, miraba alrededor y pensaba: ‘‘Guau, estoy aquí y no solo de visita, estoy estudiando’’».
Aunque al principio tardó un poco en asimilar dónde estaba, todo se le hizo bastante fácil. Porque la Universidad de Harvard cuenta con un sistema de residencias pensado para facilitar la integración de sus alumnos. «Antes de ir tienes que rellenar un cuestionario y luego intentan ponerte con gente con costumbres y horarios similares», comenta Paula, que acabó entablando amistades con personas de todo el mundo: «Al principio, la mayoría de amigos que hice eran hispanos, porque me hacían sentir como en casa. Pero luego fui expandiendo las redes y tengo amigos de muchos países, también estadounidenses».
El proceso de adaptación es similar en el ámbito académico. «El primer año escoges clases de lo que crees que vas a estudiar, pero luego puedes cambiarlo», desvela Paula, que solicitó en un primer momento el itinerario de Matemáticas. El curso arrancó y como en cualquier otra universidad tuvo varias asignaturas, pero hubo una que le llamó especialmente la atención. «Hice una clase de informática que hace mucha gente pese a no tener intención de hacer la carrera y me encantó», sostiene. Le cogió gusto a la programación y decidió que los próximos tres años estudiaría las dos carreras: Informática y Matemáticas.
APOYO ACADÉMICO
Pero la filosofía que rige en Harvard es muy diferente a la que sobrevuela las universidades españolas y la formación allí va más allá de lo estrictamente relacionado con la carrera. «Para graduarme tuve que hacer una clase de arte, otra de ciencias sociales y tienen lo que llaman ‘‘educación general’’, con diferentes categorías. A mí eso me gustó mucho», añade la joven, que desde pequeña supo que iba a estudiar algo de números, aunque también le apasionasen las humanidades y los idiomas.
De lo que tampoco cabe duda es de la exigencia que supone estudiar en la cumbre académica mundial y, pese a verse sobrepasada en algunos momentos, Paula subraya que la universidad ofrece recursos para poder superar las asignaturas y no rendirse en el intento. «En la mayoría de las clases grandes y complicadas tienen lo que ellos llaman teaching fellows, estudiantes que hicieron la clase en años anteriores y que están allí para ayudarte, tanto durante la clase como en horas de tutoría», remarca.
También son accesibles los docentes, que «tienen la puerta abierta de su despacho y puedes ir a preguntarles cosas que no te hayan quedado claras». La calidad del profesorado es, precisamente, uno de los aspectos que han marcado el recuerdo que guarda de la universidad: «Son impresionantes y, en general, muy humildes y accesibles. Tú vas a clase con ellos y realmente no eres muy consciente de a quién tienes delante. A mitad de curso empiezas a buscar un poco de información e igual te das cuenta de que tiene un premio Nobel y cosas así».
Además, el aprendizaje no llega solo de los profesores, sino de todos los compañeros. «Es gente muy motivada y no en el sentido tóxico de querer llegar más alto que tú, sino en el sentido de que es gente que te inspira», destaca Paula, que anima a todos aquellos estudiantes que deseen seguir sus pasos a hacerlo sin titubear.
Para entrar en Harvard o en las otras siete universidades de la prestigiosa Ivy League —Princeton, Columbia, Cornell, Brown, Yale, Darmouth y Penn—, el proceso arranca en primero de bachillerato, casi dos años antes de empezar la carrera. «El proceso de solicitud fue bastante intenso, porque además en España nadie estaba familiarizado con el sistema», rememora. Lo más complejo fue anticiparse, porque a principios de segundo de bachillerato tuvo que realizar varios exámenes obligatorios con contenidos que iba a dar a lo largo del curso. «Hubo momentos de cierta desesperación, pero tuve la suerte de entrar, y, aunque no lo hubiese hecho, aprendí mucho», reflexiona.
Tras esas pruebas de aptitud, los aspirantes a entrar en la Ivy League deben enviar a Estados Unidos cartas de recomendación, escritos de motivación... «En el momento en que te admiten, ellos no saben si lo vas a poder pagar», comenta Paula, que se pudo permitir estudiar en Harvard gracias al compromiso que tiene la universidad con los alumnos que admite. «El compromiso que tienen es que si te aceptan, basándose únicamente en esos materiales de la solicitud [de corte académico] , se comprometen a pagar todo lo que tú no puedas pagar».
CONTRATO EN APPLE
Todo ese camino hacia Harvard y su experiencia en la universidad vuelven ahora a su cabeza cada vez que cruza los tornos de la sede de Apple en California, donde nunca se imaginó que acabaría trabajando como ingeniera de software. «Hice las prácticas allí en el verano antes de terminar la carrera, les gusté y me ofrecieron volver cuando me graduara», señala. Su primera impresión al llegar a la sede de la tecnológica en Cupertino fue la inmensidad de las instalaciones y la diversidad de perfiles profesionales entre sus compañeros. «Hay un montón de oficinas y es muy interesante conocer a gente de otras organizaciones. Hay equipos que no pensé que existirían y que son fundamentales para que una compañía tan grande funcione».
Como en Harvard, todo en Apple está pensado para que los empleados puedan hacer deporte y otras actividades sin salir de allí. «Aprovecho las cenas para quedar con amigos y una vez al mes voy al club de puzles», comenta. Paula no descarta volver a Europa, pero ahora se centra en aprovechar esta gran oportunidad. «Estoy en un sitio bueno para aprender y ganar experiencia», concluye.