El polémico rescatador de perros
Domingo, 05 de Diciembre 2021, 01:14h
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Pen Farthing coge los objetos de su escritorio para ilustrar la disposición del aeropuerto de Kabul en aquellos caóticos últimos días de agosto, cuando la capital afgana cayó y él fue evacuado con sus animales. La esquina del portátil es la terminal de pasajeros. Un sobre de la ONG de protección animal que preside, Nowzad, es la puerta de la Abadía, donde una bomba suicida mató a 200 personas. Dos chinchetas son sus camiones, que transportan a 94 perros y 68 gatos.
«Así que todo esto está controlado por los talibanes –dice, dibujando una línea con el dedo–. Y, cuando llegas a la terminal de pasajeros, aquí había alambre de púas y en ese lado estaba el Ejército británico». Da un golpecito con el dedo. «Le entregué mi pasaporte al oficial que estaba allí y le dije: 'Pen Farthing', y él dijo: 'Oh, lo estábamos esperando'».
Fuera del aeropuerto, cientos de personas con pasaportes extranjeros se apretaban contra las vallas, desesperadas por salir. Llevaban días bajo el calor de 45 grados, con el riesgo de ser bombardeados.
Las críticas a Farthing no iban a tardar. El secretario de Defensa británico, Ben Wallace, calificó la misión de Farthing, que ellos llamaron Operación Arca, como operación «mascotas sobre personas». «Todo eso que dicen de que los militares pusieron sus vidas en riesgo para sacar a Pen Farthing es basura –explica Pen–. ¿Y dónde desperdicié recursos militares? Fueron los militares estadounidenses los que me ayudaron a cargar a esos perros y gatos en el avión, no los británicos. Tengo un vídeo de ello».
Pen cargó la bodega del avión con sus animales y se abrochó el cinturón en la zona de pasajeros... vacía. ¿Qué sintió al verse rodeado de filas y filas de asientos vacíos cuando la gente, a pocos metros, no podía salir? «Fue horrible –admite–. Muy frustrante».
El coste de fletar este avión y poner luego en cuarentena a 162 animales al llegar a destino en Inglaterra ascendió a 900.000 euros. Se recaudó gracias a una avalancha de donaciones que recibió su organización, Nowzad.
El rescate de animales en zonas de guerra es un gran negocio. 'Los soldados patrullan, recogen a un cachorro, lo cuidan y luego no lo pueden dejar. Hacen lo que sea para sacarlo'
Legítimo pero sorprendente. ¿Somos realmente un país –se preguntaban los medios ingleses– con mayor afinidad con los animales que con las personas? Un intérprete afgano se lo reprochó aquellos días de forma clara a un diputado y exsoldado: «¿Por qué mi hijo de cinco años vale menos que tu perro?».
Farthing rechaza todas estas críticas, pero no significa que no haya pensado en ello. Me habla de una carta que recibió una vez en la que le recriminaban que, ante un bebé necesitado y un cachorro, la gente como Farthing siempre salvaría al cachorro. «Obviamente, como director de la ONG ya no puedo responder a correos como ese –manifiesta–. Pero en aquel momento respondí: 'Soy un comando de los Royal Marines, así que en realidad recogería al bebé en un brazo y al cachorro en el otro'». Parece satisfecho con esta defensa. Pero, por si acaso, me recuerda la encuesta de YouGov (una prestigiosa empresa de análisis de datos) encargada precisamente tras su misión en agosto, que mostraba que el 40 por ciento de los británicos pensaba que la vida humana valía «lo mismo que» una vida animal.
'Muchos querrían recoger a un niño de la calle, pero no se puede'
Le pregunto a Farthing cuánto cuesta gestionar su organización, Nowzad, y me sorprende cuando me dice que «aproximadamente un millón de libras al año». Parece mucho si tenemos en cuenta que el salario medio anual de los afganos es de unas 7500 libras. Pero el rescate de animales en zonas de guerra es un gran negocio. Han ayudado a más de 1700 soldados de todo el mundo a reunirse con los perros y gatos que adoptaron en zonas de guerra. «Están patrullando, se encuentran con un pequeño cachorro y empiezan a cuidarlo. Sucede todo el tiempo. Los perros, los gatos, proporcionan un breve momento de positividad, especialmente cuando los soldados están muriendo cada dos días. Y luego el soldado no puede dejar que el perro vuelva a la calle, así que necesitaban una forma de sacarlo».
Dice que el vínculo entre los militares y los perros callejeros tiene historia. Ha recibido e-mails de veteranos de Vietnam que se acuerdan de los perros que tuvieron «y desearían haberlos sacado». Una señora le envió fotos de soldados rusos con perros callejeros durante su última ocupación en Afganistán. «Si tienes un mínimo de compasión, quieres cuidar de estos perros –afirma–. Mucha gente querría mostrar compasión por los niños, darles una comida decente, cobijarlos, pero no se puede hacer eso, obviamente. No es que puedas coger a uno de los niños afganos de la calle y decir: 'Voy a cuidar de ti'».
Farthing instaló su ONG en Afganistán hace ocho años. A medida que la organización crecía, ampliaba sus objetivos. Abrió una clínica, vacunó a los perros locales contra la rabia e introdujo un programa de esterilización. Está orgulloso de que varios de sus veterinarios fueran mujeres. «Decidieron su propia carrera, fueron a la universidad y ahora son veterinarias. Se estaba avanzando». Sacude la cabeza, todavía asimilando la enormidad del cambio.
Durante años, Farthing entró y salió de Kabul. Cuando llegó la pandemia, se quedó a tiempo completo, viviendo con el personal, los perros, los gatos, los burros y las cabras: «Una gran familia». En agosto tenía unos 220 animales en el recinto. Cuando los talibanes cercaron Kabul, los expatriados, desesperados, empezaron a dejarle sus mascotas mientras huían.
Farthing y Kaisa Markhus, su pareja, no tenían prisa por irse. Pensaban que las cosas cambiarían bajo los talibanes, sí, pero que podrían organizarlo. Pero después del 17 de agosto se dieron cuenta de que no eran realistas. La Embajada les dijo que tomaran un vuelo.
La terrible decisión de sacrificar a los mayores
Farthing trabajaba ya en cómo evacuar a los perros. El primer plan era llevarlos a la India, pero entonces recibió la noticia de que el Reino Unido los aceptaría «con la documentación adecuada». Dos días antes de la evacuación se dio cuenta de que no tenía suficientes jaulas para transportarlos a todos, así que tomó la «horrible» decisión de dormir a 32 perros «mayores» mediante una inyección letal. Otros 16 que formaban parte de su programa de vacunación y esterilización fueron devueltos a la calle. Algunos donantes de Nowzad se enfurecieron. «Pero no había otra forma», argumenta. Si los hubiera dejado en manos de los talibanes, los habrían fusilado.
El 26 de agosto, Farthing intentó salir por primera vez. Condujo en convoy con dos camiones llenos de animales y dos autobuses repletos de su personal y sus familias. En el primer puesto de control, su vehículo fue rodeado por los talibanes apuntando con sus armas. Los talibanes mostraron fotos en las pantallas de sus teléfonos de prisioneros de la bahía de Guantánamo con monos naranjas siendo atacados por perros militares y preguntaron: «¿Tienen perros de estos?». «Yo decía: 'No. Mira, son perros de la calle'. Teníamos algunos con tres patas que poníamos a la vista. También había perros militares, pero iban ocultos». Los talibanes los dejaron pasar.
Estaban como a 500 metros de la entrada del aeropuerto. Eran las cinco y media de la tarde. De repente, una explosión. «Sabíamos que era una bomba». En cuestión de segundos, la zona se convirtió en un caos. «Y entonces los talibanes deciden sacar a todo el mundo más rápido lanzando gases lacrimógenos y se ponen a disparar sus AK justo al lado de nuestros camiones, diciéndonos que nos movamos más rápido, pero la gente no puede conducir porque no ve por los gases lacrimógenos. Un caos.
El coste de la Operación Arca ascendió a 900.000 euros. Se recaudó gracias a una avalancha de donaciones que recibió su ONG, Nowzad
Lamentablemente, perdimos a seis de nuestros gatos porque el gas lacrimógeno les entró directamente y los ahogó». Pese a todo, llegaron al aeropuerto. Pero los talibanes le dijeron que podía llevarse a sus perros, pero no a los ciudadanos afganos. Él les dijo que no se iría sin ellos. «Así que volvimos a la casa y lloramos. Porque sabíamos que mi personal no iba a salir».
Se centró entonces en sacar a los animales. Al final, lo logró un día después. Hay una pregunta evidente: ¿por qué no dejó a los perros y dedicó toda su considerable energía a ayudar a la gente desesperada, a los que entregaban a sus bebés por encima de la valla del aeropuerto? «¡Si el Ejército no pudo sacar a la gente, ¿cómo diablos podría yo?!». ¿Pero era realmente tan importante sacar a todos esos perros? «¿Quién iba a cuidar de ellos?», me devuelve la pregunta. «Algunos son las mascotas de la gente. ¿Qué le digo a ese soldado: 'Lo siento, he dejado a su perro o gato en Kabul'? No puedo hacer eso. Me comprometí».
Le pregunto si volverá a Afganistán. «Esperaba volver a pronto –cuenta–. Biden ha congelado nuestras cuentas bancarias, un absoluto idiota, así que voy a tener que llevar dinero a nuestro personal que sigue allí porque está cuidando de nuestros burros». Quedan 12 en total, además de dos caballos, un toro llamado David y una cabra llamada Jaja. «Pero hay otro problema: hace unos días, los talibanes asaltaron nuestra clínica. Se llevaron a mis trabajadores para interrogarlos, les enseñaron fotos mías y les preguntaron dónde estaba».
¿Es porque sabrían que había matado a talibanes durante la guerra? «Luché contra los talibanes. No sé si maté a alguno –recuerda–. Así que todavía no estoy seguro de lo que haré».
© The Sunday Times
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