Viernes, 22 de Noviembre 2024, 09:41h
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Llovía con saña bíblica y el agua lo inundaba todo: bajos, sótanos, garajes, habitaciones. Comprobó que la calle era un torrente que arrastraba cuanto hallaba a su paso, infiltrándose por las puertas antes de arrancarlas, rompiendo las ventanas. Nada podía detener aquello. Entre el repiqueteo furioso de la lluvia en los tejados y balcones llegaban los gritos de quienes eran arrastrados por la riada, o subidos a coches y árboles reclamaban auxilio. De quienes golpeaban aterrados las puertas de las casas, suplicando las abrieran, hasta que sus golpes cesaban y los gritos se alejaban calle abajo, torrente abajo.
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