Viernes, 10 de Febrero 2023, 11:03h
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Cuenta Dalí en sus memorias (no dejen de leerlas, son tan inteligentes como tronchantes) que con nueve años descubrió el secreto de la felicidad total. Una tía suya le había regalado una pesada corona metálica con la que jugar a ser rey. Con el tiempo le quedó pequeña, pero él se empeñaba en seguir usándola a pesar de la incomodidad y fue así como hizo su sensacional descubrimiento. Por las tardes, a la hora de más calor, subía a la azotea de su casa en Figueras, se ceñía aquella apretadísima corona y paseaba arriba y abajo diciéndose: «¡Un poco más, un poco más!». Cuando el dolor y presión eran verdaderamente insoportables, cuando estaba al límite de sus fuerzas, se arrancaba aquel cepo y entonces el paisaje se le antojaba sublime; las luces del atardecer, únicas; los sonidos de la vida, de una belleza indescriptible; era el éxtasis absoluto. Uno que, según cuenta en sus memorias, lo elevaba «a la cumbre de las más inaccesibles estrellas alcanzado el torbellino de mi felicidad las proporciones de un ensueño cósmico».
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