Elena Rey, bióloga marina por la mañana y entrenadora de patinaje por la tarde: «Me siento una afortunada»

Laura Ríos
laura ríos RIBEIRA / LA VOZ

CIENCIA

La barbanzana, aunque vive de estudiar el océano, suele dar largos paseos por la playa de A Corna.
La barbanzana, aunque vive de estudiar el océano, suele dar largos paseos por la playa de A Corna. CARMELA QUEIJEIRO

La barbanzana lleva años combinando ser investigadora del CSIC y dar clases de este deporte en Ribeira

04 mar 2024 . Actualizado a las 08:37 h.

La vocación es algo que no se escoge. Al nacer, hay personas que llegan al mundo con una estrella encima de la camilla del hospital que los guía ya para toda la vida por el camino correcto. A unos les lleva a la música, a otros a la literatura y a unos cuantos elegidos al mundo de la investigación.

Las ciencias son apasionantes a los ojos de los niños cuando son pequeños. Reacciones químicas espectaculares, seres microscópicos alucinantes, insectos mucho más sorprendentes que cualquier ser imaginario... Quizás estos fueron los atractivos que embelesaron en la infancia a la bióloga Elena Rey (A Coruña, 1966), cuyo amor por los animales empezó antes de lo que su mente alcanza a recordar: «Siempre me fascinaron».

La barbanzana de adopción recuerda bien el momento de su vida en el que decidió que quería meterse en el mundo de la acuicultura. Estaba en la segunda mitad de la carrera de biología y el profesor de zoología la animó a ella y a sus compañeros a tomar ese camino. No pasó tanto tiempo hasta que hizo prácticas en la zona de Couso. «Trabajamos con ostras mejillones... hice un poco de todo». Ahí fue cuando el encanto de la naturaleza de la capital comarcal le hizo quedarse.

Un desastre inolvidable

A ningún gallego se le olvida el desastre que azotó la comunidad en el año 2002, cuando el Prestige llenó las playas y ecosistemas de la costa de espeso chapapote. Aquel mar de pasta negra que anegó arenales y rocas fue, además de una catástrofe, una lección que esta tierra nunca olvidaría: más vale prevenir que curar. Para poder cumplir con esa premisa, organizaciones como el Instituto Español de Oceanografía, abrieron plazas de investigación para biólogos especializados en el entorno marino.

Hay trenes que solo pasan una vez en la vida, por eso la coruñesa se subió a este sin pensarlo: «De aquella entré en el departamento de zooplancton y me di cuenta de que me gustaba mucho». Desde que empezó a investigar en las instalaciones de la organización, la científica se ha dedicado a analizar las aguas de la Península dentro del proyecto Radiales 20, que a día de hoy supone la serie histórica de datos multidisciplinares más extensa de España.

El trabajo del grupo en el que participa se basa en la observación directa, sistemática y continuada del mar a través de muestras tomadas desde barcos oceanográficos que registran datos físicos, químicos y biológicos del estado del agua.

Estas tareas, explica la profesional, se complementan con experimentos en el laboratorio e in situ que sirven para analizar procesos bioquímicos clave, como la fijación biológica del carbono o los balances entre este elemento y el oxígeno. Además, puntualiza que algunos de los resultados más relevantes logrados por el equipo se han empleado en artículos e informes sobre los efectos del cambio global o los vertidos accidentales de petróleo sobre el ecosistema pelágico.

Otro de los proyectos de los que forma parte la investigadora del Centro Nacional del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), es la iniciativa Pelacus, cuyo objetivo es el estudio y protección de peces pelágicos como la sardina o la anchoa, que están sufriendo cambios en su alimentación por el aumento de la temperatura media del agua: «El mundo aún no está concienciado de la gravedad de este problema».

Al principio del artículo quedó claro que nadie escoge que será de su vida y sus aficiones, y ese es el caso de la ribeirense, que después de ser una gran patinadora durante su juventud, tuvo la oportunidad de convertirse en profesora: «Lo de entrenadora lo llevo en la sangre, me gusta mucho».

Rey es la viva imagen de ese dicho tan típico de «sarna con gusto no pica», por eso no se queja cuando se le pregunta por la fórmula maestra para combinar su trabajo por una pasión tan absorbente como el deporte sobre ruedas: «Me siento una verdadera afortunada por poder disfrutar de las dos cosas que más me gustan en el mundo». A la coruñesa seguro que le queda mucho que patinar y mucha ciencia que hacer.