El narcobajo de O Ventorrillo se muda a un local frente a un colegio en A Coruña

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

BERGONDO

MARCOS MÍGUEZ

Los desalojados el lunes por los vecinos de Monasterio de Bergondo okupan otro negocio a 150 metros

08 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Tres horas después de que los vecinos y comerciantes de O Ventorrillo se concentraran el lunes frente al narcobajo, dos hombres y una mujer pidieron a la policía que los ayudase a abandonar la zona. De uno en uno y entre gritos salieron escoltados e introducidos en coches patrulla. La policía se los llevó y los dejó en un lugar desconocido. No se sabe si lejano o próximo. Lo que se sabe es que al día siguiente ya estaban durmiendo en un local okupado a 150 metros.

Por tanto, la inseguridad en O Ventorrillo no desapareció, se trasladó a pocos pasos. Los mismos que manejaban hasta el lunes por la noche el narcobajo del número 14 de la calle Monasterio de Bergondo se han ido al 22 de Antonio Pedreira Ríos. Y lo peor no es eso, sino que ahora el problema del trapicheo se encuentra frente al CEIP Raquel Camacho y a una guardería.

El local lleva un año okupado por un hombre conocido en el barrio y que durante un tiempo vivió en el narcobajo de Monasterio de Bergondo. Entre ellos se conocían. Antes de ser allanado era un bar. Muy pequeño. De unos 40 metros cuadrados. Hoy la verja está rota, parte del escaparate, también, y los de dentro se protegen del frío con planchas de madera. No muy bien puestas, pues desde fuera se puede ver lo de dentro a través de una pequeña abertura que será por donde salen y entran las ratas que se ven en la calle, según vienen denunciando los vecinos. Su interior asombra. Acumulación de basura, mantas, colchones y por las noches «un hombre que ronca mucho», cuenta un comerciante de la zona que al cerrar su negocio pasa todas las noches frente a ese local y escucha «lo que parece un oso». Hasta el martes ahí residía el protagonista de esos resuellos. Ahora lo acompañan tres personas.

Desde entonces, la entrada y salida de personas es constante. Son testigos a todas horas los vecinos y comerciantes de la zona, que no quieren que el problema «de la calle de arriba» se traslade ahora junto a sus casas y negocios. Por si fuera poco, frente al colegio Raquel Camacho y a la guardería del Agra, por donde a diario pasan decenas de estudiantes de corta edad. La policía lo sabe y los residentes dicen que no vieron en su vida «tantos coches patrulla pasando por la calle». 

¿Nueva concentración?

Mientras, en Monasterio de Bergondo se muestran perplejos y algunos vecinos empiezan a animar a otros a repetir lo que hicieron el lunes cuando lograron desalojar el narcobajo de esa calle. «Pues ahora tendremos que ir al local okupado frente al Raquel Camacho. No vamos a permitir que esta zona siga siendo un peligro para todos», decía un residente. Este recuerda que en el negocio okupado de Antonio Pedreira Ríos sucedió un hecho violento hace unos meses. «Allí pasaba algunas noches un chico de Senegal y varias personas lo golpearon hasta dejarlo inconsciente», relata.

«Las bandas se repartieron la ciudad y evitan meterse en el territorio de otras»

La mudanza de los que manejaban el narcobajo de Monasterio de Bergondo a otro de Antonio Pedreira Ríos es un nuevo ejemplo de cómo funcionan estas mafias, que al verse señaladas u obligadas a abandonar un punto de venta de droga se mudan a otro cercano para no perder los clientes de esa zona.

Pasó recientemente en Monte Alto, con los okupas de la calle Washington, que tras ser desalojados por la presión vecinal intentaron hacerse con un edificio entero en reformas en Santo Tomás. Antes de eso ocurrió lo mismo con los traficantes de la calle Faro, que se trasladaron a la estrecha de La Torre. «Esos grupos quieren dominar la venta de droga en todo un barrio porque ahí tienen su infraestructura y su clientela», aseguran fuentes policiales. Estos grupos criminales se han repartido la ciudad y evitan meterse en el territorio de otros, añaden.

Es lo que ocurre en O Ventorrillo. Los que ahí trafican «evitan irse lejos para no interferir en los intereses de los que controlan otra zona próxima», sostiene la policía. Esa dispersión supone, además, una dificultad añadida a la hora de combatir esas mafias. Es más, desarticular un narcopiso nunca supone ni acabar con un grupo criminal ni que desaparezca la droga de un barrio. Primero, porque quienes regentan esos locales o viviendas son peones que están muy abajo en la cadena de mando y cuando son enviados a prisión, el líder pone a otros. Segundo, porque esos otros van a okupar una casa cercana a la anterior, por lo que el problema nunca desaparece de la zona, añaden las mismas fuentes.