Mario Camus, el director que acortó la distancia entre el cine y la literatura

Xesús Fraga
x. fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Mario Camus, en un acto en Santiago en el año 2004
Mario Camus, en un acto en Santiago en el año 2004 PACO RODRÍGUEZ

Destacó por sus adaptaciones de grandes libros y filmes personales

19 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La literatura y el cine mantienen una relación de vasos comunicantes que, más allá de los aciertos y fracasos derivados del trasvase, implica siempre la comparación entre obra original y adaptación. Mario Camus, fallecido este sábado a los 86 años en Santander, su ciudad natal, conocía bien los vericuetos que conducían del libro a la pantalla, grande y pequeña. No en vano filmó algunos de los grandes títulos de las letras españolas, lo que le valió convertirse, para muchos, en el mejor adaptador literario. El cineasta, que destacó en vida por su carácter sobrio y humilde -además de pesimista, añadiría él-, prefería eludir ese protagonismo -también reivindicaba las películas como una obra colectiva-, aunque sí admitía que su experiencia le facilitaba abordar esas relaciones entre palabra e imagen.

«Cuando haces una película sobre una novela, tienes que hacerla creíble y para conseguirlo tienes que hacerla un poco tuya», explicaba en La Voz en el 2004. Esa apropiación, no obstante, implicaba mantener una fidelidad no al argumento literal de la obra, sino a su espíritu: «Hay que mantener el espíritu y hay que ser fiel a las obras, porque de otro modo no tiene sentido hacerlo. No tiene sentido traicionar a los autores porque, si lo haces, ¿para qué filmas esa obra? Creo que nadie tiene la intención de traicionar a los escritores, aunque errores cometemos todos», ampliaba.

Camus, nacido en Santander en 1935, inició a los 18 años los estudios de Derecho en Madrid, aunque él lo que quería era entrar en lo que entonces se llamaba Instituto de Experiencias e Investigaciones Cinematográficas, para lo que debía esperar a cumplir los 21, según relató en Lugo en 1985 durante el rodaje de La vieja música. Junto a compañeros de generación como Martín Patino, Carlos Saura o Borau, entre otros, dio pasos para renovar temática y estilísticamente el cine.

Desde muy pronto su filmografía se nutrió de la literatura, tanto de grandes clásicos, como Calderón y Lope, pero también de coetáneos, el caso de Ignacio Aldecoa, de quien llegó a adaptar tres textos: Young Sánchez, Con el viento solano y Los pájaros de Baden-Baden. De hecho, su mismo debut, Los farsantes, de 1963, se basaba en una novela del gallego Daniel Sueiro.

Entre 1982 y 1984 llegarían las dos adaptaciones más destacadas de su carrera: La colmena, sobre la novela de Camilo José Cela, y Los santos inocentes, a partir del título homónimo de Miguel Delibes. Esta última venció los prejuicios iniciales y se convirtió en un éxito de taquilla y de crítica, que llegó también a los festivales internacionales: mención en Cannes y mejor actor compartido entre Francisco Rabal y Alfredo Landa. El propio Camus atribuía al elenco buena parte del mérito: «A mí siempre me dejan alucinado. Ese vigor que tienen cuando les dan un papel bueno, como si estuviesen justificando una vida entera. Todavía hoy veo la película y digo: ¡Qué barbaridad!. Me impresionan mucho los actores, siempre me han impresionado».

No solo el cine se benefició de la sensibilidad de Camus para las adaptaciones literarias. Además de llevar a Lorca -La casa de Bernarda Alba- a las salas, la televisión fue otro formato en el que trabajó con la materia prima de la palabra. Ahí destacan sus versiones de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, y Fortunata y Jacinta, de Galdós, que encontraron el éxito que ya Camus había conocido en el medio, con trabajos como Los camioneros y Curro Jiménez. En esta última serie compartió responsabilidades de dirección junto a Pilar Miró, para quien también escribió guiones, entre ellos, dos adaptaciones: Beltenebros (Muñoz Molina) y Werther (Goethe).

Si en sus inicios Camus tuvo que frecuentar el cine comercial, con películas al servicio de estrellas como Raphael o Sara Montiel, en sus últimos años pudo firmar algunos de sus proyectos más personales. Especialmente notable fue la película Sombras en una batalla, que, con La playa de los galgos, acusaba la larga sombra de ETA. Camus era consciente de que había un cine nacido de su tiempo pero que, a la vez, lo trascendía: «El cine es como una persona de larga vida, instituido en el momento cultural y asumido. Se harán más o menos películas, de uno o de otro título, pero no morirá jamás».

Tres películas y una serie

«La colmena»

No era fácil trasladar a imágenes el texto de Cela, pero Camus convenció al público y se llevó el Oso de Oro en Berlín. Además de una cuidadosa recreación del período de posguerra, la película luce un reparto que reunió a los mejores intérpretes.

«Los santos inocentes»

Posiblemente la mejor adaptación de Camus y una de las mejores películas españolas. El micromundo del cortijo encarna la lucha de clases. La milana bonita de Rabal es uno de los iconos del filme, con grandes actuaciones y música de García Abril.

«Sombras en una batalla»

Drama sobre el conflicto interno de una exmilitante de ETA reconvertida en veterinaria a quien persigue su pasado. No obvia tampoco la lucha sucia de los GAL y el papel de los terroristas, en aquel momento (1993) aún matando. Goya al mejor guion original para el director.

«Fortunata y Jacinta»

Diez capítulos que adaptan la novela de Galdós para su emisión por Televisión Española en 1980, una buena época para los grandes clásicos en la pequeña pantalla. García Abril repite en la música y Ana Belén y Maribel Martín encabezan el reparto.