Anabel Vázquez, autora de «Piscinosofía»: «Bañarse en el pazo del Faramello es mágico»

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Anabel Vázquez visitó hace unos días el Pazo do Faramello, una joya sobre el cañón del río Tinto, en Santiago.
Anabel Vázquez visitó hace unos días el Pazo do Faramello, una joya sobre el cañón del río Tinto, en Santiago.

«Chicalista», una detective de piscinas fabulosas, sexis cual amores de verano, se ha zambullido en Galicia en el encanto de un pazo considerado «único» por Emilia Pardo Bazán

27 ago 2023 . Actualizado a las 17:05 h.

Su primera piscina fue un juego; la segunda, una preocupación. Pasado el tiempo, ha logrado marcarse un Esther Williams literario de piscina en piscina y acaba de venir a Galicia a darse un largo chapuzón. En Piscinosofía, «un tratado desordenado», hay piscinas reales e imaginadas, y estas últimas son las mejores para la suerte de detective acuática en que se ha convertido Anabel Vázquez. Hay quien viaja a París para ver el Louvre, dice; ella se va a la Piscine Molito. «Un minuto flotando es un ansiolítico», escribe quien también advierte que flotar tiene una cara oscura. Pero, en general, su Piscinosofía te mueve a sonreír metiendo los ojos como piernas en esta filosofía piscinocrática para nadar con la vista de Villa Lena, en la Toscana, al Matosinhos de Siza, la piscina Ava Gardner, las de los moteles de Thelma y Louise, la que Nixon vació para llenar de periodistas o esas otras de cine que hacen salvajemente divinos y perturbadores a Alain Delon y Burt Lancaster.

A esta tierra de piscinas infinitas, casi nunca en calma, acaba de escaparse la autora del blog Chiscalista. «En Galicia tenéis miles de kilómetros de costa, pero no tenemos por qué poner a competir el mar con las piscinas. El mar es una piscina infinita y algunas de las sensaciones que tenemos en las piscinas se reproducen en el mar», advierte Anabel Vázquez.

­—Pero una piscina produce esa sensación de agua controlada de mentira...

—Es una ilusión. Bañarse en el mar no es amable. Es un entorno muy serio, y ahí está también su belleza. El mar es imposible controlarlo... Los humanos inventamos las piscinas para sentir que, de alguna manera, podíamos coger algunos litros de esa agua arrebatada, loquísima, colocarla en un lugar tranquilo y decirle: «¡Aquí mando yo!». Es una ilusión, pero hay algo ahí de: «Vamos a ser amigas, déjame que te nade, que me siente en tu bordillo».

­—¿A qué piscina vienes a Galicia?

—A la piscina de un pazo, el del Faramello. Está junto a Santiago, es maravilloso. Es muy rico patrimonialmente, sus jardines son aún más interesantes y tiene una piscina de los 60 que es de las primeras privadas de Galicia. El pazo se puede visitar. Y yo tengo el privilegio de poder bañarme allí; es un lugar muy mágico.

­—¿Tanto como Villa Lena, en la Toscana?

—¡Creo que más! Villa Lena tiene piscinas perfectas, pero hay muchas como esas.

—Nada que ver con la Piscina das Marés, de Álvaro Siza, en Matosinhos, que refulge en este libro.

—Esas son aparte. Salí llorando del agua, y lo tengo agarrado dentro. Recuerdo cada minuto en el agua. Tienes que tener el corazón como un bacalao seco para no que no te mueva algo.

—¿Provocan algo parecido a las piscinas de Manrique en Lanzarote?

—Sí. Las piscinas de César Manrique no quieren ser mar.

—Quieren llevarse el mar a casa...

—Eso es. Y las piscinas públicas también tienen algo de eso, de: «Mira, en este pueblo tenemos un poquito de mar». Creo que hay ahí algo profundo del ser humano, el deseo de querer controlar la naturaleza.

—¿Esta es la historia de una obsesión?

—Diría que lo mío con las piscinas es algo más ligero que una obsesión. Yo dirijo mi vida hacia las piscinas siempre. El otro día leía un libro maravilloso de relatos de Jhumpa Lahiri, Cuentos romanos. En uno de los cuentos, hay alguien que pregunta: «¿No nadas en esa piscina?». «No, porque es agua muerta». Hay mucho que subrayar en ese libro.

—Invitas a sumergirnos en clásicos como «El nadador», ese relato de Cheever que es también una magnífica película. Es un crol metafísico imponente.

—¡Absolutamente inquietante! Volví al relato y volví la película, y es un cuento de terror total. Tiene forma ligera (el cóctel, gente guapa, casas bonitas...), pero él se va sumergiendo en esas piscinas y las va atravesando hacia un sitio muy negro.

—El ensayo «La España de las piscinas», que está en «Piscinosofía», tiene algo de ese diagnóstico social de «El nadador» de Cheever...

—Sí, sí tienen que ver, ambos hablan de sociedades que protegen lo suyo, que excluyen al extraño. No es lo mismo una piscina pública que una privada. Son dos formas de relacionarse con el mundo. En torno a una piscina pública todo se mezcla (ancianos, niños, un campamento, gente ligando, gente comiendo, colores...).

—¿«La piscina», del 69, es una de las piscinas privadas más top del cine?

—Espacio de peligro y seducción al máximo. Es mi película de piscina favorita, junto a El nadador. Esa piscina es una encerrona.

—La de la Casa Blanca se murió ahogada en sala de prensa, nos recuerdas.

—Sí. Cada vez que veas al secretario de Comunicación de cada presidente de EE.UU. en el briefing... ahí estaba la piscina. Cuando Nixon decidió que las cámaras eran importantes, decidieron dar más espacio a la prensa y cargarse la piscina. Todo palacio, toda mansión, tiene su piscina, a veces en los sitios más insospechados.

—«Un minuto flotando es un ansiolítico». ¿Menos ibuprofeno y más flotar?

—Efectivamente, hay que flotar más. Lo hacemos poco para lo mucho que nos da. Cuando estás en el agua solo puedes estar en el agua. Eso te hace estar muy presente.

—¿Qué me dices de esa curiosa gente que nunca jamás se baña?

—Es muy abundante y, para mí, incomprensible. ¡Están entre nosotros! Argumentan cosas como «el pelo». Qué tiene que ver eso con el placer desmedido de bañarte cuando estás a 40 grados. Quizá la piscina tiene esa capacidad de hacerte sentir que, aunque no estés dentro, ya estás un poco dentro. La piscina es tan refrescante... Verla alivia. Creo que esa gente, a la que vamos a llamar amigos, con eso tiene suficiente. Yo digo que hay que forzar los baños. El primero. Y los últimos... Siempre hay que bañarse. Siempre.

Algunas joyas para sumergirte en «Piscinosofía»

Piscina das Marés, en Matosinhos

«Las piscinas de Siza forman parte de la categoría de oceánicas o rocosas, que son piscinas con mucha chulería. Se atreven a competir con el mar», escribe Anabel Vázquez, que conserva su baño en la Piscina das Marés como un recuerdo que no se ahoga en el paso del tiempo. 

Un Picasso en la piscina, El Martinete

De igual modo que hay un Hockey en el fondo de una piscina, en el hotel The Hollywood Roosevelt de Los Ángeles, hay un Picasso sobre el que se puede nadar o flotar en Marbella, en una casa que perteneció a Antonio el Bailarín. Para saber más, mira en la página 43 de Piscinosofía.

La piscina de Hearst

El Hearst Castle, en un lugar entre Los Ángeles y San Francisco, guarda la Neptune Pool que mandó construir el magnate, y tiene más de 30 metros de largo. Hoy es una atracción turística en California.

La piscina privada del Pazo do Faramello

En Galicia, una de los lugares favoritos de Anabel Vázquez es este pazo, que encandiló a Pardo Bazán. Su piscina, de los 60, es privada y pequeña, pero se presta a un largo baño. Tiene un lugar aparte en la colección de piscinas vividas o imaginadas por la autora de Piscinosofía.