Brasil se quedó con Bolsonaro, la variedad más repelente del populismo

Julio Á. Fariñas A CORUÑA

INTERNACIONAL

PILAR OLIVARES | Reuters

No hubo sorpresas de última hora, el 55 % de los brasileños que el pasado domingo acudieron a  votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales optaron por la variedad más salvaje de los populismos y parece que lo han hecho como antídoto a los despropósitos del lulismo, su cara amable

29 oct 2018 . Actualizado a las 13:44 h.

El próximo día uno de enero, Jair Messias Bolsonaro se convertirá en el nuevo inquilino del palacio presidencial de Planalto y comenzará, no solo un nuevo año, también una nueva era para la primera potencia de América Latina. Un país que atraviesa uno de los periodos más críticos de su historia reciente que, en buena medida, es uno de los efectos colaterales del espectacular desarrollo alcanzado  en las últimas décadas: la corrupción.

Estas elecciones presidenciales que, sin duda, marcarán un hito en el preocupante avance de la peste populista en todo el planeta, desde Estados Unidos a Filipinas, pasando por la vieja Europa, han puesto también de manifiesto que los populismos paternalistas pueden resultar, a la larga, más dañinos para los intereses generales de un país que los otros.

Así, el candidato favorito de los brasileños era el mítico Lula da Silva,  que no se puedo presentar porque está preso, condenado a 12 años  por corrupción activa y/o pasiva durante sus mandatos, pero no le hicieron caso en sus sucesivos llamamientos para que votaran a Haddad, que era su candidato.

Ante la ausencia forzosa del líder carismático, la gran mayoría de los brasileños se han negado a respaldar el lulismo y han puesto en la presidencia a un sujeto con un discurso y una trayectoria que no se presta a engaño: Messías rezuma un rancio militarismo, se burla de la democracia, se mofa de las leyes y la justicia, elogia abiertamente de la violencia criminal del Estado para acabar con la violencia criminal de los delincuentes. Es, «esa variedad repugnante del populismo tiene ya en América un exponente que con seguridad se llevará muy bien con Bolsonaro», escribía días pasados el prestigioso historiador mexicano Enrique Krauze, coautor del libro El Estallido del populismo, de lectura obligada para entender la verdadera dimensión de este fenómeno.

Pero, ¿es este sujeto tan fiero como lo pintan?. ¿Se han consumado con su elección el «suicidio político y cultural»  de Brasil del que advertía Krauze en ese mismo artículo?

Si nos atenemos a su discurso de campaña, en cuya elaboración parece haber jugado un papel importante Steve Bannon, el ex jefe de estrategia de Donald Trump y figura clave en el triunfo de los republicanos en las elecciones de 2016 en EE.UU, el personaje espanta, pero habrá que darle tiempo al tiempo, porque  para llevar a la práctica sus promesas electorales más peligrosas tendrá que contar con la complicidad de un parlamento muy fragmentado y enfrentarse a un poder judicial, especialmente a un Tribunal Supremo, que no está precisamente en su onda y que no se ha parado en barras a la hora de hacer frente a la corrupción endémica que llevó al país al estado en el que está.

Los resultados del pasado domingo también han constatado  que todavía queda un 44% de brasileños que rechaza a Bolsonaro, un porcentaje nada desdeñable de la población de un país de más de 200 millones de habitantes cuyo desafío más urgente es evitar que la indignación se diluya en la apatía, porque eso sería darle más poder a quien desdeña los valores democráticos.

La sociedad civil, la oposición política, la prensa y las instituciones públicas independientes, no pueden bajar la guardia. Un primer paso es proteger y rescatar la verdad, empezando por la verdad histórica.

Tal vez a esa sociedad civil iban dirigidas las primeras palabras del Bolsonaro cuando ya sabía que había ganado: «hago de ustedes mis testigos de que este gobierno será un defensor de la Constitución, la democracia y la libertad. Eso -añadió- es una promesa, no de un partido, no es la palabra vana de un hombre, es un juramento a Dios». Lo dicho: tiempo al tiempo.