Alemania, un fortín en apuros

MERCADOS

BORIS ROESSLER | EFE

06 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Al despertar, la pujanza económica de Alemania seguía estando ahí. Durante largas décadas, salvo quizá en el arranque de la centuria, aunque la economía internacional atravesara por circunstancias críticas, aquel país raramente se encontraba entre los más afectados, mostrando una gran capacidad para levantarse rápidamente de los malos momentos. Pero ahora las cosas parecen apuntar en una dirección diferente.

En lo más inmediato, hay dos hechos que llaman la atención. El primero es la entrada en una situación de recesión técnica en el primer trimestre de este año, y aunque no parece que vaya a ser duradera, las proyecciones formuladas por organismos como el Bundesbank no son nada optimistas, pues se espera un crecimiento negativo para el conjunto del año (-0,4 %) y ya positivo, pero escuálido, en el 2024. Algo que pudiera ser una rémora para la evolución del conjunto de la eurozona.

El segundo dato adverso se refiere la inflación, situada en junio en el 6,4 %, mayor que la media de la eurozona (y cuatro veces la de España). Algo absolutamente sorprendente, pues es de sobra sabido que si hay un asunto que asusta a los alemanes por encima de cualquier otro es la agitación inflacionista; motivo por el cual su política económica siempre ha estado enmarcada por el objetivo —casi la obsesión— de la estabilidad de precios. Por eso la situación actual lleva consigo una merma importante de la confianza de los ciudadanos en su propia economía.

¿Se trata de problemas meramente coyunturales o por el contrario esta vez va a ser más difícil retornar al crecimiento consistente, ante la conformación de factores de fondo, estructurales, de posible bloqueo? Hay razones importantes para pensar en esta segunda posibilidad. Por ejemplo, sabemos que la transición energética no va a ser fácil en ninguna parte, pero menos aún lo será en el país cuya economía estaba más expuesta al gas ruso (60 % del total importado en el 2021). Los dilemas energéticos alemanes son particularmente endiablados.

Con respecto a las perspectivas de su modelo productivo, el panorama de los últimos años se ha oscurecido para la siempre boyante industria alemana: ahora mismo hay más dudas que certezas sobre su capacidad de adaptación a la dinámica de reinvención que muchas de esas actividades están experimentando. Porque pese a que tradicionalmente su modelo estuvo basado en la innovación, el cambio técnico y la alta cualificación de sus trabajadores, algo parece no estar funcionando bien en sectores clave como el automovilístico, que acumula retrasos en los ámbitos más de futuro, como el coche eléctrico y las baterías. Lo que lleva —otra notable sorpresa— a una pérdida de posiciones en el conjunto mundial.

Pero el problema que más puede marcar las perspectivas económicas de Alemania de cara a la próxima década es que se trata del país desarrollado que más puede sufrir las consecuencias del cada vez más visible retroceso de la globalización y el nuevo panorama geopolítico. Es solo el reverso de la situación anterior: la economía alemana fue una de las grandes ganadoras de la expansión del comercio mundial, lo que se traducía en un crónico y enorme superávit comercial. Es revelador que ese superávit se haya reducido a la mitad en solo un año, 2022, debido al entorno más complejo para los flujos transnacionales. Por eso los alemanes ven con terror la creciente guerra comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China. Las nuevas normativas con contenidos proteccionistas que se están lanzando en esos países —como la Ley de reducción de la inflación norteamericana— podrían tener efectos letales para la industria del país centroeuropeo. Retos de gran magnitud. Es seguro que sus resultados marcarán el futuro económico del conjunto de Europa.