A veces, las sorpresas son positivas

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA. UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

JOSE PARDO

17 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Una novedad interesante en la evolución reciente de la economía española es que junto a la pervivencia de algunos viejos problemas —como la baja productividad o una debilidad de la industria manufacturera que se está haciendo crónica—, en los últimos años se suceden las sorpresas positivas, pues un buen número de datos son mejores de lo esperado. Algo bastante notable, pues desde la gran crisis financiera nos hemos acostumbrado más bien a lo contrario, es decir, a la aparición de fenómenos imprevistos adversos.

En un entorno internacional marcado por la tensión y la incertidumbre, las pautas vitales de nuestra economía no dan muestras de decaer. Así lo acreditan la mayoría de los datos que vamos conociendo en los últimos meses, como la expansión del PIB y el empleo. Respecto a lo primero, si nos fijamos en indicadores relevantes como el índice PMI compuesto, vemos que está remontando con fuerza después de la atonía de finales del pasado año (superando ya el valor 50, que marca la diferencia entre estancarse o crecer). Lo cual lleva a pensar que en el 2024 el crecimiento será superior al 2 %, porcentaje que desbordaría casi todas las previsiones. El tirón del consumo privado y público y, sobre todo, las exportaciones de servicios (no así las de bienes) están detrás de ese crecimiento diferencial. Los últimos datos de empleo van en la misma dirección.

Pero lo más llamativo es que no se trata de un hecho aislado, sino de algo que desde el 2021 se repite una y otra vez: la continua revisión al alza de las previsiones de crecimiento para el ejercicio en curso… para empeorarlas, sin embargo, de cara al año siguiente. Está ocurriendo también ahora: quizá las lecciones acumuladas a partir del 2008 tienden a sobrecargar los análisis con un exceso de prudencia, cuando no de pesimismo. En los cálculos de cara al 2025 se subrayan mucho los factores hostiles, como los menores márgenes fiscales que van a dejar las nuevas reglas de la UEM, pero quizá debieran tomarse más en cuenta otros factores como el más que probable descenso de los tipos de interés a partir del próximo mes de junio y, por fin, el despliegue de los fondos NextGen.

Es de destacar que esos datos de actividad superan con claridad a los observados en los países de nuestro entorno, algo que no ocurría desde principios de siglo (si bien entonces se explicaba por el dopaje de la burbuja inmobiliaria). Es verdad que en el 2021 y el 2022 ese hecho se explicaba, sencillamente, por la recuperación de las sobrepérdidas registradas durante la pandemia. Pero en los meses más recientes, la comparación sigue siendo favorable, resistiendo incluso el reto que representan el ruido y la furia política, que no cesan. Este claro desacople entre los ámbitos de la economía y la política es un hecho muy singular de nuestra coyuntura.

Por lo demás, el caso español no está solo: son los países del sur de Europa los que muestran un mejor comportamiento general y desde luego mejores predicciones para lo inmediato, quedando rezagado buena parte del club de los austeros, es decir, Alemania, Austria o Finlandia. Pareciera que a esas economías, que no hace mucho mostraban altas dosis de resiliencia, ahora se le esté haciendo más difícil la adaptación a los nuevos y complejos entornos comerciales y geopolíticos, así como la redefinición de sus prioridades energéticas.

¿Debieran llevar las consideraciones anteriores a la complacencia? Para nada. Sería un grave error, dado que el escenario general sigue siendo un campo de minas. Pero acaso son aún más lamentables las actitudes de automortificación, de quienes pregonan a los cuatros vientos un colapso económico que ahora mismo solo está en sus cabezas.