Tiene mucho mérito lo de estos chavales que sobresalen en la selectividad, esos chicos que rozan la excelencia con notas de matrícula y son capaces de dar el 10 en todas las asignaturas. Hay que quitarse el sombrero y aplaudirles con las orejas. Pero me temo que tal y como están las cosas, ese currículo es un valor en su justa medida. Muy justa, si atendemos a lo que demandan las empresas y cualquier profesional cuando llega la hora de trabajar. Las notas no aparecen cuando se trata de valorar las aptitudes para dar el callo. Lo decía Víctor Küppers en una entrevista hace un tiempo en este periódico: «Nadie te va a recordar por tu currículo, sino por tu forma de ser», y ese carácter es el que finalmente nos marca la vida profesional. Queremos médicos atentos, amables, empáticos, como requerimos esas mismas cualidades en camareros, funcionarios públicos o trabajadores de cualquier empresa. Y esos valores son lo que buscan las compañías cuando se ponen a seleccionar a su personal, porque a nadie se le admira si no es por su calidad humana. Durante mucho tiempo si alguien era alegre y divertido no se le entendía como un profesional, en cambio, hoy son las personas que marcan la diferencia en cualquier trabajo. Las que están motivadas. Y para eso no hay ABAU. Está bien que lo sepan los que han suspendido. Todo está aún por aprobar.