13, Rue del Percebe

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

Edgardo Carosía

25 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Me encuentro entregado estos días a la relectura de un clásico. Esta vez no se trata de la Ilíada ni de la Divina Comedia ni del Quijote. Me refiero a 13, Rue del Percebe, aquel mosaico de historietas que publicaba el semidivino Ibáñez en la contraportada de Tío Vivo y que yo leí más tarde, en la época de Olé. Como es sabido, consiste en un edificio de vecinos en el que se ve en cada piso lo que hace cada uno de ellos. Mi hijo, que es todavía pequeño, lo había hojeado en casa de un compañero de clase y le encantó, pero no sabía cómo se llamaba y me pidió «ese cuento que es como Mortadelo, pero no es Mortadelo y salen unas casitas». Así que me imaginé que sería esto, y resultó que era. Cuando fui a pedirlo a una librería, seguí al librero por la sección infantil. Sin detenernos, pasamos por delante de los libros de la niña astronauta que salva el planeta; de los cuentos sobre niños que pasan un fin de semana divertidísimo reciclando cartón; de las historias de Roald Dahl corregidas con el lápiz rojo de la censura; de los relatos para niños escritos por famosas; de los cuentos para favorecer el trabajo el equipo, la autoestima o la conciencia social… Y por fin llegamos a una pila gigante de tomos bien gordos. Era la edición integral de 13, Rue del Percebe, en la que están recogidas todas las contraportadas que publicó Ibáñez de 1961 a 1970, y que luego se reprodujeron durante años, más la conmemorativa que hizo especialmente en el 2002. «Se venden como churros», me dijo el librero; aunque habría que saber cuántos churros se venden todavía.

Yo a veces me pregunto si la inspiración lejana de 13, Rue del Percebe no habrá sido Hitchcock. La ventana indiscreta se había estrenado poco antes y la historieta de Ibáñez, al fin y al cabo, es La ventana indiscreta pero de broma y en castizo barcelonés. Es la España de la posguerra y la del desarrollismo fundidas en una, de cuando llamar a una calle «del Percebe» era gracioso porque los percebes no rondaban los cien euros el kilo. Están ahí todos los personajes del reparto español del siglo XX: el moroso y los acreedores, el ladrón que roba cosas absurdas, el sastre jeta, el comerciante que sisa, la pensión superpoblada, la señora con gatos, los niños traviesos que la toman con los novios de la hermana mayor guapa, el ascensor averiado, el tipo que ha encontrado en la alcantarilla su solución habitacional… 13, Rue del Percebe es el equivalente sesentero del retablo barroco, es la sociología hecha chiste, la apoteosis del concepto del vecino. No me extraña que nos gustase tanto y que les guste tanto a los niños de ahora, porque es la vida con sus cornadas, su lado amargo aguado con humor para hacerlo tolerable. A los niños les gusta porque ese mundo de Ibáñez es, como la propia infancia, un equilibrio sutil entre inocencia y barbarie, entre la realidad del mundo y su parodia. Tan solo hay que explicarles qué era el sereno, el aguinaldo, la letra de cambio, el seiscientos, los Ducados, el guardia de la porra y el ultramarinos. Por lo demás, mutatis mutandis, las verdades que encierra 13, Rue del Percebe son universales y eternas. Si nos pusiéramos filosóficos, diríamos que su tema oculto es la dificultad de la convivencia y la soledad dentro del grupo, la tensión entre el individuo y el colectivo que se manifiesta en ese antídoto contra el asamblearismo que son las reuniones de vecinos. Pero no hace falta ponerse tan serios. En eso, precisamente, consistía la magia de Ibáñez: en que lo serio era lo gracioso.