Alejandro Rodrigo, experto en adolescentes y análisis criminal: «Lo único que un hijo no perdona es un padre ausente»

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Alejandro Rodrigo, autor de «Cómo prevenir conflictos con adolescentes».
Alejandro Rodrigo, autor de «Cómo prevenir conflictos con adolescentes». Jacobo Medrano

«Hay que huir de hacerlo todo bien como padres, hay un grandísimo aprendizaje para nuestros hijos cuando lo hacemos mal», advierte este profesor, experto en investigación criminal. Él describe siete modelos educativos. Y ninguno es perfecto, pero unos sí más dañinos que otros

15 sep 2023 . Actualizado a las 04:29 h.

Es padre y ha trabajado 15 años con menores en riesgo de exclusión, chicos y chicas sujetos a medidas judiciales por el Juzgado de Menores de Madrid. Pero no es un Hermano mayor. Alejandro Rodrigo (Madrid, 1981) es experto en Análisis e Investigación Criminal. En el 2005, comenzó su trayectoria en el sector de la intervención social y educativa. Trabajó en un centro de internamiento y, más adelante, como técnico de libertad vigilada. Se especializó en casos de maltrato intrafamiliar ascendente, y es cofundador del Gabinete Concordia y autor de Cómo prevenir conflictos con adolescentes, claves para una convivencia feliz. Una hora más de sueño lo cambia todo, apunta. «¿Me estás diciendo que si mi hijo duerme una hora más dejará de gritarme?» «¿Te ves capaz de conseguirlo y mantenerlo?». Porque la receta no funciona si no está el ingrediente del hábito, advierte Rodrigo, que publica el día 20 Adolescencias reales desde dentro, historias con nombre propio.

—¿Tu trabajo es una especie de «Hermano mayor»?

—Podemos usarlo, pero intento distanciarme de la figura. Aquello fue útil para la sociedad, porque nos dio visibilidad, dio visibilidad a un problema silenciado. Pero la realidad es diferente, porque el hecho de que haya cámaras puede modificar la conducta de los chicos, o enmascararla. Aquello era una violencia bastante instrumental.

—¿Qué tipos de violencia distingues?

—Yo hablo [en Cómo prevenir conflictos con adolescentes] de tres tipos: la instrumental, la reactiva y la patológica. La instrumental es la que vemos en chicos narcisistas, dictatoriales. Y lo que sabemos, después de 20 años de experiencia, es que es más bien la violencia reactiva la que nos indica la realidad de lo que está ocurriendo. En estos casos, el chico interpreta que son sus padres los que le están agrediendo a él con sus conductas. Y él, ante esta interpretación, lo que hace es defenderse con una agresión reaccional. Este tipo de violencia puede suponer hasta un 80 o 90 % en España. Son chicos que interpretan que sus padres les están destrozando la vida cuando, realmente, es al revés, lo están intentando hacer bien.

—¿Qué actitudes o comportamientos de padres bienintencionados pueden ser interpretados como agresiones por los hijos?

—A veces lo hacemos mal como padres aunque tengamos la mejor intención. Cuando eres padre, estás subjetivado, intoxicado emocionalmente; tus hijos se convierten en el espejo de tus luces y tus sombras.

—¿Lo primero para evitar perder el norte por ese amor de padres?

—Conocerte, saber cuál es el estilo, o los estilos, de educación que tienes. Tienes que ser muy sincero contigo.

—Muchas veces creemos que somos padres diplomáticos y nuestros hijos nos perciben como autoritarios...

—Absolutamente. Nuestros hijos saben muy bien decirnos cómo somos. Te pongo un ejemplo: si eres muy protectora, insegura y ante un peligro sobreproteges, puedes caer en coartarle la autonomía. Si no le dejas ir a un plan con sus amigos por protegerle, él o ella puede interpretarlo como una agresión.

—A veces piensas que ese plan no es adecuado, por más que todos lo hagan.

—Vivimos un momento de crisis de referentes y autoridad. El criterio que debe prevalecer es el del padre. Creo además que deberíamos huir de intentar hacerlo siempre bien. Hay un grandísimo aprendizaje para nuestros hijos cuando lo hacemos mal.

—Si consideramos que con 13 años no pinta nada en las fiestas nocturnas, ¿por qué ceder? ¿Es mejor dejarle ir porque no se sienta fuera del grupo?

—Te doy varias respuestas. La primera es esa frase de las abuelas: «Porque todos se tiren por un puente no te vas a tirar tú». Esto no va por mayoría absoluta. Ahí, para mí, debemos poner una llamada en confiar en el propio criterio. Confía en tu criterio como madre, nadie conoce a tu hijo como tú. A lo mejor, donde todos los demás están preparados para quedarse hasta las diez de la noche, tu hijo no lo está. Otra clave es si la situación implica enfrentarse a una situación de riesgo. ¿Hay riesgo donde va a estar? La idea a futuro es educar a nuestros hijos para que sean capaces ellos de detectar el riesgo y alejarse. Si el peligro es evidente, debo protegerle. Si en su grupo hay alcohol y porros, hay un peligro. El problema no es tanto la hora de llegada como el contexto.

—Como padres, hay muchas cosas de las que no nos enteramos. En la adolescencia empieza una batalla. ¿Es inevitablemente así?

—Hay un pequeño chantaje emocional que ellos hacen: critican la hora, cuando lo que hay que analizar es la actitud. Hay que enfocarlo de otra manera: «No, mira, el problema no es que sea a las diez o las once de la noche, es que hay botellón, hay gente de 17 y tú tienes 13... Como padre tengo un problema si te dejo hasta las tres de la mañana en un sitio lleno de borrachos». Caemos mucho en el miedo de aislarlos socialmente.

—Parece que lo importante es que esté en el grupo a cualquier precio. ¿No es mejor que sean selectivos, con las amistades, por ejemplo?

—Las amistades que elige tu hijo te dicen algo importante. Tu hijo elige con quién ir, y a veces vemos que es incapaz de elegir. La adolescencia es el momento más importante en las amistades. Nuestro miedo a que queden aislados es una debilidad que tenemos como padres, y puede ser un flaco favor, puede crearles un perjuicio más grande. Es muy difícil saber la distancia óptima entre aislarle y protegerle. ¿Dónde está esa línea? Normalmente, es la mirada del padre presente. Es decir, que tú sepas quién es tu hijo y en qué momento está. Imagina que tu hija quiere relacionarse con gente que anda en bandas con pistolas... Ahí no tienes nada que pensar. Directamente, dices: «No sales». Hay que vencer ese intento como padres de querer agradar en el momento a nuestros hijos, esto no es invertir en el futuro. Si le agradas hoy, y le dejas exponerse con 13 a un peligro claro, ¡estás perdida el año que viene! Todos como padres querríamos ser protectores, autoritarios y diplomáticos. La debilidad del diplomático es querer debatir y negociar todo. Hay cosas que no se debaten. No se debate si vas a clase o no, si estás enfermo y hay que llevarte a urgencias. El padre diplomático puede, sin querer, dar un paso más y entrar en el estilo de paternidad negligente. De tanta libertad que le das, no le estás protegiendo ante el peligro.

—¿Como padres podemos aprender? Dices que del error se aprende...

—Yo no soy psicólogo, yo hago una intervención educativa pura y dura. He trabajado en el juzgado de menores mucho tiempo, soy profesor, y veo que vienen padres que quieren un proceso terapéutico para cambiar su estilo educativo. Es un proceso personal largo. Yo lo que puedo hacer es intentar que tú visualices dónde estás y ayudarnos para fortalecer tus fortalezas y estar atenta a las señales de alarma para no caer en tus debilidades. Con este paso, se ven cambios conductuales en nuestro hijo.

—Describes siete modelos de padre. ¿Cuál es el mejor y cuál el peor?

—El mejor realmente no existe. El mejor sería el padre auténtico, y creo que tenemos una crisis de autenticidad donde no nos dejamos ser lo que somos. Si eres auténtico, tu hijo ve sinceridad en ti y, por lo tanto, te cree. Eres auténtico, con tus virtudes y defectos. Si tenemos que elegir una combinación real, sería el padre que es, en su justa medida, autoritario, protector y diplomático. El peor no es el sobreprotector, pobrecito mío, tan denostado últimamente...

—Pero da hijos muy dependientes...

—Sí, y es un juego macabro: «Te vendo la historia de que protejo mucho, cuando, realmente, te coarto la autonomía y, cuando al final no eres capaz de ser autónomo, ¡te lo echo en cara!

—¿Lo hacemos por el miedo feroz a que el hijo fracase, sufra, no triunfa?

—Creo que es lo segundo: miedo a que el hijo sufra. No queremos que sufra, y no queremos sufrir, pero los adultos sabemos que sufrir es un paso en la vida que hace crecer. Los huesos duelen cuando crecen. El modelo negligente es dañino para el hijo, pero tiene connotaciones traumática; tiene más que ver con una cuestión patológica del padre o la madre, que puede generar compasión. Es un «Prefiero que mi hijo consuma la cocaína que le doy que cualquier mierda de la calle», recuerdo un padre así. Pero recuerdo al hijo, que vino años después y me dijo: «Mi padre quiso hacerlo bien, pero no supo cómo».

—¿Instagram nos cambia como padres?

—Es terrible que tu hija esté jugando un partido y tú la estés grabando con el móvil para enseñársela a los abuelos. ¿Y a tu hija, no la ves? Te enfocas en el que dirán. Los chicos lo único que quieren son padres genuinos, ellos te lo dicen. Ellos entienden los errores de los padres, pero no perdonan al padre ausente. Me refiero al que tiene la mente abstraída por su vida o lo que sea y, realmente, no le preocupa su hijo. Es un padre procurador o una madre procuradora, que da alimento, que lleva al colegio, pero no atiende a lo primero en la vida de su hijo, sus intereses, sus necesidades... Los chicos, cuando tienen un padre ausente, se sienten abandonados. No hay peor herida en la infancia y la adolescencia que ser abandonado. No tienen miedo a morir, tienen miedo a que sus padres no les quieran. Lo único que no perdona un hijo es un padre ausente. El padre ausente es aquel al que, literalmente, no le importa su hijo.

—¿El cachete no es tan malo como lo pintan, es un instrumento educativo?

—No, si me dices que las hostias están bien no me vale tu criterio como padre. Hay cosas que no se pueden hacer. No se puede permitir que un hijo consuma cocaína y mirar para otro lado. También me parece importante que no pase nada porque un niño de 12 años esté con el móvil en el restaurante. El cien por cien de los padres con los que yo he tratado me dicen que, si pudieran rebobinar, una de las cosas que harían es no darles el móvil tran pronto.

—¿Para qué necesitan el  móvil a los 12?

—Para calmar tu miedo a que no quede excluido del grupo, pero no olvides que ha estado ocho horas por la mañana con el grupo... Y cuando le damos a un niño pequeño un móvil podemos cree que lo tenemos controlado, pero lo que realmente hacemos es impedirle que haga lo que llamo ejercicio de silencio interior, conectarse consigo mismo. Puede leer, dibujar, jugar. ¿Un niño de 13 años socializando por el móvil a las siete de la tarde? No... Socializar es algo que se hace en persona, en presencia, porque tiene mucho que ver el cuerpo, el lenguaje no verbal, cómo me posiciono en el grupo, si saco pecho o no. La comunicación se aprende en la realidad, en el patio del colegio. Antes, cuando tenías un desengaño amoroso, te encerrabas en tu habitación tres tardes y te ponías Laura Pausini. En tu soledad. Ahora, con las redes, tienes al grupo entero pendiente, saben qué está haciendo tu chico y con quién... Es una distorsión, lo que ocurre en redes no es real. Vaticino que tendremos un problema importante en esta comunicación, que tiende a la agresividad.

—¿Qué es un adolescente agresivo y qué un adolescente violento, cuál es la frontera?

—Lo importante para los padres es saber distinguir si están elaborando un plan, una estrategia, es violencia. Si lo que estoy haciendo es ser impulsivo, reactivo, lo que tengo es agresividad.

—¿Qué funciona mejor con un adolescente violento?

—Lo primero es la aceptación de los padres de la realidad que tenemos, no mirar para otro lado, porque en este caso va a ir a más. Necesitamos un agente externo, alguien de fuera de la familia que nos ayude. Alguien que te cuente desde fuera qué película está viendo. Como padre emocionalmente estás mal, y él necesita una respuesta contundente.  A no ser que sea un psicópata (el 2 % de la población), un chico violento es un chico que sufre, y que no tiene herramientas para alcanzar sus objetivos sin esa estrategia violenta.Usar la violencia enmascara a un chico con muchísimos miedos, inseguro, que precisa una atención especializada. Al tener un hijo violento, nos enfrentamos a un fracaso como padres, y esto es muy difícil de encajar. Por eso intentamos silenciarlo, disminuir la gravedad de los hechos. Y entonces el problema va a ir en aumento. La violencia no es normal en la adolescencia. La agresividad es otra cosa, que pegue un grito y te llame «vieja» porque no le dejas hace lo que quiere, y en esto casos, en el fondo, valoran tu firmeza, la capacidad de plantarte. La firmeza es muy importante y luego saber qué ocurre debajo, por qué te han tratado así.

—¿Cómo nos marcan, al educar a nuestros hijos, cómo fueron con nosotros nuestros padres? Parece que o imitas o haces lo contrario, que no hay término medio...

—Es muy difícil quitarse a tu padre y a tu madre a la hora de educar a tu hijo. Me parece clave saber los mensajes que, por ser incisivos, tu padre y tu madre te metieron todo el rato, y al final acabas creyendo. «Qué buena eres, eres la mejor». Y luego cuando te ves como madre haciéndolo un poco mal es una lucha contra ese mensaje. Para mí, una de las primeras tareas a la hora de educar a tu hijo es quitarte de encima el peso de tu padre y de tu madre.