Máximo Peña, autor de «Paternidad aquí y ahora»: «Si no quieres que tu hijo te cambie la vida, es mejor que no seas padre»

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El periodista Máximo Peña, licenciado en Comunicación Social y especialista en Intervención Psicoterapéutica.
El periodista Máximo Peña, licenciado en Comunicación Social y especialista en Intervención Psicoterapéutica.

Este papá migrante, periodista, autor de «Psicología para todos» y máster en Mindfulness, insta a los hombres a poner, como las madres, el cuerpo en los cuidados

07 feb 2024 . Actualizado a las 15:24 h.

Un espacio de complicidad y «nueve lecciones (cercanas) para ser mejor padre que tu padre» ofrece Máximo Peña, autor de Paternidad aquí y ahora. Creador de Psicología para todos, máster en Mindfulness, este periodista, psicólogo, papá y migrante, tal como se define en resumidas cuentas, advierte, entre otras cosas, que hay un abismo entre las palabras padre y papá. Son reveladores los detalles... «Se habla de padres ausentes, pero no hay papás ausentes. La paternidad lejana, distante del día a día, de los afectos y los cuidados, está en crisis», asegura quien describe un abanico de paternidades, que van del fantasma al padrazo o «motopapi». Papá es el padre que está, siguiendo aquel mensaje de Barack Obama que apunta que «lo que te hace hombre no es la capacidad de tener un hijo, es el coraje de criarlo».

Peña describe, desde su experiencia y a través del estudio y la observación meticulosa, diversos modelos de paternidad y previene, por ejemplo, ante el auge de «padres troyanos», «hombres que se implican, pero que, en lugar de cooperar desde la óptica del bienestar de las criaturas, entran en competencia con la pareja o usurpan el vínculo materno». ¿Qué propone? Que cuidemos todos. «Que cuando las mujeres pregunten: '¿Dónde están los hombres?', podamos responder: 'Aquí, cuidando'», señala este miembro de la Asociación Española de Psicología Perinatal.

Ese intenso vínculo madre-hijo que Peña ve claro en los primeros meses de vida del bebé, y que invita a respetar, puede resultar incómodo, incómodo para los padres solteros por elección y para esa parte del feminismo que se posiciona contra posturas biológicas deterministas. «Una cosa es argumentar que un hombre no es capaz de poner la lavadora (...) y otra reconocer que un bebé, en condiciones normales, se sentirá más a gusto en el regazo» de su madre, señala. 

—«Nueve lecciones para ser mejor padre que tu padre». Quizá muchos lo piensan, pero pocos lo dicen. ¿Podemos validar lo vivido y, a la vez, hacerle al tiempo un examen sin pudor sin resultar desagradecidos?

—Yo creo que sí. Hay mucha variedad de casos. Aunque uno puede agradecer a los padres lo que hayan podido hacer por él, también puede ser crítico. Si has tenido un padre autoritario, maltratador, distante, ser crítico es muy fácil. Otras veces se tienen padres cariñosos, comprensivos, cercanos... Y uno puede pensar: «Yo sé que mi padre lo hizo lo mejor que pudo en su contexto social (fue padre en los años setenta, ochenta). No tenía la información, los recursos o las capacidades que tengo yo ahora». Uno, como hijo, puede combinar el agradecimiento con una crítica hacia esas cosas que hicieron conmigo en la crianza que no me gustaría repetir. Creer que hay cosas que se pueden mejorar no es faltarle al padre o a la madre. A cada generación le toca justo eso, hacerlo mejor que la anterior.

—Pero sin tratar de ser perfectos, una tentación de esta generación...

—Hay una frase en psicología perinatal que acuñó un psiquiatra muy conocido, Donald Winnicott, que habla de «la madre suficientemente buena». Se trata de eso, de ser un padre suficientemente bueno. Intentar ser una madre o un padre perfecto es el camino más seguro para ser infeliz uno y hacer infelices a los hijos. Uno se tiene que esforzar, pero sabiendo que la perfección no es ni un objetivo. Como decía Nicanor Parra, la perfección es un barril sin fondo, que no vas a llenar nunca.

—En el retrato del padre que tú eres, como cuentas en «Paternidad aquí y ahora», se refleja toda una generación de padres, diferentes en ciertas cosas a los nuestros. ¿Qué pasó a los 39 años, qué te sacudió a esa edad?

—El miedo a la responsabilidad. Yo, de alguna manera, intuía la responsabilidad que se me echaba encima, y no me sentía preparado. Dudaba de mi propio criterio, de mi capacidad y de si estaba listo para asumir todas las renuncias que podía acarrearme la paternidad. De ahí lo que cuento en el libro, ese deseo de huir, el «no quiero ser padre». Pero esto tenía que ver sobre todo con el miedo a asumir la responsabilidad. Menciono una serie de miedos que pueden tener los padres cuando van a asumir la paternidad. En mi caso, era sobre todo miedo a no estar preparado. En otros casos, sienten que no es un proyecto suyo, sino de su mujer, o tienen miedo a no tener la capacidad económica de poderlo asumir. Y otro miedo común es que se vea afectada la relación de pareja. Hay hombres que no quieren ser padres porque entienden que van a ser desplazados...

—Antes había gente que te decía: «Cuida a tu marido, que puede sentirse desplazado». Puede sonar prehistórico, pero a veces es aún real. Es como esa frase que mencionas de Rafa Nadal, que dijo cuando su mujer estaba embarazada: «No tengo previsto que esto suponga un cambio en mi vida profesional».

—Seguramente, si pudiéramos hablar con Nadal, se arrepentiría o diría que se ha dado cuenta de que la paternidad es diferente a lo que pensaba. La paternidad te tiene que cambiar la vida. Si ser padre no te cambia la vida, es que no vale la pena. Si no estás dispuesto a cambiar, es mejor que no seas padre. Si solo eres padre porque toca o para el postureo, no tiene ningún sentido. Antes ser madre o padre era un mandato, pero ahora, que uno tiene esa libertad de elección, el que decide serlo es para que eso le cambie la vida, el que está dispuesto a asumir las consecuencias.

—¿La inseguridad es, entonces, buena en un padre?

—Absolutamente. Esa inseguridad está bien, el tema es qué haces con ella. Si recopilas información, experiencias..., vas reduciendo esa inseguridad. Pero la inseguridad no es mal síntoma. Hacerse preguntas no está mal.

—En el libro apuntas que los hombres experimentan cambios hormonales en la paternidad. ¿Un hombre puede sufrir depresión posparto?

—Yo hago esta precisión: no es correcto hablar de depresión posparto en los hombres, sino de depresión por paternidad. Sobre los cambios a nivel cerebral y hormonal en los hombres que se convierten en padres la investigación está apenas comenzando. Muchos estudios hablan, por ejemplo, de una caída en el nivel de testosterona, de una subida en el de oxitocina, y se han encontrado cambios a nivel cerebral. Pero aún sabemos poco; de las mujeres sabemos más. La paternidad es un hecho que tiene un contenido de estrés, sobre todo en lo que tiene que ver con la crianza temprana, con los primeros meses del bebé. Son meses muy duros, en los cuales se duerme mal y la relación de pareja sufre un cambio absoluto.

—¿Por qué y cuándo un hombre está expuesto a sufrir depresión en relación con la paternidad?

—Las mujeres están concentradas en ese bebé y al hombre le cuesta encontrar sitio allí, se siente desplazado con todos estos cambios... Un hombre que no tenga un antecedente de depresión, o una mala relación con su madre o su padre, no tiene por qué tener una depresión a raíz del nacimiento de un hijo. Un hombre que tenga una vulnerabilidad, psicológica o social, eso sí le puede llevar a una depresión, porque siente que no tiene los recursos para actuar con el bebé o no acepta los cambios o ese reajuste que ocurre en la pareja. Un dato: cuando la mujer tiene depresión posparto, casi se duplica la posibilidad de que el hombre se deprima.

—El pediatra Carlos González habla de ese afán de «tener hijos sin que se note». ¿Es posible?

—Pero está la prueba de la realidad absoluta. No es lo mismo ocuparse de un bebé que de una niña de 10 años. En este caso, sí puede quedarse en casa de unos amigos para que te vayas a un concierto, por ejemplo. A medida que los niños van creciendo, uno va soltando y teniendo libertad. Antes era a las mujeres a quienes la vida les daba un vuelco con el hijo. La revolución es que los hombres nos incorporemos a esos cuidados, que pongamos el cuerpo en los cuidados. Pero venimos de una época que quiere imponer igualitarismo sin reconocer las diferencias que hay en los procesos biológicos.

-Hoy hay padres que son solteros por elección, como hay madres que son solteras por elección. Claramente, padre y madre son dos figuras distintas. ¿Hasta qué punto es más un constructo social y cultural que algo biológico? Diría que tiene más vínculo el padre entregado que se implica en el día a día de los cuidados del hijo que la superwoman de los 90 que todo el trabajo de la crianza lo delega, ¿no? ¿No importa más en la autoestima del niño lo que haces, cómo le cuidas, como padre que la biología?

-Sí, claro, te entiendo, es indudable que hay una construcción cultural y una manera en la que asumimos la maternidad y la paternidad, pero lo biológico está ahí, no podemos despreciarlo. El tema es que, durante mucho tiempo, nos hemos basado en lo biológico, para asignarle a las mujeres todo tipo de tareas domésticas y de cuidados que, evidentemente, no están vinculadas a lo biológico sino a lo ideológico. Que el bebé esté más cómodo en brazos de la madre no quiere decir en absoluto que cuando el niño tiene 4 años es la madre la que tiene que encargarse de comprar los regalos de cumpleaños... Ahí no hay biología, sino la construcción machista de la sociedad cuando establece esas diferencias. Yo creo, absolutamente, en la corresponsabilidad, en que la paternidad y la maternidad deben llevarse adelante de la manera más equitativa posible, pero no nos podemos saltar los procesos evolutivos de la infancia, creyendo que, en cuanto sale del cuerpo de la madre, el bebé está preparado para que cualquiera lo cuide.

—Te devuelvo una pregunta del libro: ¿existe el sexo después de los hijos?

—La sexualidad es uno de los agujeros negros de la crianza temprana. La sexualidad de hombres y mujeres no es igual. La de las mujeres puede incluir la maternidad. Parir o dar el pecho puede ser parte de esa sexualidad femenina. La libido sexual de la mujer al ser madre se desvía, y esto al hombre no le ocurre. Eso tiene que ver con la cotidianidad y el cansancio. Yo hago referencia a los primeros mil días, desde la concepción del bebé hasta su segundo cumpleaños. Esos primeros dos años son duros, aunque también haya gozo. Pero quizá si tu mujer está cansada, en vez de presionarla, puedes asumir una paternidad corresponsable, primero para enamorar a esa mujer, porque las mujeres cambian. En la medida en que eso a lo que le hemos puesto la etiqueta de carga mental y las ocupaciones de la mujer disminuyan, como hombre vas a tener muchas más posibilidades de recuperar esa sexualidad. Pero vinculamos mucho el tema de las relaciones sexuales a la espontaneidad, «cuando nos entran las ganas lo hacemos», pero a raíz del nacimiento de un bebé ese «cuando nos entren las ganas» no llega, o no llega a las dos personas a la vez. Uno de los cambios que puede traer la maternidad y la paternidad es que las parejas hagan citas. Viene bien pautar los encuentros como parte de la reconstrucción de la vida sexual de una pareja tras la llegada de un hijo. 

—En esa revolución de la maternidad, el centro dejas de ser tú, dejar de ser la pareja de manera inevitable. ¿Una cosa es ser pareja y otra ser familia, cómo cuidar las dos cosas?

—Lo importante es que los hombres tomen conciencia de que es importante involucrarse. En la medida en que los hombres nos involucren, participen, asuman su responsabilidad, las relaciones de pareja mejoran. En la medida en que la mujer se siente más sola, aislada, con la carga sobre ella, menos ganas tendrá ella de mantener relaciones sexuales. Hay que pensarlo también como algo estratégico. Los hombres tenemos que poner el cuerpo en los cuidados, en eso incido en el libro. En la medida en que pones el cuerpo en los cuidados, tu cuerpo se va a agotar y va a entender mejor el agotamiento de tu mujer. Y con ello es muy probable que el cuerpo de la mujer se agote menos y entonces se abra ese espacio, la posibilidad para ese encuentro de dos cuerpos.

—¿Marca la biología en la crianza temprana las diferencias entre el hombre y la mujer en su relación con el bebé?

—Sí. Una mujer que ha vivido un embarazo y un parto sabe que su cuerpo no es igual. Sabe que ha ganado peso, que ahora le duele aquí, que tiene una forma que antes no tenía, o las secuelas del parto o la cesárea... Todos los cambios que ocurren solo en el cuerpo de la mujer, que no ocurren en el cuerpo del hombre, marcan la diferencia, y eso es algo que no podemos borrar o negar. Nadie puede negar esa diferencia en los cuerpos de la mujer y del hombre ante el hecho de tener hijos. 

—¿Qué es ser padre? 

—Yo hago la diferencia entre lo que es ser padre y ser papá. Y una de las cosas que digo es existen los «padres ausentes», pero no hay «papás ausentes». En padre te conviertes en un acto ante el registro civil, pero en papá de tus hijos te conviertes al estar con ellos, si eres la persona que los cuida, que establece esa relación cercana con ellos. El ser padre puede ser un título que te dan en el juzgado. Ser papá es tener una relación de cuidados con tus hijos, esto es lo importante.

—¿En qué se diferencia ser madre de ser padre?

—La maternidad está absolutamente atravesada por el cuerpo; en el caso de los hombres, es una construcción cultural que tiene que ver con la voluntad y la conciencia de que traer hijos al mundo es importante, de que al atenderlos y cuidarlos estamos construyendo humanidad. Un niño o una niña que no sean cuidados en la infancia van a tener probablemente una adolescencia complicada o cuando lleguen a la edad adulta infinidad de problemas como personas. Los niños bien cuidados en la infancia, probablemente, van a tener una adolescencia más tranquila y, ya de adultos, serán, seguramente, personas más sanas. De ahí la importancia del apoyo que deben tener la maternidad y la paternidad. Es importante que veamos que la solución no está en «cuando el niño tenga cuatro meses va a la guardería para que la madre pueda incorporarse rápidamente a su puesto de trabajo». Y no es lo mismo incorporarse al puesto de trabajo cuando uno es ministro o periodista que cuando trabajo en una fábrica. A veces no tenemos capacidad de elección, por eso mi insistencia en la flexibilidad para cada familia.  

—¿Cada vez hay más hombres implicados en el cuidado de los hijos?

—Sí, cada vez más hombres involucrados, padres que llevan al hijo al colegio, al parque o lo bañan, pero hay una infinidad de cosas que no hacemos. Yo ponía el ejemplo de que este año, por primera vez, hice eso que seguro que tú has hecho muchas veces, que es, cuando termina el curso, coger los cajones de casa, ver toda la ropa que a tu hijo no le sirve, doblarla, guardarla, ver qué haces con esa ropa... Esta es una labor que, normalmente, hacen las mujeres. Es una de esas cosas pequeñas que a veces ni se ven. Este tipo de trabajo está mal repartido todavía. 

—¿Lo que no luce sigue siendo cosa de las mujeres?

—Efectivamente. 

—La presencia de un padre, cuidadoso pero firme, se nota para bien en la educación de un hijo.

—Claro. Por un lado, está la sobreprotección, y esta es una de las normas que uno tiene que tener en la educación y la crianza: intentar, progresivamente, no hacer esas cosas que tus hijos pueden hacer por sí mismos. En la medida en que van creciendo, debes ir soltando. Sobreproteger a los niños es hacer cosas que ellos podrían hacer por sí mismos. Tú las haces para facilitarles la vida, pero con eso vas creando en ellos la sensación de que no son capaces, o que necesitan de otra persona para hacer sus cosas. En terapia, veo bastantes personas muy valiosas que, al hablar con ellas, ves que el padre no ha estado presente. Los niños, lamentablemente, en vez de decir: «Qué mala suerte, que me ha tocado un padre irresponsable», muchas veces piensa: «Hay algo malo en mí, seguramente, que hizo que papá no me quisiera». Y crecen como adultos pensando que hay algo que está mal en ellos, cuando estaba mal en ese padre que abandonó o cuidó. El niño, ante eso, se culpabiliza, no piensa que ha sido el adulto el responsable, sino que ha provocado él la situación.

—¿No se trata de que los hombres hagan más y las mujeres menos, sino de que gane la infancia?

La sociedad debe abrirse en su totalidad a la crianza, para evitar esto que llamamos adultocracia y la niñofobia. Tenemos hoteles sin niños, restaurantes sin niños, aviones sin niños... Arrinconamos a los niños y a las familias. Y de lo que se trata es de que la sociedad no excluya la crianza y se abra a los cuidados.