Fina Baliñas se jubila tras una vida dedicada a los enfermos de VIH: «Un cura me llegó a decir: 'Tengo el virus porque me lo mandó Dios'»

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MARCOS MÍGUEZ

La profesional ha acompañado y atendido a cientos de pacientes de sida y VIH desde aquel primer positivo en el año 84. Ayer se jubiló

11 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El lunes será el primero de cientos de lunes en los que Fina Baliñas no tendrá que salir de su casa de Adormideras para recorrer los seis kilómetros y medio que separan esta zona residencial de A Coruña del hospital universitario. Allí empezó a trabajar como enfermera en 1984 después de superar aquel mal trago en el que vio por vez primera vez un cadáver. Fina se jubila. Cumple escrupulosamente con los plazos «porque hay que irse cuando toca», según le dicta su militancia juvenil en el comunismo, a la que apela con una mezcla de dulzura y determinación que se le ha quedado pegada después de cuarenta años de ejercer una profesión que en ella parece un sacerdocio.

Fina ha sido una enfermera especial. Desde el lunes, ninguno de los pacientes que acuden cada seis meses a comprobar cómo está su carga viral volverá a encontrarla en su despacho de la planta 9, un espacio de intimidad conquistado por la enfermera Baliñas a base de tesón y a pesar de las zancadillas. Se puede decir que en ese lugar se ha escrito una página de la historia de la medicina local, la de una enfermedad que diagnosticó por vez primera en A Coruña y en Galicia José Domingo Pedreira en 1984, que entonces era una sentencia de muerte biológica y social y que hoy la ciencia ha convertido en una patología crónica que apenas interfiere en la vida de los pacientes. Fina ha sido la persona que ha ayudado a cientos de seres humanos a gestionar y asumir la catástrofe emocional que suponía un positivo.

Poco tiempo después de aquel primer diagnóstico del doctor Pedreira, exactamente en 1989, Fina se incorporaba a la recién creada unidad de VIH del entonces Juan Canalejo. «Nadie quería atender a estos pacientes. Lo pasamos muy mal, éramos muy jóvenes y no teníamos experiencia. La mayoría de los que ingresaban eran drogadictos y se nos morían todos». A la exigencia profesional se unía la coincidencia generacional con los enfermos. «En Coruña nos conocíamos todos y manejar el shock que suponía ver en esa situación a gente que conocías fue muy duro. En la carrera no te enseñan cómo ayudar a morir». En medio de aquel horror, Fina recuerda lo extraordinario de enfrentarse a un tsunami que avanzaba con ellos: «Nadie sabía qué estaba pasando y todos estudiábamos mucho y a la vez. Era real y pasaba día a día. Y teníamos miedo, más que al sida, a no poder manejar las situaciones que conllevaba el consumo de drogas. Y estábamos solas. Pon solas. Porque no teníamos el amparo de la institución».

Los avances

Fina Baliñas relata con orgullo cada avance, la apertura del hospital de día y la de la consulta de enfermería porque enseguida descubrió que un seropositivo necesita entender su tratamiento y compartir aspectos muy íntimos que casi siempre comprometen a su pareja; la llegada en el 97 de los tratamientos retrovirales de alta eficacia —el famoso cóctel— que al fin evitaban que los pacientes se murieran y las actuales medicaciones que reducen la carga viral hasta umbrales indetectables que garantizan que el virus no se transmite.

Hoy se jubila pero deja atrás una red en la que colaboran oenegés como la Asociación de Lucha contra la Droga, el Comité Antisida, la Cocina Económica o Padre Rubinos que a veces despliegan estrategias de detective cuando un paciente falta a su cita y está en riesgo de suspender el tratamiento.

Una de las vocaciones de Fina ha sido mitigar la culpa con la que las personas responden a un positivo. «Que levante la mano el primero que en una relación sexual no se puso el preservativo. Aquí parece que todos hacemos todo a la perfección. La sociedad es muy hipócrita y los niños vienen de París». En la hora de los balances, agradece el apoyo de los doctores José Domingo Pedreira y Antonio Rodríguez Sotillo y llora cuando recuerda a personas que visitan su consulta desde hace treinta años, que hoy son abuelos y que estos días le dicen: «Te voy a llevar siempre en mi corazón». «No sabes lo que se ha llorado en mi consulta. La tristeza, el dolor, la angustia, por qué yo, por qué a mi. Ahora se ha normalizado la homosexualidad pero hace unos años nadie era homosexual y lo entendían como un castigo. Un cura me llegó a decir: 'Tengo el VIH porque me lo mandó Dios'».

Tras una vida de ciencia y empatía, la conclusión de Fina Baliñas es inapelable: «Cada uno tenemos una sexualidad diferente. Nadie es mejor ni peor. La palabra que más enferma me pone es promiscuo y es increíble que se siga hablando de grupos de riesgo». Como un día sentenció en el hospital: «Esta no es una enfermedad de putas, yonquis y maricones».