No quepa duda. Pese a ganar el Oso de Oro en Venecia, El luchador sería película diferente sin el plus aportado por el Mickey Rourke, ganador además del Globo de Oro. Resulta verosímil por los puntos en común de su propia vida con la de su personaje en la ficción, el cascado profesional del wrestling Randy The Ram Robinson, que ahora recurre a exhibiciones de medio pelo intentando rentabilizar su pasado glorioso para sobrevivir en soledad, con una hija a la que no ve desde hace años y una estríper (excelente Marisa Tomei) con la que le gustaría rehacer su vida y que en el fondo es otra fracasada por la que los años pasan y los clientes ya no la miran como antes.
Un acierto contundente
Sorprende que un tipo inclasificable como el director y guionista indie Darren Aronofsky (autor de la insólita La fuente de la vida ) haya acertado de manera tan contundente, llevándonos al tono del mejor cine de perdedores de los años setenta. El luchador la habrían firmado Peckinpah, Aldrich o Siegel, aunque a Aronofsky le falte aquella vitriólica lucidez. Bastaría con apretar algo más las clavijas a un personaje que vive en la Norteamérica ordinaria y nada glamurosa, retratada como paleta y cutre. No sobrarían unas pinceladas sobre el espejismo del sueño americano que deslumbró a Randy hasta convertirlo en un paria.
Con ser una muy notable película, camina hacia un desenlace bastante previsible que remonta cuando en los títulos finales suena la voz del boss Springsteen en un tema igualmente ganador del Globo de Oro. Aronofsky eligió una realización muy de serie B al estilo de los directores antes mencionados. A cambio Rourke, cuya cara es un poema de tan mazada que la tiene (en los noventa se dedicó al boxeo), cosida y estirada en numerosas visitas al cirujano, aporta una rara credibilidad a su personaje que le hace merecedor de un Oscar y le recupera para el buen cine, como el que protagonizó en los ochenta a las órdenes de Coppola o Cimino, por citar a algunos de los autores que le dirigieron.
Gueto de perdedores
Película honesta de las que disgustan a los directivos de Hollywood porque hablan de la vida real. Otro apunte a favor de Aronofsky está en su sutileza al mostrar las interioridades de un submundo tan sui géneris como el de la lucha de exhibición, el wrestling del título, auténtico gueto de perdedores con sus propios códigos. El luchador es de las que se fijan a la memoria, cualidad vedada a buena parte de la ruidosa parafernalia que Hollywood exporta con generosidad. Por honesta.