Star Trek
tiene el perfume psicotrónico necesario para que todos los que adoramos la serie de los sesenta no nos sintamos defraudados con la revisión. Poder contemplar la juventud de Spock, Kirk y del resto de la tripulación de la cabina de mando de la nave Enterprise y que además nos guste, es algo que no esperábamos, inflados de tantos productos fallidos hechos al abrigo de la nostalgia.
Esta es una aproximación repleta de sentido del humor, a medio camino entre la incomprendida Starship Troopers y las sagas galácticas de Lucas. Todo transcurre por caminos accesibles para cualquier espectador inteligente que quiera pasar un buen rato, porque es una space opera plena de claves humanas; del enfrentamiento de personalidades entre el impetuoso Kirk y el reflexivo vulcaniano Spock surgen mil posibilidades argumentales en las que la metafísica y el cachondeo se dan la mano con vigor. El guión no tiene nada que envidiar a aquellos libretos de la serie original, escritos por Richard Matheson y Robert Bloch. Todo su potencial se había perdido en las nuevas entregas de la serie de los ochenta y noventa y también en la decena de películas que se filmaron en esas décadas.
Hay una dirección artística de nivel maestro, empezando por el rediseño de la nave Enterprise, que incluye el guiño de los guionistas, comparándola con un cortador de pizzas. Y la nave del malvado Nero es exactamente ¡un cangrejo ermitaño gigante! La psicotronía del diseño alcanza a los paisajes espaciales, realmente alucinantes, con la inolvidable secuencia de la destrucción del planeta Vulcano o los maravillosos gadgets redivivos. Para los niños de los sesenta, recuperar la vieja pistola de rayos, ahora tuneada, es como volver a ver el Grial. Y un breve pero gamberro bestiario: el monstruo de las nieves y ese testigo mudo del ligoteo en la taberna galáctica.
La aparición de Leonard Nimoy como un Spock centenario es posible por una genial vuelta del guión, y el casting de jóvenes actores resulta muy adecuado. Pero sobresalen «veteranos» como Zoe Saldana y, sobre todo, el doctor McCoy, interpretado con acidez por Karl Urban: «No me gusta el espacio, es solo enfermedad y peligro, pero me he divorciado y mi mujer se ha quedado con todo el planeta Tierra».