Después de Ali G anda suelto y Borat, si algo sabíamos es que lo siguiente que nos podría ofrecer Sacha Baron Cohen sería de todo menos convencional. Y en lo que a ello respecta, Bruno no decepciona. Este cómico británico toma el tercero de sus más famosos personajes creados para su show televisivo Da Ali G. Show, y lo lleva a la gran pantalla siguiendo los parámetros de su éxito anterior, Borat. Ahora el reportero kazajo es sustituido por una estrella de la televisión de origen austríaco, gay desatado, superficial al máximo (suyas son frases como «el autismo está de moda»), que sumido en una crisis de falta de atención mediática en su país, decide irse a Estados Unidos con el único y firme propósito de hacerse megafamoso.
Como Borat, se trata de un documental ficcionado donde, explotando su gusto por los acentos, el disfraz y lo estrambótico, Bruno da un repaso a la sociedad americana explotando momentos tipo cámara oculta donde escandaliza (más) y divierte (menos) a todos los implicados en sus ocurrencias. Como un Michael Moore a lo bruto, busca poner al descubierto las contradicciones de un país como Estados Unidos, revelando miserias varias de una sociedad con doble moral (esos curas reformadores de gais), con una crítica explícita hacia el deseo de fama (cuan bien ejemplificado en la entrevista a padres que intentan meter a sus hijos en el mundo de la farándula a toda costa), pero disparando su artillería contra todo aquel que se cruce en su camino; gais, judíos, musulmanes, negros? Incluso se permite bromear con la política exterior de Estados Unidos, en un viaje a Oriente Medio para intentar lograr la paz, donde confunde Jamash con una comida típica o critica a Bin Laden frente a un líder terrorista islámico. Cosas como esta, junto a otras como montar un espectáculo gay en medio de un programa de lucha que acaba con sillas volando por los aires, hacen pensar si lo de Sacha Baron Cohen es ingenio y creatividad o si simplemente está como una cabra rozando la tendencia suicida, en sus ansias de llegar a un «más allá» del éxito de su anterior filme.
Un poco de las dos cosas hay en esta película, un gusto por el escándalo y la provocación, humor procaz de un Fassbinder pasado de anfetas y sin su vertiente trascendental, heredero del Zoolander de Ben Stiller, pero con un componente sexual mucho más elevado (de ahí su calificación para mayores de 18), servido por el cómico más irreverente y políticamente incorrecto (sí, el más) que recordamos en estos últimos años, y que contará con adeptos y detractores a partes iguales. Entre los adeptos, colegas de la profesión de los que consigue cameo final para una canción autoparódica a lo Michael Jackson, con estrellas como Bono, Swing o Elton John cantando a dúo con un emplumado Bruno.