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La macabra guerra sucia de las corrientes eléctricas que promovió Edison

Grandes malentendidos de la ciencia

La macabra guerra sucia de las corrientes eléctricas que promovió Edison

La silla. Una de las primeras ejecuciones en Nueva York. Edison promovió la silla eléctrica con corriente alterna para asociar esa tecnología, patentada por su mayor rival, con la muerte.

La bombilla convirtió a Thomas Edison en toda una celebridad en estados Unidos. Pero la fama no le bastaba. Ambicioso y sin escrúpulos, el inventor falseó experimentos y lanzó una siniestra campaña sobre las virtudes de la silla eléctrica con tal de no perder cuota de mercado frente a su competidor.

Martes, 30 de Diciembre 2025, 12:04h

Tiempo de lectura: 6 min

Prisión de Auburn, Nueva York, 6 de agost0 de 1890, 6:38 de la mañana. William Kemmler entra en la cámara de ejecución con una calma que desconcierta a los 25 testigos reunidos. Es un vendedor ambulante, analfabeto, alcohólico. Mató a su pareja con un hacha. Ahora va a convertirse en el primer ser humano ejecutado por electrocución, el método que Nueva York ha proclamado como más 'humanitario' que la horca.

La silla que lo espera es un artefacto de madera maciza con correas de cuero y dos electrodos: uno para la cabeza rapada, otro para la base de la columna vertebral. Cuando los guardias intentan sentarlo, descubren que han olvidado cortar un agujero en su chaqueta para el segundo electrodo. «Tómense su tiempo y háganlo bien –dice Kemmler con serenidad–. No tengo prisa».

El objetivo de Edison era desprestigiar la tecnología de Westinghouse y su corriente alterna, mucho más barata

El superintendente da la orden. Se activa la corriente: 1000 voltios de corriente alterna. El cuerpo de Kemmler se pone rígido. Diecisiete segundos después cortan la corriente. Un médico se acerca para examinar el cuerpo. «¡Dios mío, está vivo!», grita. Lo que siguió fue dantesco. Kemmler jadeaba y sangraba por la nariz. Varios testigos se desmayaron. La segunda descarga fue de 2000 voltios y duró cuatro minutos. En total, Kemmler tardó ocho minutos en morir mientras su cuerpo olía a carne quemada.

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El poder del dinero. Edison sabía que si triunfaba la corriente alterna perdería millones de dólares invertidos por bancos y empresas que apostaron por su tecnología.

Esta ejecución no fue solo una chapuza, sino el último capítulo de una pugna comercial que llevaba años librándose en los despachos y tribunales de Estados Unidos. Y que empieza con una campaña de desinformación orquestada por uno de los inventores más admirados de la historia: Thomas Edison enfrentado a otro inventor, George Westinghouse.

Las ecuaciones “eléctricas” que inspiraron a Einstein

Pero, antes de que Edison y Westinghouse se enzarzaran, hubo que inventar la electricidad propiamente dicha. O más bien entenderla. Porque siempre estuvo ahí: en los rayos, en las chispas que saltan de la lana cuando la frotas con ámbar… En 1865, un físico escocés llamado James Maxwell publicó cuatro ecuaciones que describen que la electricidad y el magnetismo no son dos fuerzas separadas, sino dos caras de la misma moneda.

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Obsesionado por la seguridad. Westinghouse presenció un accidente ferroviario que lo llevó a obsesionarse con la seguridad. Apostó por la corriente alterna porque la consideraba más segura.

Una corriente eléctrica genera un campo magnético; un campo magnético en movimiento genera corriente eléctrica. Maxwell demostró también que una perturbación electromagnética podía viajar por el espacio como una onda. Y calculó la velocidad de esa onda: 300.000 kilómetros por segundo, o sea, la velocidad de la luz. No era coincidencia: la luz es una onda electromagnética. Por algo Albert Einstein tenía una foto de Maxwell en su despacho. «Su trabajo allanó el camino para el mío», reconoció.

La guerra comercial

Conviene refrescar otro concepto básico para entender la rivalidad que se estaba fraguando. En 1880, Edison era el inventor más célebre de Estados Unidos. Su bombilla incandescente había transformado la noche urbana. Pero Edison tenía un problema: su sistema de corriente continua (DC o direct current, en inglés) tenía una limitación. La corriente continua solo puede transmitirse a corta distancia sin pérdidas enormes de energía. Necesitaba una central eléctrica cada dos kilómetros.

En 1886 entró en escena George Westinghouse, el inventor del freno de aire ferroviario, con una solución ingeniosa: corriente alterna (AC, alternating current). La corriente alterna cambia de dirección 60 veces por segundo (50 en Europa). Parece una complicación, pero tiene una ventaja. Mediante transformadores, puedes elevar el voltaje de la corriente a niveles altísimos para transportarla cientos de kilómetros con pérdidas mínimas, y luego bajarlo de nuevo a niveles seguros para uso doméstico. Una sola central podía abastecer áreas inmensas.

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La honestidad de un genio. Tesla renunció a una fortuna millonaria en royalties por la corriente alterna para salvar de la quiebra a Westinghouse, el empresario que había creído en él cuando nadie más lo hizo.

Westinghouse no había inventado el sistema; se lo había comprado a Nikola Tesla, un ingeniero serbio que había trabajado para Edison antes de que ambos se pelearan. Westinghouse vio el potencial, compró las patentes y empezó a instalar sistemas AC en ciudades de todo el país. Para 1888, Edison estaba perdiendo cuota de mercado. Y no tuvo escrúpulos para lanzar la campaña de desinformación más cruel de la historia.

La trampa diabólica

En 1888, Nueva York estaba buscando un método de ejecución más 'humanitario' que la horca. ¿Por qué no usar electricidad? El gobernador formó una comisión para estudiarlo. Edison vio la oportunidad perfecta. Cuando la comisión le pidió consejo, Edison –quien públicamente se oponía a la pena de muerte– cambió de opinión. Les escribió una carta en la que sugería que el método más efectivo sería usar «máquinas fabricadas por Westinghouse» que generaban corriente alterna. La trampa era maquiavélica. Si Nueva York adoptaba la silla eléctrica usando la corriente de su rival, Edison podría asociar AC con la muerte en la mente del público, mientras que la corriente continua quedaría como la opción segura.

Harold Brown fue el ingeniero que Edison contrató (pagándole bajo mano) para hacer el trabajo sucio. En julio de 1888, Brown organizó una demostración pública con un perro callejero. Primero aplicó 300 voltios con DC al perro. El animal aulló y se retorció, pero siguió vivo. Aumentó a 400 voltios, luego 500, luego 700. El perro sufría visiblemente, pero no moría. Entonces, Brown cambió al generador AC y aplicó 330 voltios. El perro murió en segundos. «Caballeros –proclamó Brown–, la corriente alterna es la más mortífera forma de energía conocida por la ciencia».

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Cableados. Cientos de líneas de corriente alterna sobre las calles de Nueva York en 1888. La electrocución de un niño con uno de estos cables durante una gran tormenta ese año fue uno de los casos citados por Brown para atacar la corriente alterna, como quería Edison.

Era un truco. Brown había manipulado las condiciones del (llamémoslo) experimento: con corriente continua usaba descargas breves; con corriente alterna mantenía el contacto continuo. Durante los meses siguientes, Brown repitió el espectáculo con docenas de perros, gatos, vacas, caballos... Los periódicos cubrían cada demostración con titulares alarmistas. Westinghouse intentó contraatacar publicando estudios técnicos que demostraban que ambos tipos de corriente podían ser mortales con suficiente voltaje y exposición. Con poco éxito, pues el miedo vende mejor.

En junio de 1888, Nueva York aprobó la ley de ejecución eléctrica. Brown fue contratado para diseñar e instalar las sillas con corriente alterna en tres prisiones estatales.

Y, sin embargo, Edison no logró su objetivo. Al cabo de trece años, la guerra de las corrientes estaba finiquitada. Westinghouse había ganado: la corriente alterna alimentaba la mayoría del país, incluyendo la central hidroeléctrica de las cataratas del Niágara. La razón es que podía venderla mucho más barata. Edison reconoció en privado que no podía competir. Su propia compañía terminó adoptando AC. Pero nunca olvidó la humillación.

La elefanta Topsy

En 1903 se anunció que una elefanta llamada Topsy iba a ser ejecutada en Coney Island. Topsy tenía 28 años y un historial violento: había matado a tres hombres en diversos circos. El incidente final aconteció cuando un espectador borracho le quemó la trompa con un cigarrillo y Topsy lo agarró y lo lanzó contra el suelo. Los dueños de Luna Park decidieron que la elefanta era demasiado peligrosa y planificaron una ejecución pública para promocionar, de paso, la apertura de su nuevo parque. En principio, iban a ahorcarla, pero alguien sugirió electrocutarla.

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La agonía de Topsy. La elefanta murió electrocutada en el Luna Park en 1903 tras varios intentos.

La compañía eléctrica de Edison supervisó la instalación. Iban a usar 6600 voltios de corriente alterna. Por si acaso, decidieron usar un método triple: primero alimentarían a Topsy con zanahorias rellenas de cianuro; le pondrían cuerdas al cuello conectadas a un cabrestante para estrangularla y, para rematarla, activarían la electricidad. No querían arriesgarse a otro fiasco. Unos 1500 espectadores se reunieron en el parque de atracciones para ver la ejecución. Pero Topsy se resistía. Los domadores tardaron dos horas en llevarla al cadalso; el animal seguía negándose a quedarse quieto sobre las placas de metal que servían de electrodos. Sacudió las sandalias de madera forradas de cobre que le habían atado a las patas. Finalmente se activó el interruptor. Topsy se puso rígida. Levantó la trompa hacia el cielo. Salía humo de sus patas. Luego cayó hacia delante, muerta. Edison distribuyó la película, que dura 74 interminables segundos, en los cines.