Viernes, 26 de Julio 2024, 10:52h
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Es un pueblo pequeño, no más de trescientos habitantes, sin más monumentos que el inevitable a los caídos en las dos guerras mundiales. No hay restaurantes ni bares, ni panaderías, sólo una tienda de comestibles que cierra los lunes. Un lunes por la tarde de verano no hay ni un alma en la calle. Confieso que nunca había oído ese nombre hasta hace un par de años, cuando me perdí y crucé Salsigne buscando otro pueblo que resultó estar en un desvío que, para variar, me había pasado. Tras él, a pocos kilómetros se alzan los imponentes castillos cátaros en ruinas: Orbiel sur Ciel, un poco más al este, la zona vinícola de Corbières, a quince kilómetros Carcassonne y su cité medieval, que de medieval tiene ya poco.