Volver
';
Mi hermosa lavandería

El museo de las relaciones rotas

Isabel Coixet

Domingo, 28 de Noviembre 2021

Tiempo de lectura: 3 min

Un vestido de boda de seda blanca embutido en una jarra de cristal con tapa metálica. Un tubo de pasta de dientes arrugado y vacío. Cartas de amor apenas legibles, semiquemadas. Un sujetador gastado de tanto ir a la lavadora. Cerillas. Espejos. Pelusa de jersey. Un teléfono Nokia que hace veinte años que no se fabrica. No hay nada, por pequeño, humilde y banal que sea, que no tenga cabida en este museo de Zagreb que recoge 'mementos' de personas de todo el mundo que han pasado por una ruptura.

Pasear por él es repasar la propia historia. Las pequeñas decepciones y desalientos que construyen ese tortuoso camino de la vida sentimental. Una botella de vino que probablemente estará picada es el símbolo de una historia truncada: un hombre y una mujer casados con otras personas que tienen una relación adúltera durante años maquinan dejar a sus respectivas parejas y compran una botella de vino que se prometen abrir el día que estén juntos por fin. Ese día nunca llega. La mujer dona la botella de vino al museo porque su mera presencia le recuerda todo lo que no sucedió. Ese futuro soñado que fue motor de tantos años de esperanzas y proyectos truncados.

Cualquiera de los objetos allí exhibidos podría habernos pertenecido y puede despertar en nosotros el recuerdo de nuestro propio museo de las relaciones rotas

En otro rincón, un pin minúsculo de la serie Xfiles con el eslogan «I want to believe» ('quiero creer'). Una chica ha donado ese pin, regalo de un hombre que quiso hacerle creer que la amaba. La abandonó una semana después de regalarle el pin.

El museo fue fundado en el año 2006 por una pareja, Olinka Vîstika y Dražen Grubišic, tras romper su relación y hoy es el museo más visitado de Zagreb, además de exhibir sus contenidos por todo el mundo. Es un museo cambiante y creciente, que recibe constantemente nuevas donaciones que un equipo filtra, basándose en su poder narrativo.

Visitándolo, nos damos cuenta del papel que le atribuimos a los objetos en nuestra vida. Cómo la lámina de plata arrugada de una chocolatina nos retrotrae al momento en que las devorábamos para que no nos devorara la impaciencia por ver al ser amado. Un vaso roto, un bote de pepinillos, un peine que conserva un pelo de alguien que ya no está. Una camisa desgarrada. Unas gafas de sol. Vivimos rodeados de mementos de vidas pasadas, de personas que se cruzaron en nuestra vida y dejaron un leve rastro que se concreta en un bonsái reseco, en un pedazo de sábana, en una bolsa de caramelos caducados. Muchas veces, esas minucias han perdido totalmente su valor simbólico y su poder evocador, pero cualquiera de los objetos que se exhiben en este lugar podría habernos pertenecido y puede despertar en nosotros el recuerdo de nuestro propio museo de las relaciones rotas.

Lógicamente, los curators museísticos, esos insufribles mandarines del mundo del arte, desprecian por irrelevante y comercial al museo de Zagreb. En una de sus salas se exhibe un collar perruno de esos con luces que venden en las tiendas de animales y en los bazares chinos y que se utiliza para que los animales pequeños tengan mayor visibilidad en los paseos nocturnos. El donante es un hombre casado con una mujer con la que compartía un perro. Cuando el matrimonio se rompe, el hombre se queda al perro. Un día recibe el collar con luces en el correo. La mujer acaba de suicidarse y lo último que ha hecho es comprar y enviarle ese collar que hoy se exhibe en la oscuridad de una sala del museo de Zagreb. Pocas instalaciones artísticas me parecen más elocuentes que ese collar de seis euros de plástico que habla de dolor y decepción con tanta o más fuerza que la obra del artista más consagrado.


Etiquetas: Podcast