Mire a un perro a los ojos y un ser consciente le devuelve la mirada. Una criatura sensible, capaz de experimentar alegría, pena, miedo...», afirma Jonathan Birch, profesor de Filosofía de la London School of Economics e investigador jefe del proyecto ASENT, que estudia los criterios para atribuir conciencia a los animales. «Hay cierto consenso científico en que todos los mamíferos experimentan emociones. Y podemos decir lo mismo de las aves. ¿Pero qué pasa cuando nos alejamos evolutivamente de nuestra especie; sienten algo las abejas, los cangrejos, los pulpos...?», se pregunta. «No lo sabemos, pero la comunidad científica está más empeñada que nunca en averiguarlo».
Y conviene que lo haga cuanto antes porque el Parlamento del Reino Unido ha iniciado la tramitación de la ley que reconocerá que los animales tienen sentimientos. De momento, la norma solo será aplicable a los vertebrados. Y establece la creación de una Comisión de Sintiencia Animal para supervisar que todos los ministerios procuren que sus políticas futuras no tengan «un efecto adverso sobre el bienestar de los animales como seres sintientes».
Acostúmbrese. El sustantivo sintiencia y el adjetivo sintiente aún no están en el diccionario, pero ya se emplean para aludir a la capacidad de sentir de los seres vivos. Seguro que un gato apaleado experimenta dolor físico, ¿pero también dolor emocional? ¿Hay animales más conscientes que otros? ¿Son capaces de procesar esas emociones? ¿Son capaces de recordarlas y de modificar su conducta para evitar lo que les hace daño o buscar adrede lo que les produce placer?
Es un tema sobre el que todavía hay más preguntas que respuestas, pero en los últimos años varias disciplinas se han volcado en su investigación: la neurociencia, la psicología comparada, la biología evolutiva y la filosofía. Coinciden en que los mamíferos albergan sentimientos muy parecidos a los nuestros. Al fin y al cabo, tenemos mucho en común. Un cerebro grande, un pasado evolutivo similar... ¡y una mamá! Los cachorros humanos y los porcinos se crían (o deberían) entre mimos maternales.
El primer objetivo es investigar el dolor
La sensación que ha recibido más atención es el dolor. En parte porque es una fuente de preocupación ética. En experimentos de laboratorio, las ratas evitan los compartimentos donde han sufrido una lesión y prefieren no salir de aquellos donde se les ha administrado un analgésico. Lo mismo sucede con los pulpos, que poseen neuronas sensoriales que codifican los estímulos nocivos. La UE es muy restrictiva en lo que se refiere a la experimentación con pulpos, calamares y sepias, que están más protegidos en el laboratorio que en la cocina. ¿Y los peces? Una investigación de la Universidad de Liverpool ha constatado no solo que sufren dolor, sino que después de una experiencia traumática padecen hiperventilación y pérdida de apetito. Y se frotan la parte dañada, igual que nosotros.
Las ratas se ríen y los cuervos juegan: se deslizan en trineo sobre la nieve para pasarlos bien
Pero el dolor es una sensación muy básica, una reacción ante un estímulo. Y los reflejos no bastan para establecer la sintiencia. El placer es más sofisticado. Pensemos en algo divertido. Todos los mamíferos juegan (solo hay que probar a lanzarle un palito a un perro). Las ratas no son una excepción. Neurocientíficos alemanes pasaron varias semanas con roedores en una habitación llena de cajas y descubrieron que los animales jugaban al escondite. Registraron saltos de alegría y risas ultrasónicas cuando las ratas encontraban a los humanos o eran atrapadas por ellos, incluso sin recibir comida como recompensa. Y los cuervos también son juguetones. Se ha observado a córvidos deslizarse por pendientes cubiertas de nieve sobre una tapa de plástico, su propia versión del esquí. ¿Por qué lo hacen, si no van a obtener ningún premio, excepto el de pasar el rato tan ricamente? ¿Pero es semejante la alegría de un animal a la que experimenta un ser humano o cada uno siente (y padece) a su manera? «Debemos reconocer que los sentimientos de los animales puede que no encajen en las categorías que usamos para describir nuestros sentimientos», afirma Birch.
¿Y qué hay de los insectos?
«El cerebro de un insecto está organizado de forma diferente al de un mamífero. También es más pequeño (una abeja tiene alrededor de un millón de neuronas, frente a nuestros 100.000 millones). ¿Estamos subestimando lo que puede hacer un cerebro pequeño?», se pregunta Birch. Por ejemplo, una abeja que pasa a hurtadillas entre los centinelas de una colonia rival para robar miel, ¿siente estrés mientras realiza su misión? Y surge otra pregunta. Si los insectos sienten, ¿acabaremos con leyes que nos prohíban pisar una hormiga o matar una mosca? «No. Pero piense en la cría de insectos como fuente de proteínas, que está fuera del ámbito de las leyes de bienestar animal. Habría que reflexionar si tendría sentido regularla», advierte Birch.
Donald Broom, investigador de la Universidad de Cambridge, cree que tener un cerebro pequeño no implica una capacidad cognitiva reducida. «Los colibríes tienen un cerebro minúsculo, pero si observas a un colibrí puedes ver que viene y te mira, te evalúa bastante rápido, decide que eres demasiado lento para tener alguna importancia, y sigue con su vida».
La empatía, el amor y la tristeza
¿Un animal es capaz de amar? El romántico arrendajo establece vínculos de pareja. Y el macho se gana el favor de la hembra regalándole apetitosas golosinas: una oruga, un gusano... Y es capaz de inferir qué le apetece más en cada momento. La capacidad de anticiparse a los deseos de la pareja es una habilidad social. ¿Es una forma de empatía?
¿Y puede un animal sentir tristeza? Muchos científicos son escépticos, pero otros, como el zoólogo Jules Howard, así lo cree: «Cada vez hay más evidencias de que los mamíferos son conscientes de la muerte, experimentan la pena e incluso puede que guarden luto». Fue noticia una madre orca que llevó a cuestas el cadáver de su cría por el océano durante 17 días. Los elefantes se desvían de su ruta para visitar a sus parientes difuntos. Los chimpancés en cautividad, cuando muere un miembro del grupo, lo acicalan. Las urracas entierran a sus muertos. Y los cuervos se congregan en torno al cadáver de un congénere y graznan. Los científicos lo llaman 'agrupación cacofónica', pero hay quien lo llama funeral.
España prepara su propia legislación sobre bienestar animal, pero está a años luz de la inglesa
Es la ley británica un avance o estamos cayendo en la antropomorfización de los animales? Es discutible, pero las implicaciones desde el punto de vista de la ética y del derecho son enormes, pues afectarán a la legislación futura sobre bienestar animal. La ley de sintiencia forma parte de un paquete muy amplio en un país que ya había avanzado mucho más que otros, por ejemplo prohibiendo el uso de jaulas en batería para las gallinas ponedoras o introduciendo circuitos cerrados de televisión en los mataderos para evitar la crueldad. España prepara su propia legislación sobre bienestar animal, pero está a años luz de la inglesa. En abril comenzó la reforma legal para que los animales dejen de ser considerados como objetos y sean reconocidos como seres vivos. Con la actual normativa, los animales se equiparan a un coche o a cualquier otra propiedad. «Durante mucho tiempo los animales han sido considerados 'cosas', patrimonio de un humano, seres sin sentimientos, sin alma, sin capacidad de sentir dolor y, por tanto, no han sido merecedores de derechos», explica Teresa de Gea, abogada.
«El proyecto de ley de sintiencia del Reino Unido no resolverá por sí mismo ningún problema de bienestar animal. Los cerdos, los pollos y los peces ya estaban protegidos. Sin embargo, las cerdas preñadas se mantienen a menudo en jaulas donde no se pueden dar la vuelta. Los pollos se crían en cobertizos con un espacio equivalente a una hoja de papel A4 para cada ave. Y todo lo que ocurre en el curso normal de la pesca está permitido. La carga sigue recayendo en nosotros, como consumidores, para oponernos a las prácticas cuestionables», reflexiona Birch.
¿Hay una emoción asociada a cada animal?
El debate social y político sobre los sentimientos de los animales ha alentado también su estudio científico. Algunas investigaciones apuntan a destacar diferentes emociones asociadas a animales específicos. Estas son algunas de las conclusiones.
Perro / miedo
Si hay un animal propenso a las fobias es el perro: miedo a las tormentas, escaleras, aspiradoras, petardos... También padece miedo social: a la gente. O todo lo contrario, a la soledad.
Ratón de campo / compasión
Se percatan de si alguno de sus compañeros está sufriendo y acuden a consolarlo. Lo miman de tal modo que el cerebro del roedor estresado genera oxitocina y recupera el bienestar.
Guacamayo / mal de amores
Son fieles a su pareja toda la vida. Si uno de los dos muere, el otro deja de comer y, con frecuencia, se debilita tanto que le es imposible agarrarse a las ramas y termina cayendo.
Mono capuchino / justicia
Se niegan a cooperar si se les trata de manera injusta. Si todos reciben un trozo de pepino, menos uno, al que se le da uva (más apetitosa), lanzan el pepino a la cara del científico.
Abeja / euforia
Les basta con libar una gota de agua con azúcar para experimentar un 'subidón'. Tienen muchas habilidades. Saben contar hasta cuatro (por ejemplo, marcas en el suelo) para guiarse.
Vaca / optimismo
El acceso diario a pastos aumenta el bienestar emocional de las vacas... Y su optimismo. Si ven un cubo 'apuestan' a que estará lleno de comida y se acercan a comprobarlo.
Gato/ no disfrutan matando
Los gatos tienen fama de crueles porque parecen jugar con sus presas vivas antes de matarlas. Los científicos creen que es un aprendizaje para enfrentarse al peligro. No es placer, es cautela.
Simio/ empatía
Según el primatólogo neerlandés Frans de Waal, cuando un primate ve que otro se cae de un árbol, reacciona con sorpresa y preocupación, y se interesa por el estado del accidentado.
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